“Quería escribir como pintaba Cézanne”, confesó Hemingway. El Premio Nobel estadounidense dedicó su vida literaria a la búsqueda de la emoción a través de una prosa aparentemente sencilla.Las pinceladas del artista francés, abiertas, de textura visible, con repeticiones y variaciones sutiles, albergan ese sentimiento, en obras donde había riqueza y densidad, pero también misterio, algo oculto.
En las narraciones codificadas, como la telenovela, lideran dichos atributos en el reino de las casualidades, donde arquetipos y modelos éticos tienen que ver con matrices populares, privilegian la construcción textual sobre un mismo formato, en detrimento de innovaciones propias de las vanguardias artísticas.
Fluctúan la invención y lo repetitivo en un discurso que de forma fragmentada se desarrolla en capítulos y episodios a partir del conflicto central con cierre final y de varios conflictos secundarios, los cuales clausuran de forma cíclica en el transcurso de la narración.
Este dispositivo peculiar de la ficción audiovisual y sus atributos suelen ser enmarcados en el ámbito de lo banal por detractores que, sin recato ni argumentos, identifican todas las telenovelas como productos insustanciales, insípidos. Tal generalización obvia obras válidas por sus temáticas, enfoques, estilos y puestas en escena.
La revalorización de los géneros de ficción defiende el derecho del televidente a establecer dinámicos juegos con la fantasía. Una telenovela puede motivar la reflexión mediante el entretenimiento, que de ningún modo es sinónimo de superficialidad.
En las narrativas actuales y en la Poética de Aristóteles, la intriga no es estática, forma parte de un proceso integrador que requiere la participación del televidente. Incluso Hitchcock incorpora a su estética el Edipo de Sófocles como antecedente directo.
Unos y otros preceptos, con algunas variaciones, asume el equipo de realización de la telenovela brasileña Terra Nostra, que exhibió el Canal Habana, y retransmite Tele-Rebelde, de lunes a viernes, a las 8:30 a.m. La trama transcurre en Brasil entre finales del siglo XIX y principios del XX, los esclavos han sido liberados y comienzan a llegar inmigrantes italianos en busca de una vida mejor.
El amor y las barreras en la búsqueda de la felicidad constituyen el eje del relato, el cual no solo pretende seducir con la textura cinematográfica de la fotografía y con el reparto de actores y actrices, sino que concede a las escenas el preciado realismo mediante imágenes reales insertadas en secuencias grabadas con el propósito de reactualizar hechos, circunstancias, vivencias, deberes morales y convenciones.
A partir de una sugerente simbiosis de realidad y ficción, el relato contrapone lo viejo y lo nuevo desde la perspectiva del antiguo orden patriarcal, las nuevas demandas sociales, la cándida felicidad y el deseo voraz. En este contexto, los personajes-tipos femeninos defienden su identidad, en batallas a veces glamorosas y otras iracundas, sin desmarcarse de preceptos ancestrales, pero con el propósito de zarandear añejas ataduras.
Angélica (Paloma Duarte), Rosana (Carolina Kasting), Janette (Ángela Vieira), Paola (María Fernanda Cándido), Giuliana (Ana Paula Arósio), asumen actitudes y voces propias que Naná (Adriana Lessa) lleva a un paroxismo inusitado al reconocer ante María del Socorro (Déborah Duarte):”Ambas hemos sido víctimas del capricho de don Gumersindo (Antonio Fagundes). Esta declaración parece ser el código común de mujeres-objeto confinadas a servir en el universo agrario y patriarcal.
Tampoco hay que hacerse ilusiones, nuevas pautas no transformarán una sociedad que en esa época recién entra en la era de la industrialización. Sin cambiar fórmulas o dinamitar lo establecido, la propuesta del dramaturgo Benedito Ruy Barbosa, descendiente de italianos, portugueses y franceses, lanza una mirada a lo propio y lo ajeno, su padre fue dueño de un periódico y la madre hija de granjeros del café.
Sin duda, todo tiene que ver en la construcción del punto de vista de la ficción audiovisual donde la telenovela puede ser reina en la pantalla si consigue la popularidad, la fidelidad y el placer de los televidentes, aspiraciones tan complejas como las soluciones dramatúrgicas que desbordan la intencionalidad de la historia y de sus realizadores. No obstante, una buena “reina” todo lo puede.