La música cubana es una síntesis de diversas influencias que han moldeado la nación a lo largo de su historia. Desde las raíces africanas, pasando por las tradiciones indígenas, hasta las influencias españolas, cada elemento ha contribuido a crear un patrimonio musical vasto, complejo y en constante transformación y decodificación. Esta diversidad se refleja en la multiplicidad de géneros y estilos musicales que particularizan el universo sonoro de nuestro país.

Tal acervo sería imposible salvaguardar y divulgar adecuadamente sin las voluntades institucionales correctas. Qué música y bajo qué criterios proteger, sigue siendo a día de hoy uno de los debates más vivos dentro del gremio. No son pocos los que coinciden en el papel de los medios de comunicación cuando de jerarquización y promoción de valores culturales se trata.

La televisión, desde su nacimiento, ha sido la plataforma más agradecida para divulgar la música, cualquiera que esta sea.  Pero en tiempos de redes sociales y consumos alternativos, nuestro medio tiene grandes retos que sortear desde la investigación y el buen gusto. Apostar por formatos que en el pasado demostraron su efectividad se presenta como una contraofensiva interesante al mal gusto y los facilismos musicales.

En ese rescate del patrimonio, ya no solo musical , sino también televisivo, Cubavisión se dio a la tarea de rescatar un formato nacido en la década del noventa del pasado siglo, con el claro objetivo de demostrar que la buena música nunca pasa de moda pese a las tendencias e influencias extranjerizantes presentes en todas las épocas.

Lo bueno no pasa desde su creación hace casi treinta años,  redondeó el concepto del  programa musical histórico o de archivo. Valiéndose del increíble arsenal audiovisual que nuestra televisión posee, el programa en sus inicios era el reflejo de esa música, con su variantes genéricas, que habían hecho época en la década del cuarenta  y el cincuenta.

Más de una vez el formato recesó como propuesta televisiva, sin que esto supusiera un olvido en el imaginario de los públicos, que gracias a la contagiosa melodía de Vocal Sampling y algún que otro guiño cultural más, estaban clarísimos  de que “lo bueno no pasa, se queda siempre”.

Por fortuna desde hace algunos meses Cubavisión transmite una versión renovada del formato, para el bien de nuestro patrimonio musical, que por más vasto que sea, requiere de una defensa a ultranza por parte de los medios. Con una visualidad discreta pero efectiva, Lo bueno no pasa en esta “temporada” se percibe más riguroso en su investigación y en la selección de los materiales de archivos.

Mireya LLorca en su doble rol de guionista y directora del espacio, concibe una puesta entre la tradición y la modernidad: las imágenes de archivos son superpuestas en gráficos digitales para hablarnos –desde cierta hipertextualidad– de la necesidad de una recuperación histórica de la música valiéndonos de las bondades de la tecnología y la hipermedialidad. A ese acierto en la concepción visual se le suma la efectividad de los guiones, armados desde una fuerte investigación de cada uno de los temas y variantes genéricas tratadas en el programa.

Unas de las rupturas más notables del formato, en este regreso, es la conducción. Lo bueno no pasa se caracterizó siempre por contar con hermosas presentadoras que desde el buen decir y la elegancia dibujaban los trazos conceptuales de cada emisión. Pero el joven locutor Leyber Gómez no desentona en el gran reto de subvertir maneras de hacer, hijas de otro contexto sociocultural. Gómez es preciso, afable, con una presencia impecable que le hace conectar desde el minuto uno con el espectador. Se intuye dominio del tema, seguridad y pasión verdadera por este nuevo reto profesional.

Lo bueno no pasa es muestra de que la buena televisión no es aquella pletórica de artificios y derroches productivos. Lo que convierte a un formato en portento televisivo es su capacidad de educar y entretener con equilibrio, y con la suficiente honestidad para trascender en el tiempo.

 

 

 

 

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