Los proyectos de la TV privilegian la música popular –bailable y canción–, mientras la música coral e instrumental apenas se halla en la programación habitual.

Desde tiempos inmemoriales, la música devino una de las esencias más destacadas de la sensibilidad artística y afectiva de los nacidos en esta tierra y se integró al concepto de identidad nacional, con modelos propios que recrearon la fusión de lo autóctono con lo universal.    

En nuestras raíces culturales se funden –por solo mencionar lo más notable– singulares apropiaciones de la rítmica de los esclavos africanos, la estilización de géneros europeos como la ópera, la opereta, la zarzuela, la contradanza y modos de hacer norteños como el jazz, el blues y el spiritual. 

En el siglo XX, el auge de los medios de comunicación electrónicos de cobertura masiva se sustenta en las prácticas desplegadas en los más variados escenarios culturales.

En nuestra televisión fundacional, ni la carencia financiera-tecnológica de Unión Radio TV (Canal 4) –que comenzó a operar en octubre de 1950– impidió que la música deviniera uno de sus ejes de programación. En muchos casos se hermanó con la danza, la dramaturgia, la interpretación vocal o instrumental de solistas o agrupaciones de música culta o popular en diversos géneros. Así, entre otros formatos especializados, surgieron las revistas musicales.

Desde 1960, la televisión pública reconvirtió las siguientes influencias:

 

Amaury Pérez García, Manolo Rifat y Joaquín Condall nos legaron aquellos grandes musicales que desbordaron los estudios televisivos de orquestas, cantantes y bailarines, y que luego se expandieron a locaciones exteriores, incluso en monumentales espacios abiertos y, en lo adelante, su diapasón se amplió.   

El infausto Periodo Especial -años noventa del pasado siglo- y el bloqueo sufrido durante décadas; impactaron profundamente la costosa programación televisiva, fundamentalmente, los géneros de mayor complejidad y costo: los dramatizados y musicales que cantaban y contaban historias mezclando la música, el canto, la danza y la dramaturgia.  

Veinticinco años después -aunque los dramatizados sustentados en la música nunca se han recuperado- nuestra pantalla retoma la frecuencia semanal de varias propuestas musicales y, por añadidura, genera un verdadero aluvión de proyectos de esta disciplina que desplazan a otros géneros en la parrilla de programación, pues asimilan una parte importante del presupuesto general del sistema y de las horas-programación emitidas.  

No obstante, esta copiosa producción musical que emerge en nuestras televisoras nacionales y provinciales, no equilibra todo nuestro universo cultural; por el contrario, satura algunos géneros, ámbitos, formatos y estilos mientras omite a otros.

Toda estrategia artística-cultural y objetivo mediático debe corresponderse con el  momento histórico concreto determinado en que se produce; ya sean necesidades empresariales-mercantiles o las eminentemente culturales orientadas a reforzar la identidad nacional.   

El sui generis entorno cultural cubano se sustenta en los millones de egresados de enseñanza media y superior que conviven con varias generaciones formadas en las aulas de la enseñanza artística -nivel medio y superior- en diversas especialidades. Estos se nutren el vasto sistema de instituciones y se incorporan a un amplio diapasón de conjuntos de música culta o popular vocales, instrumentales o como solistas.

Desde el siglo XX, nuestros géneros de música lírica y popular se extendieron al  mundo -y aun hoy; ni cincuenta y cuatro años de bloqueo norteamericano anularon nuestro liderazgo latino en lo bailable y la canción. Como si fuera poco, nuestros coros, conjuntos de cámara, orquestas y solistas con frecuencia reciben lauros internacionales.

Sin embargo, estas variables propias de nuestro contexto no siempre se consideran en las estrategias y acciones del sector artístico y de los medios de comunicación. Un sucinto muestreo de la pantalla chica en el último bienio revela que:

Nuestros proyectos televisivos privilegian la música popular –bailable y canción– en sus  disímiles denominaciones y subgéneros, mientras los coros vocales, agrupaciones de cámara, orquestas y solistas instrumentales están ausentes de la habitualidad de la programación.

Paradójicamente, cuando por efemérides especiales, se emiten  conciertos vocales o instrumentales muy extensos; su falta de habitualidad repercute negativamente en su recepción por los televidentes.

Los escasos programas de música lírica o culta nacional o foránea (conciertos instrumentales, óperas, zarzuelas, operetas, etcétera) existentes privilegian grabaciones foráneas1 transmitidas fundamentalmente por los canales educativos de menor tele audiencia y en horario nocturno alto.

De las propuestas musicales realizadas en nuestros estudios, casi ninguna es totalmente musical. Lo más generalizado es el formato de revistas que combina la música con las escenas humorísticas, o las entrevistas formales o más ligeras -en serio o en broma-. La mayoría de estas propuestas carecen de originalidad y se parecen mucho en formatos, escenografitas y estilos televisivos.   

La música de producción nacional o foránea en todas sus variantes, interpretada en estudios –en vivo o grabados- o videos  clips, colman nuestras revistas informativas, promocionales, utilitarias o culturales, pero resultan extremadamente raros los coros o la ejecución de música instrumental de cualquier índole.    

Los conciertos vocales o instrumentales producidos en estudios son casi inexistentes, pues preferimos difundir las interpretaciones de cantantes realizados en los teatros que, una vez grabados, carecen de un horario estable de difusión.

En los últimos tiempos se han incrementado los concursos de canto de aficionados al arte, organizados y difundidos por nuestro sistema televisivo:

El año pasado, nuestra televisión difundió Revelación TV -de triste recordación- y algunas secciones insertadas en programas nocturnos habituales como Entre amigos y este año le sigue Sonando en Cuba; que por su múltiple monumentalidad, requiere de un análisis independiente.    

Estos concursos siempre han surgido en un momento histórico concreto y respondiendo a una necesidad específica:

Cuando en los años treinta pasados, la radio necesitaba renovar gradualmente al talento español profesional, que exigía altas tarifas, surgieron algunos certámenes, estimulados por las motivaciones comerciales de los anunciantes. Su máximo exponente, La Corte Suprema del arte2, devino movimiento artístico nacional que proveyó un talento cubano que por mucho tiempo -por su condición de estrellas nacientes- les confinó a percibir salarios muy bajos.  

Al triunfo de la Revolución -tras el éxodo de muchos artistas- se difundió un proyecto televisivo similar, con el objetivo de completar el talento audiovisual de nuestra programación.  

Decenios más tarde -cuando la oleada musical foránea nos hizo olvidar la música autóctona- la televisión crea Todo el mundo canta y Para bailar; espacios revitalizadores de los géneros musicales cubanos y forjan una hornada de cantantes que aun comparte escenarios con generaciones sucesivas. Años después, la sección “Buscando al sonero”, del programa Mi Salsa, orientó esta captación a un tipo particular de género musical.

Crear una cantera de jóvenes cantantes para la música popular bailable cubana en todo el país y producir un concurso-programa televisivo que les dé a conocer, constituyen objetivos muy loables; lo inapropiado es el contexto cubano actual en el que se produce.

Hoy por hoy, es inexplicable un concurso y un programa de tales dimensiones para multiplicar los cantantes de un solo género musical atendiendo a varias razones:

- La música popular es la más privilegiada en los escenarios públicos y en los medios de comunicación.

- Junto a múltiples cantantes profesionales existe una significativa masa de aficionados empíricos que ejerce en instituciones oficiales durante largos años sin remuneración,  inmersos en un limbo administrativo que les impide realizar las audiciones que garantizarían sus evaluaciones en las agencias para adquirir el status profesional

Sonando en Cuba despliega, junto a su compleja y monumental logística, un ingente esfuerzo productivo-creativo que asombra y preocupa en nuestras condiciones actuales. 

En tal sentido debe apuntarse la ardua selección entre casi mil participantes durante un año, hasta reducir a los dieciséis que compiten en el programa televisivo con dos meses al aire; el arsenal de acciones de merchandising y comunicación; las múltiples tecnologías utilizadas, el entrenamiento y asesoría; los servicios en función de los intérpretes o el  recorrido por provincias.

Resulta difícil entender en una televisión como la nuestra -lacerada por decenios de bloqueo y con tantas necesidades de programación insatisfechas o deterioradas- la asunción de un proyecto de tal extensión, por mucho respaldo que tenga del Ministerio de Cultura.

Otro sería el cantar si esta descomunal sinergia institucional-empresarial del sector mediático-cultural se hubiera propuesto revitalizar la producción y habitualidad de la música lírica –incluidas nuestras zarzuelas–, las obras clásicas de la literatura y el teatro clásico cubano y universal -cuentos, teatros, novelas, aventuras- y la programación infantil que tanto aportarían a la educación y a la espiritualidad de las nuevas generaciones que las desconocen.  

Sonando en Cuba, como proyecto cultural destinado a fortalecer los géneros bailables cubanos, es una excelente idea bajo otros presupuestos, plazos y fuentes que garantizaran mayor resultado artístico, en correspondencia con su monumental inversión. Tal y como está hoy, representa una victoria pírrica.  

No es negativo que un programa televisivo intente desplegar los mejores recursos audiovisuales y escenarios,  siempre y cuando no le domine la avidez por el espectáculo,  común en sus similares foráneas.3 En nuestras condiciones actuales algo de esta naturaleza solo puede lograrse a costa del resto de la programación.  

Notas:

1- Sus productoras son, la mayoría de las veces, europeas o norteamericanas, pero raramente iberoamericanas, latinoamericanas y casi ninguna cubana.

2- Gestado por CMQ Radio desde 1937, se recicló en los años cuarenta y los cincuenta, y llegó al audiovisual a fines del decenio de televisión comercial cubana.

3- Patrocinados en las televisoras comerciales por los anunciantes, práctica inexistente en Cuba.

 

 

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