La noticia llegó como un fundido a negro. Francisco (Paco) Anca ha muerto. Y con él, se ha ido también un pedazo de la historia de la televisión cubana. De esa que no se ve en pantalla, pero sin la cual no habría imagen posible. De esa que se construye entre cables, cámaras, silencios y una paciencia de orfebre. Paco, el que miraba desde el otro lado del lente, el que sabía cuándo el plano tenía alma y cuándo no, se ha marchado, discretamente, como vivió.
Desde que comenzó como auxiliar de estudio, Paco no tardó en destacarse. Su curiosidad lo llevó a explorar la cámara, a entenderla como una extensión del ojo, del ritmo, del corazón. Fue camarógrafo durante diecinueve años, y en ese largo trayecto acumuló una experiencia que marcaría toda su obra posterior. Participó en programas como Ropa de teatro, Jaque al Rey o Juntos a las nueve, por solo mencionar algunos. Detrás del lente, aprendió a anticipar gestos, a intuir silencios, a capturar lo esencial sin alardes.
Pero Paco no se conformó con mirar desde el visor. Quiso contar sus propias historias, o al menos, darles forma desde la dirección. Y así llegó su primer programa: Televista, una especie de cartelera musical que le permitió ejercitar el ojo narrativo. Después vino El comepiedras verde, Convivencia, El eco de las piedras y una novela grabada en Perú, Cosas del amor. Cada paso lo afirmaba más en la senda del dramatizado, ese género tan exigente como agradecido.
Fue con Pasión y Prejuicio que encontró, quizás, su proyecto más querido. La codirección con Rolando Macías y el trabajo con un elenco sólido le dieron la oportunidad de desplegar toda su sensibilidad artística. La telenovela fue un éxito, y con ella, Paco se ganó el respeto y el cariño del público y de sus colegas. Pero también fue un hito íntimo: en ella trabajó junto a su discípulo Willy Canals, camarógrafo que había formado en uno de los tantos cursos que ofreció en el ICRT. Porque Paco también enseñaba. Creía en la transmisión del oficio, en la importancia de compartir lo aprendido no solo desde la teoría, sino desde la experiencia acumulada con sudor y paciencia.
Sus estudios universitarios en Historia del Arte no fueron un mero adorno académico: se notaban en cada plano, en cada decisión de luz, en el tempo de sus secuencias. Con el tiempo, ese saber se tradujo en premios: dos Caracol, uno en Dirección por Pasión y Prejuicio, y otro en Guión por la adaptación de un teleplay de Manuel Ángel Daranas padre. Pero más allá de los reconocimientos, lo que siempre brilló en Paco fue su humildad, esa rara virtud de los grandes.
En junio de 2023, ya retirado, recibió la Condición de Artista de Mérito de la Radio y la Televisión Cubanas. No necesitaba el galardón para saberse parte esencial de la memoria televisiva del país, pero lo agradeció con la serenidad de quien sabe que cumplió su tarea. Su mayor orgullo, sin embargo, no fueron los premios, sino su familia: su hija Alina, su yerno Bobby, su nieta, y el recuerdo constante de su esposa, compañera de todas las batallas. A ellos les atribuyó el equilibrio que lo sostuvo durante décadas. A ellos les dedicó, en vida, su gratitud más sincera.
Ahora que se ha ido, queda el eco de sus pasos en los pasillos del ICRT, las anécdotas que contarán sus alumnos, las secuencias que aún conmueven. Paco Anca no fue una celebridad ni un rostro recurrente en las pantallas. Fue algo más profundo: fue un hacedor. Un hombre que supo narrar sin palabras, que entendió el arte de iluminar a otros y luego desaparecer discretamente detrás del lente.
Su partida no se mide en minutos de silencio, sino en las muchas horas de televisión donde su mirada sigue viva.