La Columna
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- Escrito por: Frank Padrón
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En Bucarest, Rumanía, el 3 de octubre de 2015, un incendio en el centro nocturno Colectiv Club provocó la muerte de 65 personas, casi todas jóvenes, además de generar no pocos heridos que, aunque sobrevivientes, quedaron con secuelas tanto físicas como psicológicas.
La tragedia generó todo un movimiento de protestas contra la corrupción y reclamos públicos que llevaron a la dimisión del gobierno.
El cineasta rumano Alexander Nanau (autor de documentales muy apreciados como Toto y sus hermanos [2014], El mundo según To Ion B [2009] y otros) se acercó al hecho en su filme de no ficción Colectiv (2019), que recientemente pasó por el espacio “Pantalla documental” (CE, miércoles, 10 p.m.).
La obra toma el accidente y sus consecuencias lamentables solo como punto de partida. El verdadero interés de su realizador es lo que se oculta detrás de aquellos, destapando una olla putrefacta mediante su rigurosa investigación, la cual fue considerada la mayor desde el punto de vista periodístico realizada en Rumanía en los últimos treinta años.
A través del pormenorizado abordaje desde la cámara, mediante el director y sus colaboradores —quienes aparecen en el discurso audiovisual—, queda claro que la mayoría de las muertes pudo evitarse si la gestión del Ministerio de Sanidad no hubiera sido tan descuidada e irresponsable, además de estar transida por una ola de corrupción signada por la compraventa de desinfectantes sin el nivel de efectividad requerido al ser diluidos.
La rigurosa labor de reporteros, bajo la guía de Cătălin Tolontan del diario Gazeta Sporturilor, revelando poco a poco los envéses, engaños, transacciones fraudulentas o mal habidas y desinterés por la verdadera medicina en función de egoístas intereses personales, partió de la prueba de hechos derivados de la búsqueda paciente, el escrutinio, la confrontación de fuentes y la valentía en la denuncia, lo cual causó la dimisión del primer ministro Victor Ponta, cuatro días después del trágico suceso.
El relato fílmico, tejido con una narrativa ficcionalizada que lo convierte en eso que algunos llaman docudrama, es pormenorizado y sutil; muestra no solo los hechos sino también los varios subtextos que esconden, sobre todo de índole política, lo cual implica un examen y una reflexión en torno al clima social, científico y espiritual de la Rumanía de la época.
Lo consigue gracias a un riguroso montaje, una mezcla eficaz de testimonios, documentos expuestos y dosificada pero abundante información de todo tipo, lo cual no afecta —al contrario— su ritmo sostenido y el interés que, desde los minutos iniciales y a lo largo de sus 109 minutos, despierta el agudo texto fílmico.
Nominado a lauros tan importantes como el Oscar, el Bafta y ganador en certámenes como los premios EFA del cine europeo o el Círculo de Críticos de San Francisco, Colectiv es, con justicia, el documental más visto en la historia del cine rumano, amplificado a medio mundo gracias a coproductores como la poderosa cadena HBO.
Haberlo visto mediante nuestra TV gracias a “Pantalla documental” es algo para agradecer.
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- Escrito por: Frank Padrón
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El western clásico, llamado en español oeste, iniciado en el cine norteamericano a principios del siglo XX, es un género asociado al colonialismo cultural, con yanquis blancos, idealizados y justicieros que mataban al indio, considerado bandido y enemigo. Como respuesta, hubo manifestaciones que revisaban tales concepciones racistas e imperialistas, como el western espagueti, surgido en Italia durante los años 60, con antihéroes ambiguos y donde era tan dudosa la catadura moral de víctimas como de victimarios.
En Latinoamérica surgieron más tarde variantes tales como el taco western, en México, o el churrasco western, de gauchos argentinos, que no cambiaban esencialmente esa perspectiva, la cual solo varió radicalmente a fines de los 70 en los propios EE. UU., con la variante “oeste crepuscular”, que sí subvertía las convenciones y tradiciones del género, focalizando más las complejidades psicológicas de los personajes, la pérdida de la frontera y los choques con la modernidad.
En esa línea genérica pudiera ubicarse perfectamente el estreno más reciente del programa “De Nuestra América” (CV, miércoles, 10:30 p. m.), el filme chileno Los colonos, ópera prima de Felipe Gálvez, que, basada en hechos reales desarrollados en 1901, se ubica en Tierra del Fuego, extremo de Sudamérica llamado también “el fin del mundo”. Peleas por las tierras, un terrateniente despiadado que arremete contra los aborígenes selknam, exterminados durante este período de la historia chilena, personajes oportunistas y de la peor catadura moral a quienes contrata para su misión (oficial escocés del ejército británico, un mercenario tejano y un criollo de gatillo fácil), dan cuerpo a un relato que, aunque un tanto lento en su despegue y en varios momentos de su discurso, va cobrando interés y consistencia dramática a medida que avanza.
Estamos entonces frente a un western que se despoja de sus códigos habituales y de su primigenia raíz colonialista para ejercer una mirada justa, que pone la historia en su lugar desde su perspectiva reivindicadora y anticolonial. También la subversión se expresa en lo artístico, desechando la violencia explícita por una más general y sistemática, incluso sexual —algo atípico en el oeste clásico—, y donde sobresale el vigor de la imagen y la banda sonora, la impecable dirección de arte que reconstruye a la perfección la época y el ambiente, más valiosas actuaciones como las de Alfredo Castro, Mark Stanley, Benjamin Westfall y Camilo Arencibia.
Filme que rastrea con exhaustividad y revisa con ojo crítico la historia chilena, también es una lección atendible respecto a lo específicamente cinematográfico.