Escrita por el santiaguero Félix Benjamín Caignet Salomón, El derecho de nacer  fue una radionovela que como una saeta ungida de sentimentalidad se lanzó al éter el primero de abril de 1948. Y aunque han transcurrido sesenta y seis años desde entonces, todavía sigue dando que hacer, pues desde la reelaboración hecha en 1987 por la Radio Cubana –que se atuvo a pie juntillas al texto, el estilo y la musicalización originales-, se ha seguido transmitiendo de vez en vez y de cuando en cuando por diversas radioemisoras nacionales, provinciales y municipales de nuestro país, con un notable éxito de audiencia.

Porque aunque de una generación a otra se haya trasladado de algún modo la historia que entrama la resistente bondad de Mamá Dolores, la pertinaz intolerancia de Don Rafael del Junco y los amores contrariados de Isabel Cristina y Albertico Limonta, en muchos hogares cubanos se han sintonizado una y otra vez los aparatos de radio a la hora exacta y en la emisora precisa, con tal de acompañar la conocida y lacrimógena trama como si se tratara de un novedoso hallazgo.

Sin embargo, hasta quienes conocen el argumento de El derecho de nacer, posiblemente no estén muy al tanto de ciertos avatares que la marcaron desde sus mismos orígenes. Uno de ellos fue que su salida al aire se produjo en la emisora CMQ, aunque en principio su autor se la había propuesto a la estación radial que precisamente le hacía la mayor competencia: la RHC Cadena Azul, cuyos directivos carecieron de la suficiente perspicacia para percibir con anticipación cuán atractiva podía resultar a la radioaudiencia nacional aquella novela.

Atractiva por sí misma en su condición melodramática, y también por las expectativas que en torno a ella se crearon. Algunas de ellas hábilmente fomentadas por el propio Caignet, que en un hecho sin precedentes se permitió el lujo de que el personaje protagónico femenino –Isabel Cristina- se hiciera presente en la trama varios meses después de iniciada la transmisión de aquel culebrón radial, que originalmente contó con trescientos catorce capítulos.

Algo así solamente podía ocurrírsele a Félix B. Caignet, que no escribía sus guiones de una vez, sino de a poco, y que en los inicios de la novela estaba mucho más interesado en desarrollar y complicar cada vez más la trama de Elena del Junco, burlada por un malvado seductor; de Albertico, el hijo bastardo resultante de aquellos ilícitos amores, y del patriarca don Rafael, el intransigente padre de Elena, que transida de dolor decide vestir los hábitos de monja.

Por eso cuando al fin se deja escuchar en el espacio radiofónico la voz de Isabel Cristina –encarnada por la actriz María Valero- ya dicho personaje ha calado hondamente en el corazón de los expectantes y sentimentales radioescuchas, tanto como ya habían logrado hacerlo Alberto Limonta y la célebre Mamá Dolores: el ama negra que le salvó la vida, le dio su apellido y lo crió hasta hacerlo no solamente un hombre, sino también un médico.

Pero si aquella dilatada aparición del personaje de Isabel Cristina respondió a una intención de Félix B. Caignet, a causa de ciertos escarceos contractuales y salariales que apartaron temporalmente del elenco al actor correspondiente, el guionista se vio en la obligación de acallar durante muchísimos capítulos a don Rafael del Junco, quien en la trama sufre un severo colapso tan pronto se entera de que el bondadoso y talentoso doctor Limonta es nada más y nada menos que su propio nieto. 

Un ataque como aquel tal vez no hubiera tenido en realidad tan prolongadas secuelas clínicas ni siquiera en aquellos lejanos tiempos, de no haber sido porque el actor que representaba en la novela a tan decisivo personaje exigió a la CMQ un salario superior al que devengaba, lo cual derivó hacia un litigio tan intenso como extenso. Y aunque Félix Benjamín pudo haber “matado” a del Junco, tal como le sugirieron los directivos de la estación radial y los patrocinadores de la novela, el más humano de los autores prefirió mantenerlo con vida, porque en la radio alguien puede recuperar el habla, pero es imposible que resucite.

Lamentablemente eso fue algo que en la realidad no pudo hacer Caignet con la afamada actriz María Valero, trágicamente muerta en un accidente de tránsito en el apogeo de su popularidad y de la radionovela. Otro de los desafiantes avatares que con suma pericia y sensibilidad logró sortear el talentoso guionista, llegado el momento de que otra actriz asumiera el protagónico rol de Isabel Cristina. Fue por ello que una vez más –y esta vez por un imperativo de la muerte- debió ausentar durante un tiempo al personaje para no lastimar la susceptibilidad de los oyentes.

De más está decir que además de la sentimentalidad que El Derecho de nacer derramaba a borbotones en las ondas hertzianas, avatares como la imprevista y temprana muerte de la Valero avivaron mucho más el fuego de la pasión que ya había despertado en los cubanos la radionovela. Una pasión que no reconoció fronteras, porque su trama ha sido llevada en más de una ocasión al cine y la televisión en numerosos países.

Tan apasionadamente se ha recibido siempre en otras latitudes la obra cumbre de Félix Benjamín Caignet, que cuentan que durante su transmisión a través de una emisora de Lima, la capital peruana, el actor que representaba a don Rafael del Junco fue apuñalado en plena calle por unos fanáticos oyentes, incapaces de perdonarle tanta maldad a dicho personaje, y –lo que es peor- de reconocer la abismal diferencia existente entre la realidad y la ficción.

También se dice que cuando en Japón se hizo una meticulosa versión del famoso melodrama cubano, los nipones tropezaron con un contratiempo étnico, porque su Mamá Dolores no podía ser negra, como en el original de Caignet, y por eso decidieron que la buena mujer fuera coreana.

Signada por los más diversos avatares dentro y fuera de nuestras fronteras, lo cierto es que la más célebre de las radionovelas que han sido y serán marcó un hito en su momento e incluso después, para que en la actualidad siga cautivando al público, sea cual sea el soporte en que se le presente. Debe ser que aun en el automatizado y cibernético siglo XXI –o quizás precisamente por eso- la gente sigue necesitando de una porción de sentimiento que le provoque lágrimas, y ya se sabe que sesenta y seis años después de su salida al aire en Cuba, El derecho de nacer lo sigue logrando todavía.

 

 

 

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