Hay productos audiovisuales que el tiempo y las transformaciones socioculturales de un sitio determinado, suelen ubicar en el lugar que le corresponden. Hay temas a los que no podemos evadir, y momentos donde los mismos alcanzan una relevancia social apabullante.

La primera temporada de la serie De Amores y Esperanzas, ha vuelto casi 8 años después a nuestras pantallas, para mostrarnos la sociedad que éramos en el ya lejano 2015, y la que somos hoy, amparados en un código que aspira a redistribuir y legitimar los derechos de todas las personas, dándole voz y rostro a nuestras familias, tan complejas y diversas como la vida misma.

Bajo la dirección general, de la también actriz Raquel González, De Amores y Esperanzas nos trae de vuelta casos de profundo calado humano, donde el individuo y el núcleo social del que parte (la familia) es lo más notorio del relato. Las soluciones dramatúrgicas y jurídicas de las problemáticas presentadas son por momentos discretas y abiertas, debido a la inexistencia por aquellos tiempos, de normas jurídicas más cercanas a la sociedad que somos. Pero en tales resoluciones de conflictos, había un interés marcado por mostrar el costado humano que no debe faltar en ningún profesional de las ciencias jurídicas.

Que el núcleo de abogados junto a los trabajadores de servicio del bufete, fueran los protagonistas de esta serie cuasi-coral, nos enfrenta a una verdad aplastante: todos formamos parte de esta compleja red de afectos, prejuicios y mezquindades que es la Cuba de hoy.

Una anciana que lega todo su patrimonio a una “desconocida”, otra que se siente incapaz de criar a dos niñas pequeñas o un adolescente exigiendo su derecho a estar con el hombre al que considera su padre, son algunos de los casos más sensibles de esta primera temporada, que seguramente tendrían otras respuestas artísticas y legales bajo el amparo del nuevo Código de las Familias del que disfrutamos hoy.

Sin lugar a duda, la realización de esta serie casi una década atrás, evidenció la necesidad de garantizar todos los derechos a todas las personas. Temas medulares en el código actual, como la responsabilidad parental o el reconocimiento de otros modelos de familia, ya eran detectados con la lupa creativa de los guionistas Raquel González y Amílcar Salatti. El tono reposado e introspectivo de la serie, nos permitió reflexionar sobre tópicos nunca antes explorados por los dramatizados nacionales.

Un elenco numeroso y eficiente, fue el encargado de darle vida a personajes complejos, contradictorios, tan cercanos a la realidad que nos circundan que casi se podían tocar. Es esa perfecta elección de casting, una de las razones por las que el público conecta una y otra vez con la “serie de los abogados”, como han terminado nombrándola.

No recuerdo que en nuestra televisión ese dicho de que “la realidad supera la ficción”, había entrado de manera tan potable en un discurso audiovisual.  De Amores… estremece una y otra vez, por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Muy interesante sería, que una cuarta temporada de esta serie fuera concebida, ahora con un código diferente; un código por la inclusión, el respeto y el reconocimiento de derechos. 

De amores y Esperanzas tiene una nueva vida en nuestra televisión; me atrevería a decir que una mejor vida, pues ahora somos más conscientes de la necesidad de construir una sociedad de adentro hacia afuera, donde no se excluya a nadie, donde se respete la otredad y el derecho a diseñar una felicidad individual, que redundará en una colectiva.

 

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