El año 1962 no solamente es memorable para nosotros los cubanos por aquellos días luminosos y tristes de la llamada Crisis de Octubre -o de los Misiles-, que colocara al mundo al borde de una conflagración nuclear.
Otras son también las evocaciones que nos trasladan hacia medio siglo atrás, cuando en agosto y en diciembre de ese año –curiosamente dos meses antes y dos después de los dramáticos sucesos de aquel octubre- se estrenaran dos obras emblemáticas del teatro cubano: “Santa Camila de La Habana Vieja”, de José Ramón Brene, y “Aire frío”, de Virgilio Piñera, ambas protagonizadas por la gran actriz Verónica Lynn.
Otras son también las evocaciones que nos trasladan hacia medio siglo atrás, cuando en agosto y en diciembre de ese año –curiosamente dos meses antes y dos después de los dramáticos sucesos de aquel octubre- se estrenaran dos obras emblemáticas del teatro cubano: “Santa Camila de La Habana Vieja”, de José Ramón Brene, y “Aire frío”, de Virgilio Piñera, ambas protagonizadas por la gran actriz Verónica Lynn.
¿Cómo le llega a Verónica Lynn el antológico personaje de Camila?
En aquel memorable 1962 yo formaba parte del Grupo de Teatro Cubano “Milanés”, dirigido por Adolfo de Luis, que se consagraba a representar obras nacionales, insuficientes en aquel entonces, y no siempre tenían la mejor calidad. Un día Osvaldo Dragún, un argentino radicado en Cuba que había creado precisamente en esa época el Seminario de Dramaturgia para la formación de nuevos autores teatrales, le habla a Adolfo de una obra muy interesante escrita por uno de sus alumnos, que ya estaba lista para ser llevada a escena.
Cuando Adolfo la lee le encanta, y decide montarla de inmediato con el grupo. Así es como tengo conocimiento de “Santa Camila de La Habana Vieja”, aunque sin pensar ni remotamente en asumir ese personaje, pues en aquel momento había otras buenas actrices en el “Milanés”, como Ofelita Núñez, Videlia Romero, Violeta Vergara y María Cristina Lacret. El dilema era a quién encomendarle el personaje de Camila, que Adolfo de Luis había concebido mulata, y ninguna de nosotras se correspondía con ese biotipo. Por eso inicialmente se le ofreció a Omara Portuondo, a quien le encantó la idea de hacerlo, pero por razones de trabajo no podía asumir el papel en ese instante. Es entonces cuando Gilda Hernández - directora del Consejo Nacional de las Artes Escénicas- le sugiere a Adolfo de Luis que me dé a mí el protagónico de “Santa Camila”.
¿Y por qué precisamente a usted?
Bueno, yo todavía no era una actriz consagrada, pero tenía a mi favor llevar ocho años trabajando indistintamente en la radio, la televisión y el teatro. Eso debe haber influido en la decisión final, y así es como me convierto en Camila. Si Omara hubiera podido interpretarla, quizás yo no la habría representado nunca. O tal vez después, como han hecho otras actrices. Pero no la hubiera estrenado hace ya cincuenta años.
¿Cómo enfrentó Verónica Lynn el papel de Camila?
Ante todo como un tremendo desafío. Y no se trata de una frase hecha, sino de la pura verdad. Es cierto que ya yo había asumido personajes de envergadura, pero siempre del teatro universal, porque hasta ese momento sólo había actuado en una obra de un autor cubano –precisamente Virgilio Piñera- llamada “Falsa alarma”, pero se trataba de una trama del absurdo que lo mismo podía suceder en Calcuta que en Pogolotti, por lo cual no era un personaje netamente cubano, y su puesta en escena no perseguía precisamente eso que llamamos “cubanía”, como sí ocurre con “Santa Camila de La Habana Vieja” y muy especialmente con su protagonista.
Aquel no era solamente mi primer personaje cubano de la cabeza a los pies, sino además con unas características muy determinadas: mulata, habanera, de solar y santera. Y no sólo para mí, sino también representó un reto grandísimo para Adolfo de Luis, que asumió en su calidad de director aquella puesta en escena con mucho rigor y exquisitez, y con absoluto apego al sistema de Stanislavsky, para que probáramos cuánto lo habíamos incorporado a nuestra manera de actuar.
¿Qué implicaba eso para usted?
Implicaba que yo no podía hacerme de un arquetipo, ni improvisar nada en el escenario. Por eso no me permití buscar una gestualidad específica y ya. Porque es muy importante la caracterización externa, unida a la interna de cada personaje, pero lo que se pretendía en el estreno de esa obra era algo más. Era que cuando yo hiciera cualquier mínimo gesto, se evidenciara quién era Camila y cuál el mundo en el que se desenvolvía. Tenía que ser una mujer muy auténtica y creíble, en primer lugar para mí. Por eso me llevó mucho tiempo buscar ese personaje por dentro, y cuando al fin lo encontré supe que era precioso. Por eso yo adoro a Camila, porque ella no es simplemente una mulata santera que vive en un solar de La Habana Vieja. Camila es mucho más. Es todo un carácter. Es una mujer humana, solidaria, que ama a su hombre apasionadamente, que cree en sus santos y también los ama con pasión, aunque en su momento hayan sido su “modus vivendi”. Y es un personaje tan verdadero, tan legítimo, que cuando Ñico su marido le plantea dejar de ser un mantenido y vivir ambos del trabajo de él, Camila no reniega de sus santos, sino renuncia a vivir de la santería, porque sabe que de otro modo perdería a su hombre para siempre.
¿Con quién compartió la escena en el estreno de “Santa Camila de La Habana Vieja”?
Con un reparto de lujo, indudablemente. El Ñico lo hacía Julito Martínez; Reynaldo Miravalles era el Pirey; Alden Knight, el Bocachula; Videlia Rivero hacía Leonor; Carlos Badías, el marinero; Dania Miró, la madre de Ñico. En fin, un elenco a la altura de la puesta en escena de Adolfo de Luis.
No es de extrañar que el estreno de “Santa Camila” fuera todo un suceso teatral.
Tan exitosa fue, que a teatro lleno el público se sentaba hasta en los laterales del escenario del “Mella”, y los choferes de ómnibus al llegar a Línea y B anunciaban que esa era la parada de “Santa Camila”, para aquellos que no sabían dónde debían bajarse. Porque además de los habituados a frecuentar teatros, iban a verla personas de todo tipo, y desde lugares tan lejanos como Mantilla, Marianao o Jacomino. Personas que, pese a la distancia, la vieron tres y cuatro veces, porque se identificaban no solamente con la obra, sino con sus personajes, de una cubanía y una actualidad impresionantes. Es que esa fue la primera obra teatral representativa de la transición revolucionaria, de los cambios que empezaban a operarse en la conciencia de hombres como Ñico. Y es además de una autoctonía extraordinaria, por eso se ha dicho que con “Santa Camila de La Habana Vieja” en nuestro teatro vernáculo se representó por vez primera un conflicto. Fue lo que, en mi criterio, diferenció al vernáculo del bufo.
A sólo cuatro meses del estreno de “Santa Camila de La Habana Vieja” se estrena “Aire frío”, en la que también usted encarna ese otro significativo protagónico femenino que es Luz Marina. ¿Cómo se produjo su acercamiento a ella?
Cuando sale de cartelera “Santa Camila”, Rine Leal –que entonces dirigía un grupo teatral independiente integrado eventualmente por actores y actrices de otras compañías- me habla de su interés en estrenar en el teatro “Las Máscaras” y con la dirección de Humberto Arenal, una obra escrita cuatro años atrás por Virgilio Piñera. Se trataba de “Aire frío”, una obra monumental, representativa de una familia cubana de pocos recursos económicos, pero aferrada a patrones muy pequeño burgueses. Luz Marina es otro personaje interesantísimo, y no sé por qué se pensó en mí para que también lo asumiera en el estreno.
Ese arranque de modestia de quien sólo unos meses antes con “Santa Camila de La Habana Vieja” había abarrotado durante nueve semanas el “Mella” y ahora iba a protagonizar “Aire frío”, me provoca comentar que se trató de otra feliz iluminación de quienes la propusieron para interpretar ambos personajes, y un privilegio para Brene y Piñera que esas obras suyas hubieran sido protagonizadas en sus estrenos por una actriz de semejante calibre. Verónica Lynn sonríe, deja volar su memoria hacia medio siglo atrás y prefiere no hablar de sí misma.
“Aire frío” sube a escena en diciembre de 1962, también con un elenco formidable, con Angel Espasande y Sara Zarraveitía en los roles de los padres; Julio Mata representando a Oscar el poeta, que es una representación del propio Virgilio; y Roberto Gacio, con sólo veintiún años, interpretando al anciano Marqués de Veguitas. También figuraban en el reparto Max Beltrán, Manolo Fernández, María Pardo –que fue actriz del “Alhambra”- y Josefina Martínez, que recién comenzaba en el teatro.
“Aire frío” es una de las más extensas obras de Virgilio Piñera, porque su acción que abarca veinte años se desarrolla en tres horas. ¿Cómo se resolvió esto en escena?
Al igual que Adolfo de Luis con “Santa Camila”, Humberto Arenal hizo un excelente trabajo de dirección con esta “Aire frío”. Con la anuencia de Virgilio –con quien lo unía una gran amistad- suprimió algunos cuadros que resultaban reiterativos, en aras de que la dramaturgia ganara en concreción y dinamismo. Aún así, la obra siguió siendo larga, pero despojada ya de algunas escenas superfluas.
¿Cómo fue la reacción del público, en comparación con “Santa Camila de La Habana Vieja”?
Se trata de dos obras muy diferentes, pero si algo tienen en común es su raigal cubanía. Por eso “Aire frío” también tuvo muchísimo éxito. La diferencia estaba en que a “Las Máscaras” –un teatro mucho más pequeño, y por lo tanto más íntimo que el “Mella”- acudía un público con más asiduidad teatral, y aunque planteaba otros conflictos sociales y familiares, también en ellos podían reconocerse los cubanos. Por eso en cada función se repletaba “Las Máscaras” –que estaba en la Calle Primera, a unos pocos metros del Malecón-, con personas de pie o sentadas en los escalones de la sala, pese a que ese estreno coincidió con la entrada de un frente frío con mucha lluvia y fuertes marejadas.
¿Cómo en apenas un par de meses logró Verónica Lynn sacarse a Camila para interiorizar un personaje tan diametralmente opuesto como Luz Marina?
Fue bastante difícil, porque son mujeres con personalidades diferentes, que se proyectan desde conflictos también diferentes, aunque ambos partan de un determinado trasfondo social. Camila es una mujer toda pasión, mientras Luz Marina es toda frustración. Pero ambas tienen un soplo común de rebeldía, por más que esa rebeldía la canalicen con actitudes contrapuestas entre sí. En tanto Camila cree en sus santos, Luz Marina vive anhelando un ventilador, que se le convierte en una especie de fetiche, y que es un símbolo en la obra, porque representa la urgencia por respirar un aire menos asfixiante, menos contaminado de privaciones económicas. Por otra parte, Camila es una mujer alegre, sensual, enérgica, sin embargo Luz Marina es refunfuñona, amargada, en muchos aspectos reprimida.
Durante el montaje de la obra, Arenal me dijo que debía despojarme ante todo de la gestualidad de Camila, para poder asumir con veracidad a Luz Marina. Porque, por ejemplo, las dos pueden llevarse una mano a la cintura, pero ese gesto en cada una de ellas es distinto. Camila es una mujer que quiere y puede ser seductora, y Luz Marina es una mujer desprovista de esas artes, pues su vida ha sido regida por otras pautas y sometida a otros prejuicios. Por eso en el caso de Luz Marina recurrí a algunas vivencias y referencias para poder construir su personaje: por ejemplo, el recuerdo de las calamidades económicas que padecí en ciertas etapas de mi vida, y el comportamiento de una tía mía que se la pasaba rezongando todo el tiempo.
Teniéndo también a Vrónica Lynn en los papeles protagónicos, tanto “Santa Camila como “Aire frío” fueron llevadas a la televisión. ¿Quiénes compartieron con usted esas puestas en pantalla?
“Santa Camila de La Habana Vieja” fue llevada por primera vez a la televisión por Silvano Suárez en 1963, nuevamente con Julito Martínez en el Ñico y Alden Knight interpretando a Bocachula. Además se integraron a esa versión televisiva Teté Machado, Wilfredo Fernández, Odalys Fuentes… Aquella fue una puesta en pantalla muy respetuosa del aliento teatral original, por más que Silvano le diera más presencia al patio del solar, con su bullicio y sus toques de cajón.
En el caso de “Aire frío”, fue Sergio Nicols quien la dirigió por vez primera para la televisión, con otro elenco estelar. Ricardo Dantés y Rosa Felipe, como los padres de Luz Marina; Julio Capote, en el papel de Oscar, Luis Felipe Bagós, Gladys Zurbano… Años después el director Roberto Garriga la retomó con Carlos Paulín y Josefina Enríquez como los padres y Gerardo Riverón como el poeta. Como ves, siempre contando con actores de primera línea, porque no podía ser de otra manera.
Después de haberlas estrenado en el teatro, ¿cuánto le satisficieron o no a Verónica Lynn, en su condición de protagonista, las puestas en pantalla de “Santa Camila” y de “Aire frío”?
El teatro y la televisión son dos medios absolutamente diferentes, por eso enfrentar un mismo personaje ante el público y ante las cámaras impone muchas complejidades, sin embargo en ambos casos conservé en su esencia la incorporación que yo había hecho de esos personajes para la escena, a sabiendas de que cada puesta es una nueva experiencia, sólo que en el teatro te ven tantas personas como asistan a las funciones, y en la televisión te ven millones simultáneamente. Tal vez eso fue lo que más me satisfizo: que muchísimos cubanos conocieron esas magníficas obras teatrales cubanas gracias a la televisión, y me vieran asumir dos personajes tan distintos. Si algo me insatisfizo es que ambas puestas fueran muy naturalistas. Me hubiera gustado que para la televisión –que tiene otro lenguaje expresivo- algún director se propusiera una representación menos explícita y más sugerente de los ambientes que rodean a Camila y Luz Marina.
También esas dos obras han sido llevadas a la radio, con facturas diferentes, pero impecables. ¿Qué recuerda de esas experiencias y de la complejidad de convertir en puro sonido ambas representaciones teatrales?
No es fácil llevar a la radio piezas escritas para el teatro, y aquellas dos transmisiones demandaron mucho de todos nosotros, pero con resultados muy dignos.
En la versión radial de “Santa Camila de La Habana Vieja”, dirigida por Alfredo Balmaceda, fue la segunda vez que trabajé con Adolfo Llauradó, haciendo el Ñico. Ya antes habíamos trabajado él y yo en “Santa Camila” veinte años después de su estreno, en la sala “Hubert de Blank”, con Teatro Estudio, y haber compartido una vez más con Llauradó es uno de los más imborrables recuerdos que conservo de aquella versión, que fue una verdadera puesta teatral en la radio.
En el caso de “Aire frío”, con versión radial y dirección de Odilia Romero y Julio Lot, se hizo algo muy interesante y novedoso, pues no se asumió como una obra teatral, sino como un dramatizado, incluso con narración. Recuerdo que la actriz Ofelita Núñez representaba a una mujer que tras ver la obra en el teatro, se la contaba al público.
Después de muchos años Verónica Lynn volvió a hacer en televisión “Aire frío”, pero no asumiendo esa vez a Luz Marina –interpretado por Isabel Blanco- sino a Ana, la madre. ¿Qué sintió usted como la madre de “su personaje” de siempre?
Para hacer la madre de Luz Marina tuve ante todo que vencer cada frase, cada acción de la Luz Marina de Isabel, que me recordaba tanto a mi propia Luz Marina. Pero esas cosas una las tiene que utilizar como referente y no como una contraposición. Por eso la asumí diciéndome: “¡Como yo conozco a mi hija Luz Marina!” Ese fue un paso que tampoco fue fácil, porque era como un sobresalto, pero lo utilicé a favor de Ana, la madre, porque gracias al conocimiento que tenía de un personaje que tanto hice, conocí mejor que nadie el personaje de Luz Marina como hija mía.
A cincuenta años del estreno de “Santa Camila de La Habana Vieja” y de “Aire frío”, ¿qué le provoca haber sido protagonista de semejante acontecimiento en la historia del teatro cubano?
Cuando me tocó protagonizar esas dos obras, yo era consciente del valor que tenían y lo que representaban para la escena cubana, pero entonces no pude calcular la trascendencia que alcanzarían y lo que significarían medio siglo después, justamente cuando José Ramón Brene cumpliría ochenta y cinco años, y en el centenario de Virgilio Piñera. Y en lo que a mí respecta, siempre digo que el año 1962 fue definitorio, porque marcó el antes y el después de mi carrera, gracias a “Santa Camila de La Habana Vieja” y “Aire frío”. Además, sé lo que el medio siglo del estreno de esas dos obras significan para mí, porque una de las protagonistas de ese acontecimiento que está en Cuba… y sobre todo que está viva para festejarlo, soy yo.
Y ésa –le digo a Verónica Lynn- es una bendita circunstancia.