Este creador aseguraba que la televisión es un espectáculo de multitudes

Evocarlo el día de su nacimiento constituye buen motivo para creer en una mejor   televisión. Él la soñó, pensó, criticó y vivió con tal intensidad que duele no tenerlo físicamente. Y tanto se adentró en ella, que se atrevió a develar algunos de sus misterios en la introducción al texto Para entender la televisión (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 1997).

“Quienes hemos trabajado en la televisión tenemos miles de misterios que descifrar. ¿Por qué a pesar de ser un medio adverso, difícil, devastador, triturador, todos queremos seguir en la pantalla hasta los últimos días de nuestras vidas? ¿Por qué llegamos a necesitar el contacto con el público de la calle como si fuese la gota de oxígeno que pondrá a salvo nuestras vidas? ¿Por qué sentimos una incómoda molestia cuando los ciudadanos comunes nos inoportunan a cualquier hora y en cualquier lugar, sin respeto a nuestra vida privada, pero cuando pasan por nuestro lado sin hacernos caso o no nos conocen, sentimos una profunda rabia interior? ¿Por qué, creyéndonos a salvo de toda sensiblería, nos conmovemos cuando leemos las cartas de televidentes desconocidos, ciudadanos comunes con los cuales jamás, probablemente, llegaremos a cruzar palabras? ¿Por qué a pesar de lo poco que aporta este medio a los creadores y artistas en el orden estético y profesional, todos se desviven en hacer algo para la televisión o por «salir» en la televisión?”.

 

De sus colegas, incansables hacedores como él, dijo: “Lo más importante de todo es que este medio agrupa a decenas de artistas y profesionales muy especiales, ágiles en la toma de decisiones, audaces, capaces de imponerse a cualquier adversidad, entusiastas, y algo muy importante: con una extraordinaria capacidad de recuperación para hacer cada día o cada semana un programa en vivo que agota las fuerzas, liquida las energías nerviosas y consume más adrenalina que una catástrofe aérea. Después de todo, el televidente no ve las intenciones ni los trabajos que se pasan, sencillamente enciende su aparato, sintoniza su canal y el artista, locutor o conductor deberá exponer su mejor sonrisa, acopiar entusiasmo, olvidar sus penas personales y convencerlos de que es el mejor programa del mundo y que va a cambiar con él la vida de la humanidad”.

¿Y cómo pudo Vicente González Castro cambiar, al menos, la vida de los cubanos, puesto que para él todos éramos televidentes? Pues enseñándonos a pensar en y para la televisión. Por eso se sentó delante de las cámaras, con su pose de hombre calmado, seguro y sapiente, a explicar algunas interioridades de la TV en TV, programa transmitido de 1989 a 1995.

Desde una perspectiva crítica, en este espacio se refirió al lenguaje televisivo, el cinematográfico, a las telenovelas, las series, los teleplays, el videoclips, y otros productos audiovisuales.

También dirigió, en 1996, Imagen y Sonido, revista habitual sobre el mundo del cine, la radio y la televisión; ¿Quién Sabe?, programa de participación semanal, que salió al aire en 1997. Otros de los habituales realizados por él fueron el espacio Teatro, que tuvo frecuencia semanal durante 2001 y 2002; además de ¡Piénsalo bien!, programa de participación para niños y adolescentes, transmitido en igual período.

Una de sus series vuelve a cautivar por estos días a los pequeños y sus familiares, pues con Don Polilla, (2006, Premio al Mejor Programa Infantil, Mejor Guion y Mejor Dirección del Festival Nacional de TV ese año) cantamos, bailamos, aprendemos y cultivamos el gusto por las artes y por compartir nuestros mejores sentimientos y acciones con los amigos.

Más tarde, reconstruyó con imágenes y sonidos la memoria histórica de 40 años de televisión. Tal como lo hicieron con su arte durante mucho tiempo, hombres y mujeres volvieron a dejar en la pantalla Hasta el último aliento, serie documental que de alguna manera inmortalizó a González Castro. Además de ser premiada en el Festival Caracol de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 2009, esta fue considerada obra patrimonial de la TV cubana.

Dirigió más de una veintena de documentales, entre los cuales sobresale “Una mujer que ya no existe” (1987), sobre la vida y la obra de la poetisa cubana Dulce María Loynaz.

Asimismo, integran su obra audiovisual varios unitarios dramatizados, videoclips, spots publicitarios.

Para honrar su vocación de pedagogo fue fundador en 1984 de la entonces Televisión Educacional, y la dirigió por más de un decenio. Como docente, impartió clases en diversas universidades e instituciones educativas cubanas y extranjeras.

De sus enseñanzas aún se nutren quienes se acercan a los libros: Video (1987), Televisión educativa (1983), Diccionario cubano de medios de comunicación y enseñanza (1990), Profesión: comunicador (1991), Información subliminal. Las trampas de los sentidos (1999); así como a disímiles artículos y ensayos que publicó en periódicos y revistas.

Pero todo lo que escribió y grabó no satisfizo su empeño por desentrañarnos el misterio de la pequeña pantalla. Así, sorprende encontrar este planteo en Para entender la televisión: “¿Estará preparada la humanidad para los cambios de la modernidad en la televisión? ¿Qué precio pagaremos en las futuras generaciones por haber abandonado la ingenuidad del Gato Félix, de Bambi o Porki, de los títeres de cartón o papier maché, de las escenografías de cartón y precinta engomada? ¿Hasta dónde afectará la siquis del hombre vivir disfrutando una televisión sensacional, cada vez más perfecta en artificios, más deslumbrante en recursos, más insólita en maquillajes, más fastuosa en decorados, más vacía en contenidos? Esos son los misterios que la televisión deberá develar en los próximos años”.

Me atrevo a asumir estos razonamientos como provocación, invitación, reto a transformar para bien de los televidentes, y en definitiva, de todos los cubanos, nuestra televisión. Gracias, Vicente, por seguir “misteriosamente” existiendo. 

 

 

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