¿Qué es lo más importante en la ficción audiovisual? ¿Cómo satisfacer el viejo apotegma: ver para creer? ¿Basta colocar asuntos de interés general en unitarios, series, filmes y telenovelas, para motivar la reflexión de los públicos?
Habida cuenta de que el cine y la televisión se han convertido en vasos comunicantes en retroalimentación perpetua, dichas interrogantes, entre otras, lideran en el momento de concebir ideas y puestas destinadas a formar parte de la escena mediática y que, por ende, competirán en este complejo universo.
En ocasiones, se simplifica el impacto de la TV, su capacidad para persuadir desde el espacio íntimo, con discursos e imágenes susceptibles de ser reveladores de conflictos, circunstancias, en dependencia del interés y la intencionalidad de creadores y televisoras.
El guión determina la estructura y la dinámica interna, condiciona el resultado artístico de una obra, pues es lo primero que exigen confrontar actores y especialistas antes de aceptar incorporarse al elenco. Un buen texto permitirá al director realizar búsquedas, connotaciones, las cuales trasciendan, complementen el audiovisual.
Pero dicho elemento no constituye el todo de una ficción. Los televidentes precisan ver la historia en acción, que se aplique una máxima del canon griego: “la perfección está en la unidad de las partes”. Para conseguirlo, resultan imprescindibles la coherencia y la verdad artística de los elementos implicados en la trama, de nada vale solo privilegiar componentes cognoscitivos, ideológicos, formales o de otro tipo.
Lo demuestran El mentalista y Anatomía de Grey, por mencionar dos series en pantalla. Ambas tragicomedias exploran actitudes de personajes-tipos, situaciones límites, rivalidades, frustraciones, venganzas; establecen una relación mimética entre el orden de la acción y el de la vida, aplican el pensamiento que opera en toda narrativa, mediante una refiguración de la experiencia temporal.
Los creadores de dichas puestas, a partir de diferentes puntos de vista -cada obra es una individualidad en sí misma- aplican leyes, cánones retóricos, visuales, dinámicas dramatúrgicas, los cuales constituyen un instrumento del conocimiento humano.
No han descubierto algo nuevo. Simplemente tienen en cuenta que toda puesta es el resultado de un proceso. Este exige autenticidad estética -incluso aunque no incluya referencias evidentes de la realidad exterior- si estructura un mensaje sugestivo y culturalmente válido. Lo patentiza la telenovela argentina Vidas robadas, con atmósferas, detalles en las sombras y las altas luces; la orgánica relación entre texto lingüístico e interpretaciones actorales en función de cada escena y diseño sonoro.
Recordamos resultados de sugerencia polisémica en Soledad, tercera temporada de la serie Bajo el mismo sol, con dirección de Ernesto Fiallo. También en realizaciones de Ernesto Daranas (Los dioses rotos) y Charlie Medina (Penumbras), ambos en televisión y cine.
Continuar renovando la imprescindible tríada producción-guion-dirección, permitirá el incremento de audiovisuales cubanos de calidad en la pantalla. El valor artístico es una cualidad integradora que nace en el proceso creativo, no admite improvisaciones ni negligencias, en detrimento de las partes y el conjunto de la representación.
Para transgredir preceptos, soluciones, modos de hacer, resulta imprescindible el dominio de los establecidos.
Desde la Estética se reconoce “que la comprensión de arte, como un sistema de signos cuyas unidades se articulan con cierta intencionalidad comunicativa -no neutra en el aspecto metodológico-, indica ‘un camino’ para descubrir qué representa y cómo funciona el lenguaje artístico”.
Menospreciar bocadillos y actuaciones poco convincentes, luces planas, escenografías imperfectas, desajustes en vestuarios y maquillajes, significa negar la importancia de atributos significativos, y su relación con el resto de la obra. Para creer en lo que se ve, el quid no está solo en la singularidad del contenido, sino en el todo, el cual otorga una auténtica vida ficcional en pantalla.