El maestro Alden Knight comparte sus experiencias en la pequeña pantalla, a propósito del aniversario 75 de la televisión cubana.
La televisión cubana, en sus 75 años de creada (24 de octubre de 1950), acumula en su nómina a actores y actrices que, aunque no figuren como fundadores por la fecha de entrada al medio, han perpetuado un legado digno de resaltar, que sobrepasa cualquier expectativa.
Uno de esos artistas es Alden Knight, para quien la televisión cubana —según confesó— simboliza casi todo, pues a través de ese medio fue conocido en todo el país.
Acotó que, como espectador, conocer la televisión desde Guantánamo, donde vivía cuando iniciaron las transmisiones, fue algo fascinante y sorprendente, al descubrir que detrás de aquella pequeña pantalla había personas actuando a kilómetros de distancia.
En 1956, movido por el empuje y la satisfacción personal, Alden viajó desde el oriente del país hasta la capital para presentarse en el programa La Corte Suprema del Arte, dirigido por José Antonio Alonso.
«Gané —recordó— e inmediatamente comencé a hacer labores de declamación. Fue algo a lo que puse mi sello personal, algo así como una narración. Así me mantuve, y un año después me permitieron hacer programas profesionales».
—Muchos televidentes lo recuerdan por sus actuaciones en telenovelas; sin embargo, su diapasón interpretativo es mucho más amplio.
—Así es. Gracias al ejercicio de la declamación pude trabajar en muchos espacios de la televisión, porque la narración brinda herramientas para cualquier otro desempeño artístico. Trabajé en Miércoles Musical Conchita y Álbum Filin, de Osvaldo Farré, como indican sus nombres, ambos de corte melódico.
«En 1959, tras el triunfo de la Revolución Cubana, comenzaron a hacerse nuevos programas donde pudieron desempeñarse actores negros. Me llamaron por recomendación del primer actor Alejandro Lugo y me sumé al colectivo del espacio Así era Cuba como actor.
«A partir de entonces trabajó en programas infantiles como Tía Tata cuenta cuentos, en aquellos icónicos proyectos ideados por Enriqueta Almanza.
«Incluso llegué a hacer de payaso, incentivado por Edwin Fernández, quien me dio luz verde en este campo, en el cual él era un maestro. Edwin siempre sostuvo que interpretar a un payaso no es hacer payaserías; es algo muy serio, para causar risa y disfrute a los espectadores. Esa recomendación la adopté para poder ejercer en un mundo difícil y hermoso a la vez.
«Trabajé en espacios juveniles, en aventuras; del género recuerdo Juventud en peligro, y como personaje, a Gajisote, una figura de aventuras que reflejaba la vida de los cimarrones en los palenques cubanos. Fui parte, además, de todas aquellas novelas escritas para el espacio Horizontes, primero por Aleida Maya y luego por Mayté Vera. El viejo espigón y Por amor —conocida por el público como El pedraplén, protagonizada por Enrique Almirante— tuvieron gran aceptación por los temas, muy ligados a las realidades del momento».
—La televisión entretiene, instruye y educa, pero a los actores les cambia la vida. ¿Cómo influyó en usted el medio televisivo?
—La televisión le cambió la vida a muchos. Les permitió conocer cosas de cualquier parte del mundo. En mi caso específico, diría que no me cambió la vida, sino que me la continuó, porque tuve la oportunidad de introducir en ella una manera de hacer muy parecida a la que ya practicaba en el teatro y la radio.
«De igual manera, me brindó la posibilidad de trabajar con figuras como Ahsenet Rodríguez; Mayté Vera, como escritora; Hilda Saavedra y Obelia Blanco, actrices no blancas que pudieron acceder a la televisión gracias a las políticas implementadas a partir de 1959».
—¿Qué roles recuerda con mayor cariño?
—El Manzo, de El viejo espigón, y otros del espacio El cuento, del Teatro ICRT. Recuerdo con gratitud uno bajo la dirección de Pedro Álvarez, donde Verónica Lynn —dijo entre risas— era mi hermana, en una puesta atrevida pero interesante y muy bien lograda.
«Viene a mi mente también Un día de ira, de la cuentística latinoamericana, protagonizado por mí. Recuerdo igualmente Sizwe Banzi ha muerto, de la década de los ochenta, dirigida por Roberto Garriga, uno de los grandes directores de la pequeña pantalla cubana. La obra aborda sucesos ocurridos en Sudáfrica, y en ella compartí el protagónico con Ildefonso Tamayo».
—Hábleme de otros desempeños dentro de la televisión cubana.
—Aunque muchos no lo saben, fui director de programas, animador de espacios musicales y hasta me atreví a cantar —si bien no es mi fuerte—. Hice todo esto porque pienso que un actor debe atreverse. Nosotros, los actores, interpretamos la vida de los seres humanos en una sociedad donde hay cantantes, médicos… En fin, si nos corresponde interpretar uno de esos papeles, debemos hacerlo con la mayor profesionalidad y conocimiento. Eso es sentirse actor: romper esquemas, límites.
—A 75 años de la televisión cubana, ¿cómo observa su proceso?
—Cuando comenzó la TV cubana, teníamos un nivel tecnológico casi aparejado con el internacional. Ahora no; la técnica con la que contamos está bastante alejada de la de otras emisoras adineradas que poseen todos los recursos. Es una desventaja que necesariamente asumimos.
«Nuestra televisión va más directa a los hechos cotidianos, porque no se puede fantasear ni gastar dinero. Y aunque mi edad ya no me permite trabajar en estos proyectos, como espectador veo que hemos mantenido un nivel consecuente con nuestras posibilidades.
«Hoy se transmiten por Cubavisión dos novelas: Tierra de deseos (brasileña) y la cubana Regreso al corazón. Tierra de deseos tiene fantasías y mentiras poco creíbles, pero te va colando verdades ocultas que te atrapan, que te enganchan. La realidad del cubano es otra, marcada en alguna medida por tabúes. Esos se reflejan en Regreso al corazón, donde se intentan romper de una manera ordenada.
«Quizás a muchas personas de mi edad esta novela no les guste, o no la entiendan por el tema, pero la televisión está hecha para todos y para todo: para mostrar las dos caras de la moneda, lo bueno y lo malo, para combatir lo mal hecho, sin importar de dónde provenga. Sí, porque en sentido general, la televisión es una plataforma de creación que ayuda a transformar la sociedad».
Alden Knight, alejado hoy de las cámaras y otros escenarios, sigue siendo el mismo hombre risueño, jaranero y empático de siempre. Aprovecha su tiempo libre en su casa del Vedado para perfilar el trabajo de narradores orales y apoyar a otros jóvenes que intentan ganar un lugar en el mundo del arte.