Es 17 de diciembre. Raúl termina su comparecencia y me toma por sorpresa el establecimiento de relaciones con Estados Unidos. Que venían Gerardo, Tony y Ramón lo deduje porque había visto por Telesur a Alan Groos llegar a su país. Ese hecho más el anuncio de la comparecencia del jefe de estado cubano me reveló el regreso.
Como ya escribí pensé en dos personas en Fidel y Mirta, la madre de Tony. A ambos la vida les dio la posibilidad de ver el regreso de los cinco hermanos.
Pero pasan los días y me aterra el silencio de Fidel. ¿se ha reunido con los cinco? ¿Por qué no publica una línea? ¿Es cierto que escribe su autobiografía a marcha forzada, según dijo una colega? ¿Le habrán hecho una colostomía como me dice una amiga doctora?.
Quizás está tranquilo, en otra dimensión, a la que viajan los ancianos para no conocer a nadie, recordar lo que hicieron de niños y comportarse como tales.
Hoy es nueve de enero. Otra vez me llaman y me preguntan si se algo, que si habría una conferencia de prensa o si existe un movimiento raro de militares desde Venezuela.
Este seis de enero se por qué tuve a Fidel en mi cabeza desde temprano. Ese día de 1959 tuve mi primera muñeca linda, verdaderamente linda. Me la llevaron unos reyes magos, barbudos, especialmente uno alto, de perfil griego, fuerte, que caminaba con largos pasos y tenía una sonrisa pícara. Creo que entonces con nueve años me enamoré por primera vez.
Mi hermana y sus amigas, muchachas que me llevaban once o quince años, hablaban del Che, de Camilo… yo recibía sus reproches cuando decía que Fidel era más lindo.
Pasaron los años y admiré su oratoria. Pienso que si la reencarnación existe, Julio César vivió en él. Lo defendí tanto en cada instante que siendo una joven por nadita me busco que mi novio, un militar, usara su revólver por la incomodidad que sintió “tu no hablas del Comandante, alabas al hombre” dijo y por poco me deja sola en la holguinera Loma de la Cruz.
Pasó el tiempo y en el Festival mundial de la Juventud y los estudiantes en 1978, fui testigo en múltiples ocasiones de encuentros con Fidel, incluso en el carnaval organizado en el Malecón habanero. No se las veces que escuché decir a jóvenes que querían darle la mano para que le transmitiera su magnetismo. A mí siempre me ponían al lado de él cuando se subía en una silla o hablaba con delegados de diversos países.
Hablé con él la primera vez en un pleno de la Unión de Periodistas de Cuba. Yo estaba levantando la mano insistentemente y no me daban la palabra. En el receso Fidel bajó el estrado de la sala tres y vino directamente hacia mi. Yo estaba con dos colegas. “¿Qué quieres decir?” me preguntó y empecé a hablarle como si lo hubiera hecho toda la vida. Sociología, investigación, periodismo, públicos, mensajes… toda mi preocupación por el periodismo unidireccional que ha sido común en Cuba. Como muevo las manos al hablar, cuando él quiso decir que me entendía cubrió con sus largos dedos los míos y, curiosidad de la vida, es la imagen que recuerdo: las grandes manos de Fidel cubriendo las mías con el fondo verde olivo de su traje. Luego me puso el brazo sobre los hombros, caminamos unos metros ¡y no había un fotógrafo por todo eso!. Era el horario de almuerzo.
La segunda vez que tuve delante a Fidel perdí legal. Fue durante el primer proceso electoral en el que se eligieron los diputados por el voto directo, si no me equivoco fue en 1994. Yo era presidenta de un colegio electoral y estábamos en una reunión en el parqueo del Ministerio de la Industria Alimenticia. Se armó un revuelo y me dije ¿quién vendrá por ahí para alargar la reunión?. Pero cuando miré y vi unas cuantas gorras verde olivo pensé “ese es Fidel”. Él era. Se paró a un metro de mí. Entre su cuerpo y el mío estaba el de uno de sus ayudantes.
Empezó a preguntar y las respuestas no eran claras. Toqué a su ayudante y este le dijo “Comandante, aquí le quieren explicar”. Era sobre el proceso de votación: se le debía decir al elector que votara por todos o por los que consideraba que debían ser diputados. Fidel me siguió preguntando y yo respondiéndole sobre un asunto que me sabía al dedillo, por suerte. Cuando ya estaba satisfecho le dije “pero Comandante yo ante todo soy periodista y quiero unas declaraciones suyas”. El extendió la mano agarró la mía y sonriendo dijo “Aquí primero eres la presidenta de un colegio, pero ¿para donde trabajas?” “Radio Reloj” le contesté y me dijo “¿la grabadora, el papel?”. Le dije “no traigo nada, pero envíele un mensaje a los oyentes”. Creo escucharlo “dile que los saludo y que espero sean unas elecciones muy buenas”. A renglón seguido preguntó “¿Y cómo vas a llevar la nota?”. Ahí fue donde perdí legal: en vez de decirle “la paso por teléfono”, tenía que decirle que me diera “botella” y hubiera conversado más con él. Salí como un bólido a escribir el minuto que se difundió inmediatamente.
Luego, en el Sexto Congreso de la UNEAC conversó en el receso con un grupo en el que yo estaba ¡y tampoco había un fotógrafo!. Disfruté enormemente cuando hizo el análisis del racismo o de otros asuntos medulares de la sociedad cubana.
Lo he seguido por las cumbres, lloré cuando se desmayó en un acto en El Cotorro, cuando se cayó en Villa clara y por supuesto con aquella proclama suerte de testamento político.
He disfrutado cada unas de sus apariciones, cada uno de sus textos. Papá, así le digo, es el espíritu de la nación y quiero que VIVAAAAAAAAAAAA. No importa que no salga en un periódico o en la televisión. Quiero que esté. Por eso envidio a Frey Betto. Él estuvo cerca, lo tocó, habló con él, bueno y yo con esa foto que vi hoy, estoy feliz. Ahhh es 28 de enero, un excelente día para alegrarse por Fidel ¡y por todos nosotros!
(*) Este texto estuvo inédito hasta hoy.