Acercamiento al filme Penumbras, del director Charlie Medina.

¿Qué sienten los seres humanos en situaciones límites? ¿Cómo salvarse y alcanzar la felicidad en medio de ríos turbulentos?

¿Quién tiene la   verdad, al momento de decidir el camino, en circunstancias difíciles? Son algunas de las interrogantes que abre Penumbras, ópera prima en cine digital del director Charlie Medina, basada en la obra teatral Penumbra en el noveno cuarto, del dramaturgo Amado del Pino.

En Cuba, a finales de los años noventa, se decide la serie nacional de béisbol. Un pelotero famoso, en el declive de su carrera, y la amante,  llegan a una posada de La Habana, donde conocerán a Pepe, un posadero, expresidiario, drogadicto, fanático del deporte nacional. La relación que surge entre los tres está marcada por el desencanto, la aplastante realidad y el reto de un futuro incierto.

No basta abarcar el todo con una mirada, solo el tratamiento fílmico   creativo permite hacer visible lo que ocurre y cómo ocurre, comunicar estados de ánimo, emociones; exigencias indispensables para satisfacer a un espectador ávido de que le cuenten la historia.

Reinterpretar la puesta teatral en el lenguaje cinematográfico constituye un desafío, el cual asumen Medina y su equipo a partir de la recreación de esencias, que involucran el actuar humano desde las perspectivas lingüística, narrativa y ética.

Consciente de que la parte sumergida del iceberg en el relato ofrece    significativas complejidades, el director despliega su filosofía a partir del blanco y negro, -fuerte elemento dramático-, la conceptualización estética de la definición de encuadres, el valor de los planos, saca filo a la intriga, deja claro que la anécdota no es lo trascendente, sino el magna de     soledades, frustraciones, desencantos, angustias, el deseo de conquistar la felicidad. Tal aspiración subyace en Pepe (Omar Franco), Lázaro    Prado (Tomás Cao), Tati, (Ismercy Salomón) y Renato (Omar AlÍ), quienes habitan en ambientes donde los conflictos se sienten en la densidad   verbal de las imágenes, el diseño de atmósferas intimistas, en espacios reducidos, los cuales intensifican la agudeza de un texto artístico doblemente invasivo, que en múltiples sentidos, bucea hasta el fondo del alma.

El guionista Carlos Lechuga asume que la soberanía de la ficción no se consigue solo con palabras, establece en la estructura dramática un    punto de vista convincente, el cual respeta teniendo en cuenta que la vida está hecha de razones y de emociones. Este diverso, amplio universo, condiciona el tratamiento y la continuidad del melodrama, aprovecha su gama de posibilidades para expresar actitudes humanas, sin buscar un verismo pretencioso, que suele lastrar con frecuencia las potencialidades de ese género no realista.

La historia es dura, y el conjunto de la puesta fílmica acentúa dicha    condición: la teatralidad consciente, las penumbras donde se mueven personajes-tipos a favor de un juego, al parecer fuera de serie, porque sus soluciones no están preparadas, son el resultado de lo fortuito, fluyen en el entrecruzamiento de experiencias diferentes, sin obviar, -como   ocurre en esta obra-, que la amistad y el reconocimiento del otro, son  indispensables al afrontar disímiles angustias en cualquier circunstancia.

La interpretación de Omar Franco (Pepe) da luz y color a su personaje-tipo, que toma de la cultura popular, de la poética de la gente común, la auténtica savia irreverente. Sienta pautas en el relato, en tanto  protagonista que cautiva con la fe y la verdad de la actuación, mediante una rica idiosincrasia, asentada en la defensa del bien, su razón de ser como símbolo de la ética.

Con Tati, Ismercy Salomón explota amplios registros vocales, logra un desempeño convincente, demuestra la seguridad de una actriz fogueada en la escena teatral, condición que utiliza con inteligencia para   entregarse a las esencias interior y exterior creadas por la ilusión fílmica.

El pitcher, interpretado por Tomás Cao (Lázaro Prado) no siempre logra la estilización de la actitud que encarna. Memorable pudo ser la escena frente al espejo, donde, al parecer, no sintió la presencia del otro que acecha en la confrontación virtual.

Omar Alí (Renato), dúctil, seguro, defendió de principio a fin su tipificación de vividor individualista.

Penumbras motiva a releer una y otra vez en el texto artístico, pues deja la inquietante sensación de que algo misterioso quedó fuera del alcance de la lectura más atenta. Hay mucho por desentrañar en el frondoso    repertorio de sentimientos, pérdidas, reencuentros, el cual incita a       revisitar la proverbial facultad dialógica de la obra.

El filme deja puertas abiertas, incluso a partir de la premisa en interrogante, tal vez enfocada hacia cómo podemos salvarnos si tenemos fuerzas y motivaciones para lograr la felicidad.

Arroja luz desde la sombra con una puesta en escena, donde sonidos, gestos y acciones, proponen una polisemia sugerente inherente a los nueve innings del juego de béisbol, apenas un pretexto discursivo para tocar fondo en algo tan difícil y poco conocido como la vida del ser  humano en situaciones límites, al tiempo que busca espacio para la    desinhibición emancipadora, sin desprenderse del proceso sociocultural, con el sentido de iluminar realidades posibles en condiciones diferentes.

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