En nuestra emisión más reciente del espacio “De nuestra América” estrenamos un filme guatemalteco, Rita (2024), de uno de los más prestigiosos directores de ese país: Jayro Bustamante, autor de la llamada “trilogía del desprecio”, dos de cuyos títulos (el primero, Ixcanul y el último, La llorona) figuran entre lo más premiado de esa producción en festivales internacionales.
En casi todo el cine del guatemalteco Jayro Bustamante —cuestionador, agudo, crítico— la mujer tiene un rol protagónico, así como las comunidades indígenas y la revisión histórica, las discriminaciones hacia sujetos preteridos dentro de la sociedad y las conexiones entre pasado y presente.
Autor de títulos significativos y multipremiados, todos estrenados en el programa, Bustamante se vuelca en su más reciente filme hacia un suceso que conmovió la opinión pública en 2017: el incendio que cobró las vidas de más de 40 jovencitas recluidas en una especie de orfelinato, sobre lo cual no ha habido aún explicaciones ni indagaciones oficiales sobre lo que se movió detrás del lamentable suceso.
Como en su filme anterior, el aclamado La llorona, el guionista y director echa mano del tan latinoamericano estilo conocido como “realismo mágico” para dar a su recreación de los hechos un empaque mítico: las jóvenes recluidas en ese lugar que se emparienta más bien con una prisión son realmente víctimas de abusos sexuales perpetrados en el seno de sus propias familias, pero son vistas por las autoridades del lugar como criminales, exonerando a los victimarios.
Las muchachas portan alas y se clasifican en diversos escaños: princesas, conejos, estrellas, hadas… y se mueven dentro del recinto o en el bosque adonde pueden acceder a veces como criaturas no terrenales: suerte de escape a las duras condiciones que enfrentan cotidianamente, dentro de las cuales figuran los intentos de violación de los policías y el sarcasmo o la indiferencia con que las tratan las “educadoras”.
La imagen sobrenatural y fantasmagórica que adquiere el relato porta en realidad su propio reverso: el aparente “cuento de hadas” se vira como un guante hacia una pesadilla con final bien infeliz, y donde se erige una denuncia certera al desamparo social de las adolescentes, sobre todo de sectores humildes, la complicidad de las autoridades con los verdaderos criminales y el silencio en torno a hechos que, como los que inspiraron el texto fílmico, aún siguen pendientes de esclarecimiento y justicia.
Bustamante logra armar su fábula con logrado tono, y aunque hacia el desenlace coquetea un tanto con el efectismo, las intersecciones entre lo infantil de la envoltura narrativa y la crudeza y tragedia de la realidad a que aluden se resuelven con una densidad estética encomiable, mediante un deslumbrante vestuario y efectos especiales imprescindibles para la historia, algo en lo que ayuda extraordinariamente también la fotografía llena de contrastes y matices lumínicos.
También sobresale la banda sonora, con una música coral de tipo sacro (por ejemplo, en las escenas de la fuga y persecución) y la serie de ruidos y efectos auditivos de gran peso diegético.
Las actuaciones son todas de indudable fuerza histriónica y muy centradas en los respectivos personajes, desde actores que repiten con el director después de anteriores y no menos valiosas experiencias, aunque esta vez en papeles pequeños (María Telón, Sabrina de la Hoz, Juan Pablo Olyslager), y los contundentes protagónicos de las jóvenes Giuliana Santa Cruz, Alejandra Vásquez y Ángela Quevedo.
Entre lo onírico y surrealista y el realismo mágico (que no por ello olvida la dura realidad que lo inspira), Rita es otro notable escalón dentro de la ascendente carrera de Jayro Bustamante y, en general, del cine guatemalteco.