El género telenovela, tal cual lo conocemos, anda en una profunda crisis a nivel global. Es esa una verdad cada día más evidenciada por los índices de audiencia de las diferentes televisoras que aún producen este formato en el mundo. El agotamiento de los temas y las fórmulas dramatúrgicas, la chata visualidad que impone el género y la migración de los mejores realizadores y guionistas al mundo de las plataformas, han influido en la paulatina apatía de los públicos contemporáneos hacia los seriados que por más de seis décadas fueron el reflejo de las sociedades en las que se gestaban.

Hoy los realitys se convierten en las telenovelas de la televisión abierta, dejando sin medio de expresión y de subsistencia a infinidad de artistas y técnicos.  Hoy el viejo recurso del bien contra el mal no es tan efectivo, y prevalece el morbo y el escrutinio al que son expuestos personajes de la vida real, víctimas de una “sobreconstrucción” mediática.

Pero mientras en el mundo la telenovela agoniza, en Cuba parece tener mejor salud que nunca. Los públicos responden con fervor a las propuestas que desde nuestra televisión se generan, aunque estas no siempre cuenten con grandes estándares de calidad. Las historias funcionan, los actores conectan con la gente, y las redes se encargan de expandir el mensaje, en tiempos de crisis energética y de una abrumadora dependencia a la tecnología.

Diferenciar entonces cuando un folletín televisivo cuenta con valores reales o cuando es un “globo inflado” por la expectativa popular, se hace cada vez más difícil. El espectador común suele prestarle muy poca atención a los aportes visuales de la obra: prefiere disfrutar de una buena historia y de actores entregados por completo a su cometido artístico, aunque esto último muchas veces escasea.

Viceversa, la actual telenovela cubana transmitida por el canal Cubavisión, ha navegado con mucha suerte en sus primeros cuatro meses de transmisión. A la historia de seis amigos con sus vidas puestas de cabeza, a raíz de un accidente, le costó algunos capítulos tomar vuelo; pero cuando despegó, lo hizo para no volver jamás a tocar el suelo.

Escrita a seis manos por Amílcar Salatti, Yoel Infante y María Claudia Figueroa, la estructura de la obra permite que la acción no desfallezca, que los personajes evolucionen y que el espectador no pierda ni por un momento la atención en el relato. Como si de una caja china se tratase, las historias van transformándose, alternándose o multiplicándose, según las necesidades dramatúrgicas de los autores. El equilibrado uso de géneros y subgéneros como la comedia, el melodrama -con cierto costado trágico-, el policíaco, entre otros, cubre eficazmente las demandas productivas de un formato que en nuestro contexto persigue otros objetivos comunicacionales.

Viceversa ha tenido a bien, desde la escritura misma, dialogar con las audiencias de estos tiempos, que muy poco tienen que ver con los públicos consumidores de las telenovelas de antaño. Hoy los ritmos, los sistemas de valores, los paradigmas seguidos por la televisión internacional, son otros; y Cuba, en términos de comunicación, no puede ser una isla. Esto lo entienden los autores, que con mucho tino exponen temáticas y conflictos propios de las sociedades modernas. El bien debe seguir venciendo al mal, pero desde otros códigos.

Diálogos dúctiles y precisos, aderezados con una acción dramática constante, permiten que el relato se estanque muy poco, que los personajes evolucionen constantemente y que el discurso global de la obra navegue en mares de complejidad conceptual y ligereza anecdótica.

Estos derroteros del guion son entendidos con mucha pericia por Loisys Inclán, directora general del proyecto. Inclán viste a Viceversa con una visualidad espléndida, atractiva, lo más cercana posible a los códigos estéticos internacionales, aunque existan diferencias productivas más que notables. Pero la creatividad y el inteligente uso de los recursos, redefinen a la obra y la hacen un material digno en cuestiones de calidad.

El astuto uso de los planos y los movimientos de cámaras, a los que Loisys recurre constantemente, refuerzan el ritmo interno del relato. También se nota el marcado trabajo de las cadenas de acciones, que muchas veces se convierte en el talón de Aquiles de las telenovelas cubanas. Pero en Viceversa hay actores que se desplazan junto a la cámara, que tienen manías, que interactúan con el entorno y humanizan su corporalidad.

Mucha responsabilidad en eso ha tenido Eduardo Eimil en la dirección de actores; un experimentado hombre de teatro, que ha estudiado por más de una década el trabajo del actor en televisión. Estas investigaciones le ayudan a regular los tonos en cada uno de los intérpretes y a homogeneizar -lo mejor posible- las actuaciones.

El abultado elenco de Viceversa, responde -en su mayoría- con organicidad a las exigencias del guion. Existe disfrute, compromiso y un entendimiento cabal de referentes y premisas dadas por la directora general y el director de actores.

Miriam Alameda obtiene con Mónica su primer gran protagónico en una telenovela. El peso de la responsabilidad se siente en su interpretación comedida, certera y provista de intelecto. Mumi es una actriz que se vale del estudio, de la concentración y la indispensable retroalimentación que debe existir con los compañeros de escena.

En este sentido Luis Angeles León, quien interpreta al Yeti, violenta para bien, la energía de su par romántico. Angeles, ante todo, juega con su rol, y hace que los demás a su alrededor “traveseen” con él. El actor improvisa, redimensiona los textos y defiende con uñas y dientes la verdad de su criatura. La deconstrucción del Yeti es producto de una investigación ardua, profunda, pero a su vez con una gran dosis de intuición.

Por otro lado, Ángel Luis Capey vuelve a demostrar el gran histrión que es, con el personaje más complejo y tridimensional de su carrera televisiva. Silvio es un joven contradictorio, provisto de capas y rugosidades en su conducta. El joven actor lleva cómodamente a su terreno este rol que en otro intérprete hubiese sido menos empático, y por lo tanto, fallido. Montaner es además, poseedor de una gran voz y dicción, algo en lo que lamentablemente muchos de sus compañeros de escena flaquean.

El debutante Víctor Jimcavik cae una y otra vez en terrenos pantanosos con Armando, su personaje. Es Jimcavik un intérprete de limitados recursos, que se ven acentuados en los enfrentamientos con actores mejores entrenados y curtidos en los medios. Armando es un personaje, desde la escritura, en extremo complejo; “encarcelado” gestualmente en una silla de ruedas, que hace más retador la incorporación orgánica de ciertas emociones. Ni su decir, ni su apropiación del rol, logran florecer en el transcurso de los capítulos. Aunque poseedor de un físico envidiable y un rostro telegénico, no era este el histrión indicado para semejante responsabilidad actoral.

Eileen Acosta le da vida a Laura, y lo hace desde la frescura, organicidad y honestidad. La actriz se apropia muy bien de los textos que enuncia y entiende la evolución de su arco. Laura es un personaje de instantes, de atmósferas y Eileen capta magistralmente esos momentos. Su belleza y saber estar frente a una cámara, la consolidan como uno de los rostros más interesantes y prometedores de nuestros medios.

Patricia, por otro lado, es encarnada por Daliana González, que de las tres actrices principales es las que menos colores le aporta a su rol. En su piel. Patricia es una chiquilla majadera, sin energía ni temple real, algo que contrasta con la fuerza de sus parlamentos y situaciones dramáticas. Eso sí, González conoce su cuerpo a la perfección y lo pone a disposición de la escena, recurriendo más a la técnica que a la entrega.

En su conjunto, Viceversa ha demostrado en estos cuatro meses de transmisión, la fuerza de su estructura; una estructura cambiante, fracturada, que sabe despegarse o regresar al mismo punto de donde partió, en favor siempre de la historia.

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