A propósito del documental Hay un grupo que dice…
Sentados en la sala oscura, los hombres y las mujeres de mi generación podemos ahora llorar y reír al mismo tiempo, privilegio poco común que nos regala el recién estrenado documental Hay un grupo que dice..., de la realizadora Lourdes Prieto, un “gracias por el fuego” al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI).
Es esta coproducción del ICAIC con el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau mucho más que una obra fílmica, de lo mejor del documental cubano de los últimos tiempos. Es sobre todo el resumen sincero y desprejuiciado de una época irrepetible, que hoy pudiera parecer muy lejana, aunque solo han transcurrido 40 años.
Ver a Cuba, y vernos a nosotros mismos (en blanco y negro, pero con todos los matices), durante los luminosos y turbulentos años setenta, nos hace también comprender mejor quiénes somos, y de qué estamos hechos. Acaso fuimos entonces, sin saberlo, “la arcilla fundamental de (aquella) nuestra época…”
Fueron los tiempos de la muerte del Che (impresionante el momento del filme donde parece que está hablándonos a los cubanos de hoy). Fueron los años de bailar al ritmo del Mozambique o de Bacalao con pan; los de las movilizaciones al Cordón de La Habana (recuerdo cómo iba con mis padres y recogía papas en un par de medias). Fue también la zafra de los diez millones, que no fueron; y de Fidel diciéndole al pueblo que la culpa no era de otros, ni siquiera de los norteamericanos, sino nuestra, y que él la asumía personalmente. Y de nuevo salimos todos, con nuestros padres a la cabeza, detrás del Comandante, a convertir el revés en victoria.
Éramos entonces aquellos pepillos y pepillas, incólumes en cuerpo y alma, que por primera vez nos fuimos con nuestras escuelas al campo, e inauguramos, también con Fidel y las ideas martianas, las secundarias básicas “en el campo”. Los mismos que íbamos a las fiestas con los “kikos” plásticos y luego llenábamos las plazas junto a nuestros mayores, para reclamar la liberación y recibir a los pescadores secuestrados por los yanquis; o para escuchar los primeros conciertos de la Nueva Trova y de aquellos fundadores del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que siguen siendo hoy –junto a los Beatles que nadie pudo impedirnos– nuestros principales ídolos musicales.
Qué bien por el documental de Lourdes Prieto, donde es fácil palpar el espíritu ardiente y el talento del poeta, escritor y cineasta Víctor Casaus, y de su compañera y duende María Santucho. Es un verdadero regalo regresarnos en imagen y sonido a los adolescentes Silvio, Pablo, Noel, Eduardo Ramos, Sara; al otro Pablo (Menéndez), al gran Leo Brouwer, a Sergio Vitier (que de tan cubanísimo nos saca la risa en medio de la melancolía), a Emiliano Salvador y a muchos otros de los fundadores del GESI, por solo mencionar a algunos de sus músicos.
Reconforta el alma verlos hoy reflexionar a corazón abierto, junto al propio Casaus y al profesor e intelectual Guillermo Rodríguez Rivera, sobre aquellos años, a veces muy difíciles, pero definitiva y positivamente determinantes en sus (y nuestras) vidas. Da gusto verlos hablar sin rencores del llamado “quinquenio gris”, como los vencedores que son hoy, finalmente, de la historia musical revolucionaria cubana, porque el GESI, como alguien bien apunta en la película, fue y es eso: la banda sonora de la Revolución.
Ausente en el filme, por razones que todavía cuesta mucho (y quisiéramos) entender, la voz actual de Pablo Milanés, quien por derecho propio debió sumarse a la reflexión colectiva sobre el quehacer del GESI y su contexto. Silvio no tiene reparos en mencionarlo con todo respeto, cuando cuenta ante la cámara las circunstancias de aquellos primeros encuentros en Casa de las Américas, Haydee Santamaría y Alfredo Guevara mediante. Emociona verlos bisoños y alegres en la pantalla, codo a codo guitarra en ristre, en unas imágenes que milagrosamente se conservan y que el filme recrea de forma espectacular.
Es una lástima, porque con esa misma melancolía, que una y otra vez nos humedece los ojos cuando disfrutamos Hay un grupo que dice…, más de una generación de cubanos nos preguntamos si alguna vez, –y ojalá no pase algo, y vuelva a repetirse la triste historia de los Beatles– volveremos a disfrutar a Silvio y a Pablo desde el mismo escenario y regresándonos al menos aquella Yolanda clásica y hasta hoy irrepetible.
¿Lo entendiste? Le pregunté a Daniela a la salida del cine. “Sí”, me dijo enseguida y sonriente la joven de 20 años. “Son ustedes, pero también los mismos problemas que tenemos nosotros hoy”.
Entonces, reflexionando allí mismo con Mayito y Rebeca, otros nostálgicos con ojos emocionados, comprendí las dos lecturas más importantes del filme: ya se va aquella época nuestra. En ella estuvimos e hicimos todo lo que pudimos y casi todo lo que quisimos. Qué lindo fue vivir soñar…
Lo que queda es la edad de los jóvenes, porque esa nunca pasa. A nuestros hijos les legamos, y con ellos compartimos, como lo hicieron nuestros padres, este presente ¿mejor?, ¿peor?... simplemente distinto.
Favor, no se molesten… También a nosotros nos parece que todo empieza de nuevo.