A más de 30 años de mi participación como actor interpretando el personaje Alejandro, hijo de David, en la serie televisiva En silencio ha tenido que ser…, sigue estando en mi orgullo personal y profesional.

Lo primero a destacar es que fue la primera experiencia televisiva después de mis  actuaciones en cine (El brigadista, Los sobrevivientes y Guardafronteras) y estando cursando estudios de actuación en el Instituto Superior de Arte.

Recibía la primera invitación a trabajar de Jesús Cabrera, alguien que conocía y quería desde mi niñez, por sus frecuentes visitas a la casa para conversar con mis padres y luego darme un paseo en su flamante moto ”Harley Davidson”, que me fascinaba, y mis visitas a filmaciones acompañando a mi padre y actor Salvador Wood. Jesús se convertiría en el director con el que he cubierto más tiempo de trabajo en nuestra pantalla chica.

 

Repetía el disfrute de que mi padre estuviera cerca, aunque no compartimos escenas, él estaba en el elenco, junto a Sergio Corrieri, para mí, entonces, el hombre de Maisinicú; Mario Balmaseda, con quien ya había coincidido en mi primera película y la actriz María Eugenia García, que con su gran bondad no me dejaba otra opción que sentirla mi madre. Se trataba de un reparto numeroso y de alta calidad, pero solo menciono estos intérpretes por ser con los que mi personaje se relacionaba.

También reiteraba mi pareja con Lili Rentería, con quien tenía y tengo una gran amistad.

Trato de referir  las sorpresas que me alegraban en ese reto de haber sido Alejandro: el único cubano que veía y sufría a su padre David como un traidor. Con este personaje encarnaba por vez primera, conflictos de naturaleza absolutamente íntima, que me sometían  a una soledad emocional y una impotencia que marcaban gran complejidad, al tiempo que dejaban ver madurez y principios, al enfrentarlos. Tal destino trágico solo se aliviaba al relacionarse con la novia, o en el relativo apoyo de su madre, y se diluía al conocer la verdad.

Recalco la importancia de compartir las escenas con Sergio, gracias al que logré crecer el dolor y el sentimiento que merecían los momentos que me dedicó, especialmente a mí como su hijo, conmoviéndome su desempeño por la seguridad con que lograba resolver momentos difíciles y por su precisión y economía de acciones para expresarse a través de David. Cualidades que ya buscaba en aquellos inicios de mi nueva carrera.

Mi personaje no lograba completar un gran desarrollo en facetas y matices por integrarse a una sub trama propia de la vida familiar del protagonista de un  género que no estimula el melodrama, pero me sirvió para comprobar que no hay personaje pequeño cuando el tiempo en escena es exactamente el justo y necesario a la obra que se gesta.

Así fui avanzando en el cuento; y era tremendo cómo el público; valga recordar que el país se detenía prácticamente en el horario de las transmisiones, así no olvido a los pasajeros en la guagua apurando al chofer porque  ya eran las nueve de la noche… decía que era tremendo porque todo el que me reconocía me decía lo mismo: - ¡Pero niño! ¿tú no te das cuenta que tu padre es revolucionario?...

En respuesta: yo entrenaba mi mejor sonrisa.

Hasta que recibo la escena en que Reinier, Mario Balmaseda, me ha citado  para revelarme la verdad sobre quién es mi padre. Se trató de mi primer encuentro con un momento actoral tan fuerte, sobretodo por la exigencia  de sentimientos a brotar y expresarse con la misma brusquedad de la sorpresa que estaba recibiendo. Reinier trataba de acomodarme lo que debía informarme, pero yo me resistía a cambiar de pensamiento tan fácilmente, aunque  él decía exactamente lo único que yo quería escuchar: mi padre no era traidor.

La escena realmente conmovió al público y aún se le recuerda, al igual que la no menos complicada, en que le pido a mi madre una explicación por las cartas que descubrí en su cuarto escritas a ella por mi padre. Hace unos años buscando algo que ver en la tele, sin querer he vuelto a verla, y no pude contener el llanto; más que por la emotividad, por verme tan joven asumiendo un rol así.  Sentí una especie de compasión admirada por mí mismo, y a la vez una culpa personal por casi olvidar involuntariamente un espacio valioso de mi profesión. 

Hay que reconocer el excelente manejo dramatúrgico de las escenas y el diálogo de Abelardo Vidal, pues de hecho no hubo que corregir nada a lo que él concibió, y en particular recibí el beneficio con este personaje, de hacer valer humanidad en los personajes, fundamentalmente en el protagonista, quien, aún llevando adelante una trama esencialmente épica y heroica, no escapaba al azaroso rumbo de sus sentimientos más íntimos al interior de sus afectos  familiares.

Pero si mi Alejandro ayudó a que estas facetas quedaran lo más claras posible, tanto para mí como para el público, esto se le debe a la dirección de Jesús, que no me dejó solo nunca y me llevó a comprender lo importante que era lograr una alta verdad en esos momentos importantes del personaje y la trama, haciéndome sentir que para esas escenas había una sola manera de echar a rodar la cámara: tocando mi corazón.

 

                                                                                                                                                 Patricio Wood

                                                                                                             La Habana, 20 de febrero de 2015.         

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