Aunque no me vean en la gran pantalla, no significa que permanezca en mi casa deprimido, esperando a que me convoquen, asegura el actor más internacional de Cuba, presidente del Festival Internacional de Cine de Gibara. «No, no, yo estoy luchando, involucrado en acciones que me dan tanta satisfacción como rodar una película, que me hacen muy feliz»

«Yo me había preparado para meterle duro, para “colgarme de las cortinas”, así que imaginarás el cubo de agua fría que me cayó encima cuando Titón y Tabío me indicaron que debía hacer la escena de espalda. “Te vas a virar solo en el momento en que le dices no sé qué… y quiero darte un abrazo”. Intenté convencerlos, pero no hubo maneras, ¡y resultó maravilloso! Claro, ellos son grandes maestros y yo un joven que apenas estaba comenzando en el cine».

Jorge Perugorría narra a JR la anécdota que tuvo lugar hace más de 25 años y este hombre tan querido por Cuba que el próximo martes estará de cumpleaños, no puede evitar emocionarse. «De Fresa y chocolate me marcó todo el proceso: el rodaje con la delicada salud de Titón... Hubo un momento en que debió ausentarse para someterse a una operación, pero Tabío siguió adelante. Después se reincorporó y Juan Carlos permaneció al frente del equipo... Había un ambiente muy especial, una energía cargada de sensibilidad.

«Realmente nos sorprendió lo que pasó con la película. Fue tremendo para mí porque de pronto iba a trabajar con Tomás Gutiérrez Alea: uno de los íconos del cine cubano, pero además con Juan Carlos Tabío, el director de Plaff o Demasiado miedo a la vida, Se permuta... Luego aquella historia inspirada en el cuento de Senel Paz que había revolucionado el ámbito literario...», rememora el Presidente del Festival Internacional del Gibara, que acaba de celebrar su 15 edición.

«Se fue muy riguroso en la preparación, que nos tomó meses. Investigamos arduamente, me pusieron en contacto con personas cuyas características querían que estuvieran presentes en mi personaje. ¡Y después el rodaje! Cada día volvíamos a leer las escenas, les sacábamos los subtextos, las intenciones;  escarbábamos más y más en lo que había detrás. Es que había conciencia de que filmábamos una película necesaria para Cuba. Pensamos en hablar de nosotros, de nuestros problemas, sin pensar que eran universales».

El Principio

—Me llama la atención que estudiaste Construcción en un politécnico...

—Cuando terminé el preuniversitario, ya se me había pasado el tiempo para presentarme a las pruebas del Instituto Superior de Arte (ISA). Hasta me había anotado en el Destacamento de Medicina, solo que en 12mo. grado descubrí la actuación y el mundo me cambió. ¡Quería ser actor, nada más! Decidí estudiar en el politécnico que quedaba frente a mi escuela, porque serían dos años.

«Lo bueno fue que pude seguir con el teatro. Armé un grupo de aficionados con el cual participamos en un concurso que convocaba Humberto Rodríguez, líder del Olga Alonso, en el cual gané el premio de actuación. Entonces ese maestro de actores, quien andaba en busca de un Romeo, me preguntó si quería ser parte del grupo. Una suerte tremenda, porque por las manos de Humberto han pasado muchísimos de los más grandes actores de este país. Por ahí empezó mi carrera.

«Otro de los regalos que me dio el politécnico fue conocer a Elsita, mi amor de toda la vida, la madre de mis hijos. Juntos hicimos la tesis de graduación».

—¿Quiere decir que hasta entonces no te habías relacionado con el arte?

—Vivía en el Wajay, un pueblecito de campo donde existía una casa de cultura. Mi vocación inicial fue la pintura, que luego retomé con los años. Me puse a estudiarla, pero la dejé. La mía era una familia humilde, trabajadora; posiblemente a esas alturas mi gente nunca había visto una obra teatral.

—¿Y finalmente el ISA?

—No entré porque comencé en el Olga Alonso, donde no únicamente interpreté a Romeo, sino a muchos otros personajes. Un día uno de los actores me dijo que se presentaría en el ISA y necesitaba de mi ayuda: que lo acompañara con la escena que ya teníamos montada, la del duelo entre Teobaldo y Romeo.

«Raquel Revuelta presidía el jurado. Cuando terminamos, me mandó a buscar: ¿Y tú no vas a presentarte?, me preguntó. “Te diré algo que tengo prohibido, pero contigo haré una excepción: aprobaste actuación. Quiero estimularte y que hagas las pruebas de Matemática y Español”. Y ciertamente me estimuló, pero suspendí Matemáticas.

«Humberto fue mi primer gran maestro. Después continuaría con Teatro Caribeño, bajo la dirección de otro, Eugenio Hernández Espinosa: una experiencia decisiva en mi formación, como lo fueron las enseñanzas de ese monstruo de las tablas de nombre Carlos Díaz y hacer la famosa Trilogía de teatro norteamericano.

«Shiralad, las aventuras de la televisión, resultó otro buen aprendizaje. Fue después que vino Fresa y chocolate. Nos enteramos del casting mientras actuaba en Las criadas, de Jean Genet, montaje de Carlos Díaz con la cual fundó su magnífica compañía Teatro El Público. En esa pieza yo hacía Clara, lo que fue muy favorable. Carlos también me preparó generosamente, porque él igual optaba por el papel de Diego. En contra de todo pronóstico, me escogieron a mí».

—Luego has actuado para los principales directores cubanos...

—He sido muy afortunado. Primero Titón y Tabío, con el cual después rodé El cuerno de la abundancia y Lista de espera, y con quien además mantengo una relación casi familiar... Fue una bendición haber sido parte de las dos últimas de Titón, Fresa y chocolate y Guantanamera; y de las dos últimas de Humberto Solás: Miel para Oshún y Barrio Cuba. Un privilegio mayor para un actor, porque son las figuras cimeras del cine cubano; dos intelectuales de una talla prácticamente imposible de encontrar. 

«De los últimos tiempos me enorgullece mi colaboración con Fernando Pérez, reconocido por todos como el cineasta vivo más importante en la Isla; pero también con el muy talentoso Arturo Sotto...

«Al mismo tiempo he tenido la dicha de compartir con actores y actrices realmente impresionantes. A veces no hay conciencia de la calidad de los actores cubanos. Lo digo con argumentos, porque he hecho una carrera en el extranjero con colegas de Europa, Latinoamérica, incluso de Estados Unidos, y en verdad nuestra escuela de actuación es de primer nivel, resultado de esa mezcla de profesores rusos con los de acá, con el teatro, con el fenómeno de la Revolución, en todos los sentidos. Esa existencia que han vivido los actores cubanos, alejada del glamur y del estrellato, con los pies bien puestos en la tierra, ha moldeado un modo de actuar muy peculiar, de primer orden, de vanguardia».

—De esos grandes momentos que has protagonizado (casi 70 películas), ¿cuáles te han dado mayor satisfacción?

—Primero mencionaría el hecho de haberme podido vincular con el cine latinoamericano. Mi anhelo de ser actor fue creciendo mientras asistía como espectador al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y «devoraba» con ansiedad cinco películas diarias. Así fui conociendo actores y directores con los cuales luego (¿¡quién me lo iba  a decir!?) tuve el privilegio de trabajar... Me siento honrado por ser parte de la filmografía de casi todos los países de Latinoamérica donde hay cine. Eso ha sido una especie de sueño hecho realidad.

«En Europa, fundamentalmente en el cine español, no han faltado las grandes oportunidades, al ser dirigido por cineastas de la talla de Bigas Luna, Manolo Gutiérrez Aragón... Y todo, gracias a Fresa y chocolate».

El Director

—¿Qué te motivó a ponerte detrás de las cámaras?

—Ocurrió de una manera muy orgánica. Uno se vincula con una industria, gana experiencia, conoce a personas y comienza a ser parte, ya no solo como actor, sino a veces como gestor de proyectos, como productor...

«Pasó que, después de muchos años sin actuar aquí, de pronto Habana Abierta regresaba a Cuba. Recuerdo que yo hablaba con ellos y les decía: “En La Habana hay locura con ustedes”, así que por fin cuando se dio, me sentí “obligado” a dejar testimonio de ese rencuentro. El Icaic me dio los equipos y le pedí a Arturo que codirigiera conmigo. Esa fue la primera vez que me puse detrás de la cámara.

«En el caso de Afinidades, el Vlado (Vladimir Cruz) me escribió: “Pichi, tengo un guion, ¿por qué no lo dirigimos?”. ¿Y por qué no? “Nacimos” juntos como actores de la mano con Fresa y chocolate y nos une una gran amistad. Nos montamos en el carro y pusimos manos a la obra. Similar sucedió con Cucu Diamantes, quien iba a emprender una gira por toda la Isla. Me habló de un documental, pero creí que era mejor una película, y llegó Amor crónico, con la cual le rendimos también un homenaje al cine cubano.

«Desde el principio Fátima me pareció un personaje extraordinario. Primero me leí el cuento y luego lo escuché narrado por Miguel Barnet y decidí llevarlo al cine (Fátima o el Parque de la Fraternidad). Como Se vende, una historia que me contaron y me impresionó de igual manera».

—Eres miembro de la Academia de Cine Española y de la de Hollywood, ¿en qué consiste esa responsabilidad?

—Nuestra tarea es visualizar las películas escogidas, los materiales que nos envían, y después votar los premios. Somos un voto para los Goya y para los Oscar a mejor actor, director, película, etc. Pero igual es una suerte de reconocimiento que nos prestigia, aunque nos ponga a trabajar (sonríe). Son vivencias que uno no se atreve ni a soñar.

—Hasta donde conozco, el 2016 es el último año en que te vimos como protagonista (Cuatro Estaciones en La Habana). ¿Por qué hay que esperar tanto?

—Uno empieza a ponerse viejo, no sé..., digo yo. Pero te puedo asegurar que no me he detenido ni un segundo. Además de Cuatro Estaciones en La Habana, dirigida por el español Félix Viscarret y basada en las novelas de Leonardo Padura, participé en un proyecto en República Dominicana, una serie. Asimismo rodé un largometraje donde compartí cartel con esa leyenda del cine italiano nombrada Franco Nero (Havana Kyrie), mientras que cada vez que puedo apoyo a los jóvenes realizadores...

«Pero sí, hay un momento en que la carrera tiene un pico… Yo recuerdo que antes debía escoger entre 20 propuestas de Latinoamérica, Europa…, para decidir cuál iba a realizar. Por cierto, siempre prioricé el cine cubano. Dejé de rodar películas que luego fueron muy sonadas, o decliné la invitación de directores de la talla de Julio Menem, porque coincidió con un llamado de Humberto o de Álex de la Iglesia, dejando a un lado El día de la bestia, por ejemplo, otro exitazo, pero esperaba por mí Guantanamera. ¡Y no me arrepiento!

«Mas esas buenas “rachas” van disminuyendo, aunque siempre aparece qué hacer que nos mantenga motivados, como ahora la segunda temporada de Cuatro Estaciones, con ese exquisito personaje de la literatura que es Mario Conde, o como esos muchos proyectos concebidos por jóvenes muy talentosos que necesitan de nuestra ayuda y utilizan nuestros nombres para conseguir los presupuestos o llevarlos adelante, lo cual me parece genial».

De Gibara a San Isidro

—Alguien que conoce la fama, ¿cómo asume ese «bajón» cinematográfico?

—Sin dejar de trabajar. Me puedo referir al proyecto de San Isidro, un barrio de tanta fuerza que nos proponemos convertir en un distrito de arte, donde no falten las posibilidades de que los vecinos, sobre todo los jóvenes, puedan participar en talleres de apreciación musical, arquitectura, fotografía..., o disfrutar de conciertos, exposiciones... Ahí está también el Festival Internacional de Cine de Gibara, que me absorbe… Estoy escribiendo proyectos que quiero enfrentar como director y productor... Siempre estoy reinventándome.

«Aunque no me vean en la gran pantalla, no significa que permanezca en casa deprimido, esperando a que me convoquen (sonríe). No, yo estoy “luchando”, involucrado en acciones que me dan tanta satisfacción como rodar una película, que me hacen muy feliz.

«Llegué a San Isidro rastreando un espacio para una galería, pero cuando lo hallé (se nombra Galería Taller Gorría), no quise utilizarlo para mí solo, sino inspirar una obra colectiva, que beneficiara a otros artistas, y especialmente a la comunidad. Ahí empezamos a inventar y a invitar a consagrados y noveles artistas a que expusieran conmigo. Ya traía la experiencia de Humberto en Gibara y de lo que yo mismo estaba haciendo; ya tenía conciencia de cómo un proyecto cultural puede transformar para bien.

«Junto a edificaciones de alto valor arquitectónico, coexisten en San Isidro otros espacios como almacenes, naves, locales de antiguas industrias... Y estos últimos los hemos empleado en desarrollar un movimiento de grafiti. El historiador Eusebio Leal nos ha concedido un espacio donde nacerá la Fundación Titón, y queremos abrir más galerías, organizar más conciertos, representaciones teatrales...».

—A no pocos les extrañó que te involucraras en el «rollo» de Gibara, un proyecto todavía más ambicioso...

—Porque entendí lo que Humberto había hecho; lo que el resultado de su trabajo representaba para los gibareños, para los cubanos. Cuando los gibareños me mandaron a buscar porque estaban perdiendo su Festival, no podía permitir que algo así sucediera. Había que levantarlo como fuera, recuperar el sueño de Solás y llevarlo a su máxima expresión.

«Yo estuve presente en el nacimiento conceptual de ese proyecto, que empezó a gestarse durante el rodaje de Miel para Oshún. Aquel pueblo se había detenido en el tiempo. La arquitectura y la gente maravillosas, pero no era suficiente. Estábamos en Holguín y viajábamos diariamente a rodar, porque en esa tierra hermosa no había nada.

«No podemos olvidar que hablamos de la primera película digital cubana. Después de habernos entregado grandes películas, verdaderos clásicos, Solás se había “obsesionado” con el cine de bajo presupuesto: un equipo mínimo metido en una guagua trasladándose de La Habana a oriente. Alucinado con aquella experiencia, se le ocurrió organizar un festival para estimular a los jóvenes para que siguieran sus pasos. Eran tiempos de crisis, pero no se podía dejar de contar historias. Recuerdo perfectamente esas largas conversaciones, sus sabias reflexiones. Fue un visionario.

«Es en Gibara por donde dicen que llegó Colón, pero a los hijos de esa tierra les gusta enfatizar que luego llegó Humberto. Los redescubrió, los volvió a colocar en el mapa del mundo. Desde sus inicios el Festival tuvo este mismo concepto interactivo, nosotros hemos intentado potenciarlo más, para que continúe cambiando en lo económico y lo social a la Villa Blanca de los Cangrejos.

«Queremos que se constituya como el lugar donde los jóvenes de Holguín, Santiago, Camagüey, Las Tunas... puedan disfrutar del mejor cine, del teatro más poderoso, de los principales exponentes de la música cubana, de las obras de los principales artistas de la plástica... El Festival se ha erigido como un proyecto determinante para la región oriental, tan alejada geográficamente de la capital. Ojalá y entre todos logremos recuperar ese teatro, que es una joya, y tanto necesita el territorio, y que Gibara pueda permanecer viva más allá de los días del evento. Nosotros, los artistas, no pararemos de soñar, de apoyar, de empujar, de aportar».

—Cuatro hijos... ¡artistas todos!

—De los cuatro, tres se graduaron como músicos: Anthuan, el mayor, estudió percusión y dirige el grupo Nube roja. Él y Lázaro Peña Rodríguez «Lachi», quien también compone, son los líderes de la banda donde Adán, responsabilizado con el proyecto de San Isidro, toca los teclados. Lo apoya Amén, el más pequeño, quien terminó guitarra. Andros fue el único que siguió mis pasos. En varias ocasiones hemos compartido el set, la primera por deseos de Tabío (El cuerno de la abundancia). El Chino Chiong nos tiene en una serie y Carlos Lechuga prepara un guion que al parecer nos unirá otra vez. En la película de Franco Nero coincidimos, pero me «traicionó»: cambió de padre (sonríe).

—Pudiste vivir donde eligieras, pero siempre decidiste permanecer aquí...

—Chico, hubo una época en la cual esa pregunta me la hacían constantemente y entonces respondía que yo había hallado en Cuba lo que muchos de mis coterráneos salían a buscar afuera: vivir de mi trabajo.

«Y aunque con el tiempo esa realidad no ha cambiado, llevar adelante ahora proyectos como el de San Isidro o el Festival de Gibara, han propiciado otras razones poderosas: crearles las condiciones y darles las herramientas a los jóvenes para que corran mi misma suerte: para que encuentren en Cuba la oportunidad de realizar sus sueños y no los tengan que perseguir en otras partes, lejos de sus familias, de la gente que quieren, de su tierra, de sus raíces».

 

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