Cuando en el siglo XX la radio y la televisión irrumpen en los ámbitos domésticos  se inaugura un monumental espacio para la comunicación, la ideología, la información, la cultura y el entretenimiento cuyo impacto comunicativo-cultural-mercantil  aún perdura.  

El nuevo milenio hermanó la post-modernidad con las nuevas tecnologías de la comunicación y del conocimiento.

Su desarrollo y velocidad de implantación exponencial continúan generando nuevos soportes, productos y miradas  audiovisuales que coexisten y se relacionan con sus precedentes mientras sus novedosas prácticas,  rebasan al hogar y se proyectan hacia los más recónditos o desolados parajes superando sus propias expectativas.

Ni la dinámica heterogeneidad de este entorno comunicativo tecnológico-virtual, ni el paso del tiempo,  ni la aparición de nuevas filosofías productivas o perspectivas estilísticas, audiovisuales o comunicativas han anulado el perenne proceso de continuidad-ruptura de los formatos o productos nacidos en la televisión fundacional,  supeditada al modelo de radiodifusión con fines comerciales y por ende, a los fines de entretenimiento propios de la Industria Cultural; aunque esta delimitación convencional de los géneros dramatizados de ficción no haya impedido su dinámica evolución.

En este continente la televisión se forjó en el Norte. A nuestra América Latina le quedó replicar sus modelos tecnológicos-productivos y la tipología de lo que hoy llamamos programas. Solo las múltiples singularidades históricas de las relaciones entre Cuba y EE.UU., propiciaron el surgimiento en nuestro país de muchos modelos latinos de esos productos donde se evidencia nuestra identidad histórica-cultural. El más conocido de todos, el de la novela, se creó en La Habana desde 1952 - hace ya más de seis décadas- distanciada raigalmente de su predecesora yanqui, la soap opera.  

Dos de esos añejos productos, las series y las telenovelas episódicas centran continuamente el debate comunicativo sobre las prácticas productivas,  estilos y objetivos de esta programación.

Al respecto vale la pena el recuento histórico:

Durante tres decenios sucesivos nuestra fecunda y fructífera producción dramatizada televisiva se prodigó en variadas propuestas de emisión habitual cada semana enseñando a los cubanos a realizar y a disfrutar  como televidentes  un amplio diapasón de relatos clásicos o contemporáneos del drama o la comedia,  [1] en series, aventuras y telenovelas episódicas, cuentos, teatros, zarzuelas, operas, operetas, ballet o sketches. 

La depresión económica de los 90, anuló esta diversificación y capacidad productivas y tres decenios después solo contra viento y marea logramos una telenovela episódica de estreno al año, alguna aislada aventura seriada orientada a los niños o jóvenes y en los últimos periodos,  uno o dos restringidos ciclos de unitarios donde se adaptan cuentos u obras teatrales -generalmente de ambiente y temáticas contemporáneas- o  estrenan originales escritos para la televisión.

 Sobre esta exigua y no siempre exitosa producción dramatizada de ficción recaen los objetivos y funciones antes distribuidas en una amplia y diversa cartera de productos que satisfacía a variados públicos y respondía a disímiles demandas mediáticas o preferencias de las audiencias.   

Aunque la polémica que enfrenta o hace equivalentes a las series y las telenovelas parece eminentemente teórica,  tiene profundos vínculos con la realidad concreta:

Las series de estreno que hemos realizado ocasionalmente desde entonces,  asumen la denominación y el espacio tradicional de las telenovelas, de las cuales solo existe una nueva oferta anual.

La mayoría de las series que estrena el sistema televisivo nacional  y local son producciones extranjeras de primer nivel de realización y presupuesto -no latinoamericanas- que se alternan con dos o tres espacios habituales de telenovelas de América latina - excepcionalmente alguna europea o asiática-y una sola frecuencia de la telenovela cubana.

La reconversión de nuestros medios de comunicación de comerciales en servicio publico y los nuevos objetivos mediáticos modificaron la percepción del productor-emisor sobre algunos productos comunicativos y abandonamos muchas de nuestras  prácticas creativas-mercantiles.

En  los últimos tiempos, ante  la tendencia global  de fundir múltiples géneros de la esfera creativa, muchos realizadores han profundizado su distanciamiento de los códigos básicos de la telenovela,  intentando infructuosamente, suplirlos con los de las series olvidando que: la apropiación de las esencias de otros formatos o géneros está limitada por su propia identidad comunicativa.

Las extrapolaciones son permisibles hasta un punto  pues la serie debe seguir siendo serie y la telenovela, telenovela.  Ni el dinamismo televisivo de los últimos decenios ha logrado anular este precepto genérico.  

Aunque el tipo de serie mas frecuente en pantalla aparenta ser una sumatoria de capítulos independientes que alterna objetivos, temáticas o asuntos;  en realidad todos los episodios mantienen una sólida línea argumental donde evoluciona la historia de los personajes protagónicos y del relato en cuestión. Su historia lineal – que no elude las retrospectivas- aborda los más disímiles ambientes y tópicos y en su acelerada progresión dramática se suceden velozmente,  acontecimientos, hechos y sucesos.

Por su parte, la dramaturgia de la telenovela abunda en recursos audiovisuales y códigos provenientes de su legado romántico-melodramático-folletinesco. Es decir, elementos que ayudan a recrear y retardar el desenlace final de la historia de amor central,  cuyo final feliz se ve obstaculizado por la inserción constante de triángulos amorosos,  anticipaciones, secretos, villanías, etc., etc., etc.

Entre las disímiles modalidades actuales de series foráneas hoy se incrementan aquellas que vuelcan a sus diálogos un gran caudal de información especializada sobre universos variados – policiaca, histórico, cultural, legal, medico, científico-. Mientras esto sucede, en todas sus vertientes temáticas o ambientales; las novelas utilizan un lenguaje sencillo, directo y claro.

Son muchas las series actuales respaldadas por deslumbrantes recursos investigativos, financieros y tecnológicos -valor añadido  que marca su identidad y las supedita a las condicionantes sociales-productivas-culturales de cada modelo de radiodifusión y productor.  En consecuencia, como otros códigos, resulta muy difícil de extrapolar a otros géneros.

Ambos formatos difieren además en las especificidades de tipo, ritmo y duración de los planos o escenas y en el tono de la representación. 

Pese a su invisibilidad aparente, la relación del producto con el televidente constituye otro de los obstáculos importantes para esta trasgresión genérica.

Por decenios el receptor  ha estructurado sus hábitos de tele audiencia y conoce los códigos de cada producto. Violentar sus límites no solo traiciona la promesa tradicional de la televisora y del género en cuestión sino su expectativa en el proceso de recepción. La audiencia admite renovaciones, no timos.

Como todo producto simbólico la telenovela tiene sus técnicas, métodos y recursos distintivos que establecen una relación sinérgica interna con otras disciplinas. Quien pretenda experimentar, innovar o renovarlas debe, además de conocer la tradición, saber hacerlas, dominar ese oficio y respetar el concepto original que se ha mantenido intacto pese a su diversificación en estilos en la televisión mundial.

En pleno siglo XXI, cuando la humanidad lucha a brazo partido contra la  discriminación,  asombra constatar el desprecio de algunos realizadores hacia las telenovelas, a quienes  per se, califican como enajenantes.

Lo más paradójico es que no albergan similar sentimiento despectivo para la cartera de  productos y expresiones simbólicas masivas o no que le proveyeron sus recursos, códigos y estereotipos como fueron, entre otros; el teatro, la novela literaria, la historieta, la cinematografía, etc.  

La tipología de programación televisiva surgió con fines de entretenimiento y distracción pero tal condicionante histórica no anula su valor cultural como producción industrial mediática y artística de la contemporaneidad.

Desde los años sesenta del pasado siglo,  el francés Edgar Morin, líder de la Teoría culturológica, nos enseñó que la producción mediática,  por su condición masiva e industrial,   no era una forma inferior de la cultura sino su más novedosa manifestación.

La telenovela se ha mantenido por más de sesenta años en el imaginario colectivo de Cuba,  del continente y de todo el mundo.

Ni las visiones elitistas y reduccionistas han podido ignorar a los millones de televidentes que las han convertido en una de las prácticas de la cultura popular con mayor impacto en la sociedad.

Por demás, su expansión a otros mercados y culturas, han hecho de la producción y recepción de telenovelas una zona importante del patrimonio nacional, iberoamericano y mundial.

Ninguna telenovela es enajenante por su condición genérica.

Como el resto de las creaciones simbólicas,  solo existen telenovelas buenas o telenovelas malas.



[1] Nos referirnos a las ofertas estrictamente dramatizadas, excluyendo en este análisis,  el resto de los productos que insertan la representación escénica con fines documentales o de orientación social.se

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