Solo le faltaron cuatro años para llegar a la centuria, pero es como si María de los Ángeles Santana Soravilla hubiera vivido cinco siglos: ¡tanto hizo y protagonizó que no parece propio de una sola vida!

Cantar y actuar con Rita Montaner, estrenar en Madrid la revista Tentación y mantenerla por más de mil funciones, ser el primer rostro —en 1946― transmitido por la televisión cubana en un acto experimental, actuar con Jorge Negrete, Pedro Infante, Stan Laurel y Oliver Hardy y otros actores de fama internacional, son hechos que sirven para contar la vida de esta mujer: una especial novela de amor.

La fama de María ―como le decía Plutarco, digo Enrique Santiesteban― estuvo matizada por hechos ajenos a la actuación.

Por ejemplo, en 1938 manejó una moto Harley Davidson, y se dice que fue la primera cubana en acometer aquella proeza que rompía cualquier convención.

El hecho es sumamente importante para los motociclistas que en su web Motos Clásicas de Cuba le confieren un espacio y publican una foto tomada de un periódico de la época.

Divorciada de su primer esposo, se casó con el actor Julio Vega, un cubano bien apuesto y que devino una suerte de representante de la actriz, porque él no brillaba como ella en la actuación. Fue su fan número uno en las correrías por el Malecón, cada uno manejando una Harley Davidson.

 Hace muchos años los vi entrar en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba porque se le había organizado un homenaje al programa San Nicolás del Peladero, en el que ella era la inolvidable Remigia, con su especial grito de “¡Agamenónnn!”. Entonces había una tiendecita a la entrada de la organización gremial, y María, apoyada en el hombro de su esposo subió “para ver qué hay”, según dijo a dos o tres personas que la rodearon, que se extasiaron al verlo tomarla por el talle, como unos adolescentes.

Tiempo después supe de la demencia senil que atacó a Julio y María se convirtió en su enfermera, amiga, madre… Ya no brillaba como la vedette de una belleza singular que interpretaba a Ernesto Lecuona, o la bailarina que coqueteaba desde el escenario con el público masculino, ni como la motorista cubana que desafiaba la velocidad, era la anciana pendiente del niño-esposo, a quien cuidó por años. La actriz que llevaba dentro, incluso bajo esas circunstancias, volvió alguna vez al set.

En escenarios cubanos o en el exterior, fue ángel o demonio en función del papel que le tocara interpretar. Sobre su actuación en España el crítico y escritor Norge Espinosa contó: “Por el camerino de María desfilan los artistas deslumbrados: quieren conocer a la cubana que renuncia al exceso de maquillaje, plumas y prendas para esplender con solo lo necesario, una mujer natural que se mueve en la escena con una gracia enteramente inusitada. Aparecerá en otras producciones: Eres un sol, y ¡Conquístame! Cuando pone nuevamente rumbo a su Isla, deja una estela que otras intentarán copiar inútilmente.”

Fue uno de sus momentos de gloria, como otros tantos que tuvo, aunque de todos ellos prefiero el anónimo y abnegado de cuidar a su Julio, el hombre que escogió como compañero para casi toda su vida.

(Tomado de La Jiribilla)

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