Han transcurrido varias emisiones de la serie “Promesas” y convincentes conflictos con diversos niveles de realización, en sentido general, siguen ganando aplausos.

Búsquedas y contradicciones nos van permitiendo movernos desde una lograda sonrisa, hasta el desgarre total; eso sí, como espectador agradezco que hasta hoy haya primado la mesura, la contención—aun en las más difíciles situaciones—, lo que habla de un riguroso trabajo de dirección actoral.

La variedad de los tonos dada las características del espacio está marcada por lo dramático y las primeras palmas en ese logro, a mi juicio, está en la selección de los protagonistas y en el alcance conflictual que en ellos se ha volcado. Esto nos ha permitido hurgar entre enfermedades de tipo sicológico—recuérdese el primer capítulo en manos de la siempre convincente Yailene Sierra—; obsesiones como la gula, pasando por frustraciones de familia que conllevan a conflictos de violencia, hasta llegar a la mentira como eje y caos de todas las cosas.

Resulta de gran agrado el haber visto nuevamente en pantalla al actor Rolando Rodríguez, (el Yeyo) de la serie LCB, dirigida por Roly Peña, y ahora convertido en el gordo “Vladimir”: un personaje que se mueve dentro de la ironía, sin dejar de tocar en muchos momentos la tragedia, sin apartarse de un muy buen logrado sentido del humor. Escrito por Alberto Luberta y dirigido por Yoel Infante, dueto ya reconocido en televisión, este capítulo le regresa al televidente un actor que en pocos años de carrera no se ha visto sujeto a una apreciación meramente física y ha logrado convencer desde una verdad actoral permeada de auténtica sencillez y de un carisma que, sin dudas, lo caracteriza.

En el caso de “Vladimir”, Rolando interpreta a un joven muy grueso que encuentra el amor a primera vista, en medio de una situación límite de salud, pero es rechazado; a partir de ahí debe comenzar el camino—por suerte logrado— de la aceptación, primero de él, para luego ser visto sin tapujos por un entorno, donde la dosis de crueldad natural nunca falta.

En una reciente conversación Rodríguez me aseguraba que se considera un actor bastante versátil, que gusta de encontrar en todos sus personajes vínculos que le conecten con ellos. Apunta en ese sentido: “creo que tengo buen tino a la hora de seleccionar cuáles son las acciones y emociones adecuadas para cada rol que interpreto”.

Y por ahí desarrolló Rolando Rodríguez una cadena de acciones que culminaron con una relación empática con el televidente. Fue esta una historia donde la excelencia de Paula Alí contribuyó en mucho al apego hacia el personaje protagónico, al ser su mayor sustento emocional, y ante esa realidad Rolando estuvo en franca consonancia. Las escenas del baile en casa con la abuela en un espacio cerrado y las finales en una discoteca, como centro de entretenimiento y socialización, denotan el crecimiento de un personaje que no exento de dolor apuesta por su realización plena.

Y así “Vladimir” dejó un sabor muy agradable en el televidente

.Más que promesas

De igual manera, la cuarta emisión fue la historia desgarradora de “Julián”, donde la actuación de Carlos Gonzalvo ofrece una clase de actuación.

Posiblemente sea este capítulo, escrito por Lil Romero y dirigido por Jorge Campanería, uno de los más difíciles de la teleserie. Dejemos que el tiempo pase, pero tiene todos los componentes marcados para que así sea: una narración donde a cada paso se aprecia una cápsula de contenido, en la que todas las escenas dejan abiertas señales de complejización sicológica, a partir de un sugerente suspenso, y con un punto de giro que es la estancia en el hotel, momento en el que se desatan todos los hilos sicológicos de las distintas personalidades.

Qué decir del joven actor Andro Díaz, convincente de principio a fin, aparentemente introvertido, pero con un mundo interior indescifrable para sus padres. El televidente se torna cómplice de una historia en la que la cámara actúa como un personaje más, que parece conducir la reflexión a partir del no inocente uso de los primeros planos.

La escena final donde “Odalys” sigue siendo el sostén de una familia que se desmorona, sin una lágrima, crea tantos significados como dolor desplegado en casi una hora de buen dramatizado.

De ese modo, “Promesas” sigue apostando por la concepción y puesta en marcha de trabajos que hablan muy a favor de la serie en televisión. La voz de Luis Alberto García, en su rol de narrador, dimensiona lo que será contado en sus dos importantes off, en la presentación y luego en el desenlace del conflicto. Así condiciona desde el principio la atención de las miradas hacia el ser humano que tienen un espacio determinado, pero cuyos conflictos cobran tal universalidad que los podemos encontrar a cada paso, aun cuando cada actuar esté precedido por una promesa por cumplir.

 

 

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