LA HISTORIA, y valga la mayúscula, se hace con un poco de héroes excepcionales y millones de seres anónimos. Foto: Cortesía del fotógrafo norteamericano Bill Hackwell

Pero todo parece indicar que desde que el homo sapiens por casualidad prendió el fuego, o mucho antes cuando tomó un palo con la garra que sería una mano, comenzó la sobredimensión del individuo que se destacaba por algún hecho.

Claro que con la escritura y luego con  el papel, el acto de escribir la historia tomó otro camino: quien emborronaba los párrafos defendía o estigmatizaba a los hombres y una que otra mujer destacados en una batalla o en una querella.

 

Así nacieron los arquetipos de héroes positivos y negativos, luego llegó la imagen estática primero y después en movimiento que potenció la dimensión de algunos hombres hasta lo sublime, haciéndolos inalcanzables para la mayoría de los mortales.

 

Esa manera de ver a los héroes siempre me ha molestado. Creo que ellos y ellas son ante todo seres humanos y me gusta disfrutar de sus historias de vida a partir de lo maravilloso de sus existencias y también sus obsesiones, temores y angustias.

 

Por eso, pienso que solo con la escena de René Hernandez, tirado en el piso riendo con los niños de La colmenita, el documental Esencias, de Roberto Chile se ganó un lugar especial en el corazón de muchísimas personas.

 

Ese es uno de los tantos momentos en los que la cámara de Chile bordó imágenes para la historia. O cuando tomó al niño mayor, Carlos Alberto Cremata, Tin, hablando con Gerardo. Es una lástima que el experimentado director no pudiera cubrir la gira completa. El gobierno de EE.UU. le retardó la visa y con ello impidió que con amor y respeto por la tierra de Lincoln, se retratara también Washington invadida por el mensaje de paz de un grupo de niños cubanos.

Chile, quien demostró de nuevo su virtuosismo con la cámara, fue director y guionista, contó con la edición de Salvador Combarro, la música de René Baños, el diseño gráfico de Reynier Aquino y la narración de Claudia Alvariño. En este último aspecto hay momentos en que sobran las palabras porque las imágenes hablan. Porque si los niños son los grandes protagonistas, el realizador se recrea en mostrar las ciudades y sobre todo el público norteamericano que goza con el arte de los pequeños. El seguimiento que realiza la cámara, los contrastes que provoca, y esa tan constante como auténtica alegría de los integrantes de la delegación, hacen de Esencias un canto a la amistad y a la comprensión entre los pueblos.

Pero, bien habría que aplaudir al artista si esa excelente pieza audiovisual solo tuviera la risa de René o el atisbo de sus lágrimas, seguido de la frase “Aquí es donde se puede llorar, allá no” al referirse a cómo intentaron amedrentarlo al mostrarle a su esposa prisionera, poco antes de deportarla.

Con Esencias, Chile demuestra que se pueden hacer obras altamente emotivas y patrióticas sin recurrir a la densidad dramatúrgica, sino todo lo contrario haciendo que la historia camine con ligereza lo mismo con la solemnidad de la ONU que con norteamericanos intentando bailar los ritmos cubanos.

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