En tiempos donde el audiovisual cubano atraviesa una de sus etapas más inciertas, el regreso a la televisión nacional de LCB: La otra guerra se siente como una decisión certera, necesaria y profundamente oportuna. No solo porque recupera una producción de alto nivel artístico y técnico —cada vez más escasa en la pantalla chica—, sino porque recuerda lo que somos capaces de lograr cuando se apuesta por el rigor histórico, la calidad interpretativa y un guion que honra la complejidad de nuestra historia reciente sin subestimarla ni idealizarla.

Ver nuevamente a los personajes de esta serie, revivir sus conflictos, sus heridas y sus pequeñas redenciones en medio de una guerra silenciada durante años, es casi un acto de justicia. Isaac, interpretado con una hondura conmovedora por Andro Díaz, es uno de esos personajes que se nos quedan para siempre. Su evolución emocional, su ambigüedad, su lucha interna, merecen un cierre. Nos hemos quedado a la espera de una tercera temporada no solo por el deseo narrativo de ver cómo concluye la historia, sino porque nos hemos vinculado emocionalmente con estas figuras que, aunque inspiradas en hechos reales, también reflejan nuestras dudas, nuestras lealtades, nuestros miedos.

LCB es más que una serie sobre la guerra contra el bandidismo. Es una obra que traduce la memoria histórica en lenguaje audiovisual con inteligencia, con emociones, con matices. Lo que hicieron Alberto Luberta Martínez —al frente de la primera temporada— y Roly Peña —en la segunda—, junto al equipo de dirección, guionistas y asesores históricos, no fue únicamente reconstruir un periodo olvidado o manipulado por intereses políticos. Fue, sobre todo, tender un puente entre generaciones, invitar al diálogo sobre un pasado que aún nos define, y demostrar que la televisión cubana puede ser mucho más que entretenimiento fugaz.

Por eso su reposición no debería ser vista solo como un homenaje o una solución de emergencia ante la crisis. Es, ante todo, una declaración: sí es posible hacer buena televisión en Cuba, sí es posible producir con profundidad, con estética y con verdad. Solo que hay que apostar por ello. La reposición de LCB: La otra guerra nos interpela no solo como espectadores, sino como ciudadanos: ¿por qué no seguimos apostando por series como esta? ¿Por qué no continuar lo que ya ha demostrado funcionar, emocionar y enseñar?

La espera por una tercera temporada —a sabiendas de que probablemente no llegará— sigue ahí, latente, viva. Pero, mientras tanto, el regreso de LCB a nuestras pantallas es un recordatorio valioso de lo que fuimos capaces de hacer… y de lo que aún podríamos lograr.

 

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