En su primera temporada, el concurso televisivo contribuyó a la promoción de la música popular bailable cubana

La primera temporada del programa competitivo Sonando en Cuba, después de muchos avatares, opiniones diversas, cumplió su rol de apoyo a la promoción de la música popular bailable cubana. El musical fue elogiado y criticado, como todo proyecto de este tipo en la televisión.

Unos amigos periodistas me comentaban que, en una etapa cuando convergían dos eventos de música de muy alto nivel, el programa televisivo arrasó con las encuestas de atención por esos días. El motivo es lógico, el gran público gusta del son, la salsa y todos los ritmos nacionales. Les interesan las competencias, la novedad, las expectativas –como a todos los públicos del mundo-.

Sonando en Cuba manejó, en su totalidad, esos resortes que son muy válidos; tomó puntos de referencia internacional, algo realmente válido, pues el mundo se mueve a través de modas que deben ser asumidas al revés o al derecho.

Se dice que los gastos fueron más allá de la pantalla, pero la experiencia valía la pena. Sabemos que la economía no está para empresas muy costosas, esta fue la primera experiencia, pero estoy seguro de que en la TV y en otros medios existen creadores emprendedores que pueden hacer maravillas sin tantos recursos. Los recursos son necesarios, pero las limitaciones existen y, se necesita, a toda costa, de programas competitivos que sean bien modestos, emocionen al público y donde aparezcan figuras nuevas y talentosas.

Hay que destacar las valiosas entrevistas a especialistas de la música para alertar sobre los problemas que estamos afrontando en la sociedad actual (reflejo de los tiempos). Es lamentable que la selección de los entrevistados no fuera la más apropiada, hubo opiniones muy desatinadas. Si se habla de música, esencialmente popular bailable, deben ser los conocedores de esa disciplina los que opinen. Un músico sinfónico puede ser un conocedor de la música popular, pero siempre es mejor que le dejemos estos asuntos a los que a diario andan con estos problemas a cuestas.

Digo lo mismo sobre los que hablan de las letras de las canciones, la lírica de la música bailable no tiene nada que ver con la lírica de los viejos trovadores. Ya lo dijo una vez Silvio Rodríguez cuando le preguntaron inquisitivamente sobre las letras de la música salsa: “No todo el mundo es un poeta”.

Sobre este tema de las letras de las canciones, ofrecieron opiniones acertadas e inteligentes dos conocedores que ya no viven: Danilo Orozco (musicólogo) y Rufo Caballero (esteta genial). Pero, todavía existe un Argelio Santisteban y algunos que saben cómo son las cosas de la cultura popular.

Y hablando de opiniones, quiero felicitar a Moisés Valle “Yumurí”, quien aprovechó la oportunidad de decir algunas palabras en defensa de la música bailable cubana: “Esa es la música que mejor nos identifica en el mundo y esa es la que hay que apoyar y levantar para decir quién somos”.

Para dedicarle un espacio al jurado, algunos consideraron que debía abrirse más a otros especialistas, de cualquier manera, los jueces, a la larga, no son quienes deciden el curso de la música. Las decisiones fueron indiscutibles, la chica ganadora tenía lo necesario: voz, encanto, juventud y gracia.

El público presente y televidente salió complacido, era la indicada para llevarse las palmas. Interpretó uno de los temas más triunfadores del boom de la salsa cubana, “Ya no hace falta”, de Lazarito Valdés, con un arreglo impecable. Una canción para lucirse y destacarse en toda la extensión. Esa canción fue popularizada por una de las mejores voces de la Cuba actual, Vania Borges, quien demostró la tremenda cantante que es.

Todos se quedaron con las ganas de ver cantar más a la ganadora y la participación de las y los concursantes en un “tú a tú”. Eso fue algo que se desaprovechó. El final pudo ser espectacular.

Es cierto que el programa tenía sus conceptos, pero no deben crearse a los aficionados falsas expectativas de triunfo, porque hay casos –como sucedió en el primer programa competitivo–, en los que no existía ni un mínimo de talento.

Para ser un cantante, en el verdadero sentido de la popularidad, hay que tener muchos atributos o un talento demostrado en algo muy específico: en la voz, el carisma o el ingenio. No olvidemos tampoco que el cantante debe tener una personalidad, no hablo de la belleza, sino de encanto, embrujo. El cantante es un vendedor de sueños y cualquiera no seduce a un gran público exigente.

La carrera de los cantantes es muy complicada, difícil y riesgosa. Casi nunca se sabe a ciencia cierta cuál va a ser el camino triunfal o de fracaso de un artista, en este caso el de un cantante popular.

Los jurados pueden definir el talento técnico (afinación, dicción, registro y demás requisitos vocales); pero, lo sabemos por experiencia, los cantantes no se definen ante un jurado, ellos se hacen (y esto lo he dicho en muchas ocasiones) ante un auditorio. Como resultado de la interacción con la gente en sus presentaciones, el cantante va creando su propio público, lo hace “dándole una vuelta a la canción”, como me decía el director de la Orquesta Sensación, Rolando Valdés, sobre el cantante Mario Varona, “Tabenito”, que sofocaba al propio Abelardo Barroso (el mejor sonero de Cuba, sin contar al Benny).

En el mundo de la salsa, en su gran momento durante la mitad de la década de 1990, vimos el caso específico de Manolín, El Médico de la Salsa, que apareció con aquello de: “Se te ve en la carita, que tú eres una loquita”. Poco a poco, fue inventando canciones atractivas, creando estribillos, coros, frases subliminales que se incrustaron en la mente de los bailadores y oyentes. Así logró una verdadera explosión de popularidad.

Sirva el anterior ejemplo para que veamos que el canto es un arte bien difícil de definir y casi imposible para asumir una posición de agoreros. En tal sentido, debe aprovecharse este entusiasmo de los concursos de cantantes, que no necesariamente tienen que ser para los aficionados. En diversas escuelas de canto actuales se encuentra mucho talento que anda en una esfera entre lo popular y lo profesional, y podemos utilizarlos en estas competencias. Lo que importa es la participación masiva.

Recordamos el programa Todo el mundo canta, en el cual colaboré y que artísticamente no se aprovechó de manera conveniente. No lo facturaron como un espectáculo y en eso falló lamentablemente. Sonando en Cuba sí se presentó como un soberano espectáculo, la televisión es para divertir, y de la diversión sale lo demás.

Debe pedirse a los creadores televisivos proyectos inteligentes, atrevidos y valiosos, que sean posibles y modestos, pero con ingenio, gracia y novedad. En el medio artístico existen muchos artistas que pueden aprovecharse convenientemente. Esperamos eso de la televisión cubana.

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