Aproximaciones a fábulas, personajes, conflictos universales, que cautivan en la pantalla televisiva

Macbeth, Ricardo III, Capuletos y Montescos, el rey Lear, entre otros ilustres nombres, desafían el mal en historias que permanecen en la memoria de generaciones, gracias al magisterio del poeta, actor y célebre escritor William Shakespeare (1564-1616).

Los villanos vienen dando guerra desde tiempos remotos. El malhechor privado de principios morales, totalmente malo, es uno de los personajes tipo más atractivo del audiovisual y de la literatura. A veces huye con el botín de maniobras deshonestas, en otras ocasiones recibe un castigo, el cual implica la reconciliación que repara el equilibrio dañado, así ocurre en las familias de Romeo y Julieta, tras la muerte de ambos amantes.

Apenas se recuerda que obras y personajes clásicos, son fuentes nutricias de series, filmes, telenovelas. Públicos poco avezados en lecturas literarias descubren en la televisión y en el cine, sorprendentes héroes, heroínas, forajidos, cobardes, que “viven” acontecimientos de lo real o lo imaginado.

Los géneros de ficción propician el reconocimiento de conflictos en el televidente, quien los siente como propios al identificarse con lo presuntamente verdadero a partir de sus intereses y subjetividades.

Para responder al interés de generaciones, el Canal Multivisión mantiene en la programación dominical, espacios dedicados a la aventura, las estéticas de directores destacados y clásicos de todos los tiempos.

Sin duda, la TV se apropia de múltiples voces para montar un polidiscurso, el cual explora la dimensión afectiva de los humanos. Según el investigador John Fiske: “Leer y mirar televisión viene a ser un proceso de negociación entre el espectador y el texto. El uso de la palabra negociación es significante, pues implica la existencia de un conflicto de intereses, estos necesitan ser reconocidos, porque en el activo proceso de consumo, el espectador es un constructor de significados”.

La redundancia de las series despierta reacciones emocionales. Suelen cautivar por la novedad de la trama, los enfrentamientos en pugna, la crueldad vencida por la justicia.

El resguardo de los sentimientos y de la ética proviene del romanticismo del siglo XIX, se expresa en su forma editorial: la novela por entregas, en la cual hay referencias a figuras literarias: Balzac, Dickens y Dumas.

Algunas personas rechazan el uso de estructuras seriadas, el alargamiento del relato, los falsos clímax, la incorporación de diversos personajes-tipo en la estrategia comunicativa de la telenovela, lo que, guste o no, responde a la manera de contar afín con la narración popular, esta privilegia la sorpresa y la repetición.

Desde la perspectiva del séptimo arte, Tomás Gutiérrez Alea, reconoció: “el realismo del cine está en su capacidad para revelar, a través de asociaciones y relaciones de diversos aspectos aislados, capas más profundas y esenciales de la realidad misma”.

Lo cierto es que nunca han existido pueblos sin narraciones. Con independencia de las particularidades del soporte: escrito, articulado por la imagen, oral, cada relato exige una sólida estructura narrativa, la cual le permita dosificar la solución del enigma”.

La documentalista Niurka Pérez y el director de ficciones Tomás Piard coincidieron como jurados en un festival de televisión, para ambos, “el domino de la dramaturgia resulta esencial al contar una historia en el audiovisual. Las leyes que rigen cada obra son las que esta dicta al realizador”.

Por diferentes vías, los personajes inspirados en Shakespeare vuelven con otros atuendos, al llegar a la televisión aprovechan la capacidad del medio que, como ningún otro, nos hace sentir juntos.

En una época de crisis globalizada, enfrentamientos, pérdidas, angustias, urge sembrar amor. El audiovisual permite expresar una de las mayores virtudes del arte: la desazón que anima a pensarlo todo de nuevo, a revisar nuestra conducta sin descuidar la humildad de quien aprende a vivir todos los días.

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