Noelia es una artista visual en los cuarenta quien, tras descubrir que el cáncer ha hecho metástasis, rehúsa continuar la quimioterapia para marchar desde San Juan a su pueblo natal: Vieques, donde se reencuentra con su madre, amigos y recuerdos de un grato pasado allí, algo que la amenaza del huracán Irma pone también en perspectiva, situando un límite a los suyos respecto a aceptar sus decisiones.
De ello va el filme que recientemente pasó el espacio de Cubavisión De Nuestra América: La pecera, de Puerto Rico.
Basado en una experiencia personal —su madre murió en el año 2013 de una neoplasia—, la directora comenzó a escribir el guion de su filme, pero el proyecto inicial de darle un enfoque autobiográfico fue mutando a una visión más general y social, al vincular la historia del municipio de Vieques (isla al este de Puerto Rico) como un alegato antimperialista, al reflejar su caso como, según sus propias declaraciones, “la manifestación de uno de los peores resultados en la relación política de la isla con Estados Unidos”.
De modo que la enfermedad en el cuerpo de la protagonista funge también como metáfora de un espacio no menos malogrado, no solo por desastres naturales como los ciclones, sino sobre todo por los desperdicios dejados en el océano por los militares, de modo que la belleza natural del entorno se ve infectada, sucia, debido a la acción política y neocolonial de un enemigo cercano y peligroso.
Debe confesarse que el correlato no siempre se integra eficazmente, pero de cualquier manera el espectador atento podrá establecer tales interesantes simetrías propuestas por la guionista y realizadora.
De cualquier modo, La pecera, con una estructura y una morfología —en sus encuadres y planos, su narrativa, sus estrategias de montaje— deudora del cine independiente o *indie*, se erige en un testimonio donde lirismo y denuncia social se hermanan en un discurso sensible y conmovedor, que no se regodea en el morbo de la enfermedad, sino que aboga por el respeto de las decisiones propias, el dolor físico y espiritual, y la importancia de una sana y estrecha relación filio-materna, acentuada por ese contacto con el entorno natural, con el terruño propio como un antídoto contra el desgaste físico y la enfermedad.
A los valores de una puesta elegante desde su minimalismo y su sencillez discursiva se unen las actuaciones, comenzando por el desgarrador y emotivo protagónico de la actriz Isel Rodríguez, notablemente secundado por colegas como Magali Carrasquillo (en el papel de su madre), o Modesto Lacen, Carola García, Maximiliano Rivas y el resto del elenco.
Filme difícil y contundente, pero que a la vez invita a la reflexión y el análisis de complejos asuntos ontológicos y sociales, La pecera demuestra la buena salud del mejor cine caribeño.