El 6 y el 9 de agosto de 1945 cayeron sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, sendas bombas atómicas que provocaron la muerte -según cálculos conservadores- de más de doscientas mil personas, la mayoría población civil, y con cuyas secuelas de todo tipo siguen lidiando hoy los sobrevivientes.

Antes, durante y después de la detonación nuclear, cayeron sobre las víctimas bombas invisibles, que parecen inocuas, pero que aún en el presente siguen dinamitando la conciencia sobre la realidad y sobre la historia. Hace pocos días, en el acto conmemorativo por el crimen de Hiroshima, tanto el gobierno japonés como la ONU omitieron mencionar al autor de estos lamentables hechos, Estados Unidos. Penosamente, esa narrativa omisa y justificativa no solo ha calado en la clase política, sino también en la gente.

Es el resultado de la guerra mediática, de la manipulación de la conciencia, de cómo los medios hacen que amemos al opresor, al victimario. Es una guerra invisible que se libra a diario por el corazón y la mente de las personas y que en el caso de Cuba ha tenido siempre un rol primordial. Sobre el tema se habló este martes en Con Filo.

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