¿Por qué exigir que el arte sea eficaz? La perspectiva de eficacia es propia de la propaganda. Los públicos quieren comprender esencias, que estimulen su capacidad de pensar, de completar ideas, lo cual solo se consigue con el arte.
Con notables aciertos, obras literarias y teatrales inspiran a guionistas y realizadores del audiovisual. Para realizar el filme Penumbras, Charlie Medina acude al texto escénico de Amado del Pino, Penumbra en el noveno cuarto. Su elección no es inocente: “La obra habla de tantas cosas, sobre todo de la búsqueda de la felicidad. Se trata de una historia narrada a partir de seres anónimos. Los personajes son perdedores, pero al entrecruzarse en un duro momento, lo humano consigue que superen las peores circunstancias”, explica Charlie.
Lo humano deviene clave en la ficción audiovisual. En cada puesta, los públicos participan en un pacto establecido a partir de expectativas que necesariamente se deben cumplir: empatía, reconocimiento o identificación. Lo interesante resulta entretenido, por tanto, tiene más posibilidades de cautivar a la mayoría.
Ocurre en el programa Vivir del cuento, protagonizado por Luis Silva (Pánfilo), que dirige Nachy Hernández. Percances, conflictos, situaciones del diario acontecer lideran en representaciones de este espacio, lo cual establece una complicidad premeditada entre intérpretes y espectadores.
Según apunta la acuciosa investigadora Nelia Casado: “Siempre la comicidad implica la afirmación de un ideal estético específico y una determinada forma de valoración de la realidad. Lo cómico es el concepto más amplio y totalizador; el humor y la sátira son formas de manifestarse dicho concepto. El humor lleva implícita cierta concordancia con el ideal, ello significa cierto sentido de aprobación”.
Pero no basta la escritura, el aporte actoral determina. Paula Alí y Raúl Pomares demuestran con maestría que una auténtica creación orgánica exige saberes, madurez, imaginación, disciplina, entrega.
“Sentir el personaje, vivirlo intensamente”, ha definido la primera actriz Martha del Río. Para el maestro Luis Carbonell: “Interpretar es más que voz y dicción, entrega total. Cantantes, actores y actrices tienen que convencer en cada acto creativo, único e irrepetible”.
Tensiones en la cuerda floja
La televisión engendra una estética propia, que el brasileño Artur Da Távola llama “de la superficialidad”. No en un sentido peyorativo o connotativo, sino “en su verdadera acepción semántica: algo que opera en la superficie de la percepción y de la sensación, en lo instantáneo, en expresarse de inmediato porque no existe la posibilidad de una nueva lectura”.
Mediante diversas temáticas, puntos de vista y estéticas, en el medio se asume la recreación de realidades-otras. A veces, los resultados no se corresponden con la intencionalidad del intento. La construcción de lo real cotidiano, del aquí y ahora, exige por parte de los públicos ir más allá, complejizar con disímiles honduras el ser y el hacer, porque en la vida “real” las cosas no se limitan a te quiero o no te quiero, ocurren de otra manera. El arte no es la vida verdadera –como se remarca en algunas producciones- el contenido de verdad artística de cada obra reside en la solución objetiva de su enigma.
Toda narración se desgaja en dos partes: la historia (lo sucedido a alguien) y el discurso (cómo se cuenta la historia). La coherencia entre ambas influye de forma decisiva en el producto artístico, donde cada elemento está dotado de particular contenido. Si esta relación falla, el resultado decepciona.
Moverse sobre las emociones resulta complejo, tanto como entretener manteniendo el principio de que la ficción haga pensar. De acuerdo con la cineasta española Lola Mayo: “el guion no es la letra de una canción tiene que diluirse para crear una película”.
Al llevar hacia delante una historia, nunca puede obviarse que se trata de una experiencia emocional llena de sentido, en la cual intervienen todos los implicados en el resultado audiovisual.
Es verdaderamente cultural aquella televisión que no se limita a la transmisión de la cultura ya hecha, sino que trabaja en la creación cultural a partir de sus recursos, lenguajes, expresiones y propios modos de ver.
En opinión de Ticio Escobar: “Cada vez más se evalúa la obra no ya verificando el cumplimiento de los requisitos estéticos de orden o armonía, tensión formal, estilo y síntesis, sino considerando sus condiciones de enunciación, alcances pragmáticos, impacto social, inscripción histórica, densidad narrativa o dimensiones éticas”.
El mal, enigmático y poderoso, símbolo de la peste para los antiguos griegos, irradia violencia en obras del audiovisual contemporáneo.
En otro contexto, desde diferentes circunstancias y perspectivas, ocurre en la telenovela argentina Vidas robadas, de 131 capítulos. Ástor Monserrat (Jorge Marrales), centrado en un fondo oscuro y abyecto, es el antagonista de la historia, que facilitó a los escritores Marcelo Caamaño y Guillermo Salmerón, y al director Miguel Colom, la denuncia de hechos anclados en una dura realidad sociopolítica.
Ástor dirige una red de prostitución organizada a partir del secuestro de mujeres jóvenes, que las convierte en esclavas sexuales.
Esta puesta motiva a pensar en la repercusión de la violencia en la sociedad. Relato crudo, dado a los tonos filosófico, tierno, agresivo, se cuenta en tragicomedia, género de la aventura, a través de estereotipos que simbolizan preceptos en lugar de complejidades psicológicas tridimensionales.
Esta obra confirma que el arte alerta sobre las apariencias engañosas, puede adelantar una idea, anticiparse al conocimiento social, con sensibilidad y emociones.
Como signo autónomo, el valor estético implícito de esta puesta no se reduce al significado unilateral de componentes ideológicos, cognoscitivos, formales, tampoco a la simple suma. Representa lo que el filósofo Kuzmín llama “una cualidad en sistema”. El significado de cada elemento: diálogos, actuaciones, encuadres, fotografía, diseño escenográfico, vestuario, peluquería, realzan el valor de elementos técnicos y expresivos y las relaciones con el resto de los componentes de la ficción.
Aquí lo natural resulta del juego premeditado. Detractores y asiduos defensores de las telenovelas quizás concuerden en que, en una época de crisis globalizada, de enfrentamientos sangrientos, pérdidas y angustias, urge sembrar amor con los pies en la tierra. El audiovisual permite expresar una de las mayores virtudes del arte: la desazón que anima a pensarlo todo de nuevo, revisar nuestra conducta sin descuidar la humildad de quien aprende a vivir en el diario acontecer.
Nueva era en el audiovisual
Desde las primeras décadas del siglo XXI es habitual que en los créditos de las mejores series figuren nombres de guionistas y directores cinematográficos: Quentin Tarantino, Lars Von Traer y Spielberg, entre otros. El cine y la televisión se han convertido, de forma paulatina, en vasos comunicantes en perpetua retroalimentación. Lejos de limitar el audiovisual contemporáneo, esta posibilidad inaugura nuevos caminos, que en la era digital permiten ampliar miradas e incursionar en temáticas, conflictos y estéticas disímiles, todo depende del creador y de los procesos productivos.
Coexisten en ambos medios, herramientas narrativas del arte y el ensayo, recursos como el flashback y el flashforward; no existen barreras ni soluciones vedadas. El espectador contemporáneo, crítico, participativo, se acostumbró a otros ritmos y complejidades propias de los cambios que ocurren en la escena mediática. De hecho, mantiene una estrecha complicidad con lo ocurrido en series, filmes, telenovelas, de acuerdo con las especificidades, normas y estructuras de cada género. Todo ha de ser verdadero, creíble. De lo contrario, no comunica. Los públicos siguen buscando verdad en las pantallas, sea grande o pequeña. De ahí que demanden ver para creer, definitiva complicidad.