Llegó al entonces ICR como mensajero del Canal 4, el primero de abril del 1962. Tenía 18 años y apenas sabía leer y escribir. No solo quedó fascinado con el mundo de la televisión, sino que lo transformó al punto de «rebautizarlo». Alguien lo llamó El loquillo. No imaginaba cómo el ingenio siempre encendido que le valió tal apodo, lo distinguiría en la historia de la televisión.
«Empecé a quedarme por las noches trabajando en los estudios, hasta que a los tres meses abrieron una plaza de oficial de estudio. En ese momento mi existencia cambió. Todo el mundo me ayudó, a partir de ahí mi vida es la televisión». Así resume su pasión profesional Antonio Gómez.
Aunque no recuerda todos los nombres, sí deja claro que debe mucho de lo aprendido a personas como Abel Ponce, Ángel Castellanos, Felipe Sarduy, Alberto López y Danylo Sirio.
Recibió un curso de preparación como camarógrafo en 1967, en solo 15 días descubrió una suerte de extensión anatómica suya: la cámara, cómplice de aventuras increíbles en el futuro.
Trabajó en estudio haciendo programas dramáticos y musicales tan inolvidables como sus directores. Como especial recuerdo evoca el teatro El dulce pájaro de la juventud, trabajo que lo encantó y convirtió en adepto de ese arte escénico llevado a la pequeña pantalla.
Alrededor de dos años conformó el equipo remoto, «hasta que en el 75, después del Primer Congreso del Partido, llegó una técnica nueva», rememora sonriente. Así comenzó a operar la cámara de video tape, primero en el Noticiero Nacional de Televisión; igual realizó múltiples coberturas importantes, viajó de corresponsal a Nicaragua. Después sobrevino la emocionante expedición en canoa del Amazonas al Caribe con Antonio Núñez Jiménez.
«Me fui a Nicaragua después y a Angola para cubrir, junto a Irma Cáceres, la retirada de las tropas cubanas. Luego fui a Panamá a cubrir la invasión. Cuando regresé a Cuba tuve la oportunidad de salir con Fidel y Raúl para participar en eventos internacionales de alto nivel».
Para este artista del lente lo más importante resulta mostrar al ser humano. Por eso se confiesa afortunado por trabajar con Julio Acanda en la serie Tras las huellas de la historia,época cuando conoció a hombres y mujeres guatemaltecos, cuyos rostros y manos, envejecidos prematuramente, lo impresionaron. Impactante también fue ver durante el periplo del Amazonas al Caribe «a los niños jugando sin más juguetes que una canoa, un palo, el río y la selva, ver esa inocencia me impresionó muchísimo», asegura.
Sobre nostalgias y expectativas comenta: «Añoro todo lo que hice. Aunque se pudieran hacer muchas cosas más, se logran bastante buenas, con mejor tecnología (…). Afortunadamente tenemos muchos jóvenes (…) con sus estudios y experiencias, me atrevo a decir que trabajan mejor que nosotros. Yo quisiera seguir trabajando, me siento física y mentalmente bien para asimilar lo novedoso de mi especialidad».