Exposición presentada en el espacio ComunicarTV, el 22 de enero de 2019

La historia, vista como uno de los campos del conocimiento, tiene ciertas peculiaridades como: el hecho de imbricarse con el resto de las esferas del conocimiento (en el sentido de que existe una historia de la economía, la política, las religiones, etc.); tener una significación medular en la formación de las nacionalidades y, por tanto, de las identidades de regiones, países, pueblos; y acompañar a los individuos durante un largo período de la vida, en su tránsito por diferentes niveles de enseñanza.

Debido a esas razones, resulta imposible estar ajeno a la historia pasada. Cada uno tiene experiencias anteriores con dicha materia, devenidas en referentes que influyen en el vínculo de los receptores con los contenidos históricos promovidos en los medios de comunicación.

La historia, en el caso de la televisión, supone una recreación de realidades remotas a través del lenguaje audiovisual, lo cual marca una diferencia notable con la lectoescritura, como forma de acercamiento al conocimiento. De cara a los televidentes, puede tributar entonces a la validación de hechos ya aprendidos y/o la incorporación de nuevos saberes. Estos serían dos usos básicos de los contenidos históricos, pero que no bastan para estimular la conducta de los públicos, pues también tiene una incidencia crucial la manera en que se conjuguen y presenten dichos contenidos en los programas.

No es lo mismo abordar la historia desde un espacio de orientación social, un documental, una ficción o un programa de concurso, ya que las pautas genéricas median en el alcance de una propuesta (en términos de público). Pero el uso de uno u otro formato no determina exactamente el nivel de aceptación del producto audiovisual, sino su puesta en pantalla. Por ello se pueden encontrar obras exitosas en la Televisión Cubana, de diferentes tipos, léase: De lo real y maravilloso, Como me lo contaron, Elogio a la memoria, Duaba, la odisea del honor, LCB: La otra guerra, por solo citar ejemplos de épocas más recientes.

No obstante, se debe reconocer que los materiales de ficción tienen una resonancia superior. Los Índices de Teleaudiencia fácilmente pueden triplicar los obtenidos por el resto, según se ha observado en el comportamiento de los espacios históricos en los Estudios de Medición de Audiencias del Centro de Investigaciones Sociales (CIS). Además, la ficción exhibe mayores potencialidades para la comunicación con el espectador, para transmisión efectiva de mensajes, por lo que sí debiera privilegiarse dentro de la producción nacional de este tipo de obras televisivas.

A la hora de proyectar y evaluar las propuestas de contenido histórico en la Televisión Cubana es necesario considerar, en primer lugar, que no suelen tener una amplia convocatoria entre los espectadores (las audiencias regularmente no superan el 7,0%1). Por lo general, se prefieren otros géneros y ofertas de la programación orientados a cubrir necesidades más perentorias en el ámbito del consumo televisivo. Sin embargo, es común que muchos espacios ostenten altos Índices de Gusto, lo cual indicada el nivel de satisfacción de las personas que se exponen a ellos.

Por estas razones resulta crucial, desde la concepción del producto, tener definido el segmento de público al que va dirigido, en función del cual debe diseñarse toda la propuesta. Paralelamente hay que acertar en la ubicación del programa en la parrilla, ya que una estrategia inadecuada en este sentido puede vulnerar la recepción de la obra. Todo ello posibilitaría un mayor aprovechamiento del auditorio potencial.

En segundo lugar, en cuanto a los contenidos propiamente, es importante evitar la saturación. Alrededor de una efeméride suelen transmitirse un cúmulo de materiales alegóricos, cuya reiteración conlleva al posible distanciamiento de los espectadores, que además pueden predisponerse por tan cotidiana práctica. Igual la idealización de los héroes y su maniqueísmo es un hecho común, criticado en muchas ocasiones, que lastra la posible identificación o empatía de los públicos con esas figuras, además de la comprensión, desde el presente, de su rol en la historia y del tamaño de su proeza en tiempos pretéritos.

En tercer lugar, los programas requieren una factura moderna, con un lenguaje audiovisual que dinamice y clarifique los temas tratados; por el mismo motivo debe ponderarse la presencia de buenos comunicadores en estos espacios, por encima de letrados que no dominen las herramientas necesarias en la pequeña pantalla para dialogar acertadamente con el espectador.

Por último, puesto que invariablemente todos tenemos diferentes niveles de conocimiento sobre la historia, un punto cardinal es pensar siempre qué de nuevo se va a ofrecer al televidente y cómo se va a realizar, para que ese pasado “conecte” con su vida actual. Para ello hay una fórmula inequívoca: emocionar; en el medio televisivo esa es la vía más corta y segura para captar y mantener la atención del espectador, hacer que se implique con la propuesta y se apropie –de una forma u otra– de los mensajes del emisor.

Construir una historia que emocione –desde los géneros, formatos y presupuestos estéticos– es hoy uno de los grandes retos de la Televisión Cubana, una tarea pendiente, cuya importancia trasciende la mera calidad de la programación televisiva y requiere sumar no solo voluntades, sino acciones concretas.

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