El 24 de Octubre la televisión cumple 70 años. Presentamos a tres  de  sus protagonistas 

BELKIS VEGA 

(Corresponsales de guerra y Vivir al límite son dos documentales muy conocidos –y reconocidos–a los que se les unen sus teledramas Santa Camila de La Habana Vieja y La casa de Bernarda Alba, son parte de la obra de Belkis Vega, una artista con un largo historial en la enseñanza. Ha sido galardonada con múltiples premios)     

¿Cuándo descubriste que el mundo de la imagen en movimiento te seducía?

Como espectadora el cine siempre me gustó. Me producía una especie de encantamiento. Ya en el preuniversitario era una fiel asistente de la programación de la Cinemateca. Con honestidad, soñar con ser cineasta me parecía tan inalcanzable como querer ser cosmonauta. Y sucedió que estando cursando el primer año de la carrera de Diseño Informacional e Industrial nos dieron a seleccionar, como trabajo de curso, entre diseñar un sistema de vestuario o realizar una obra didáctica que filmaríamos en 35 mm. No tengo que decirles cuál fue mi decisión. Aquello fue como un regalo caído del cielo.

¿Cómo entraste a los Estudios Fílmicos de las FAR y por qué?

Cursando ya el cuarto año de diseño recibimos un curso teórico-práctico de televisión y nos insertaron en la Televisión Universitaria en la época en que se hacía un programa diario que cada día tenía un perfil diferente. Yo hacía guiones y trabajaba como asistente de dirección en el programa «6 y 30 p.m.», que dirigía Julio Puente y salía al aire los sábados por la televisión. Estos programas se hacían en vivo, y mis guiones eran complejísimos. Realizaba encuestas por la calle, filmaba en exteriores en 16 mm para insertar después; llevaba fotografías y material visual para hacer fotomontajes que los camarógrafos debían realizar en vivo, etc. Mucho después me di cuenta que intentaba que se acercaran al lenguaje documental.

Cuando salí de la Escuela de Diseño ya estaba segura de que no quería ser otra cosa que cineasta, por lo que matriculé por la noche la Licenciatura en Historia del Arte, e intenté entrar a trabajar en una productora de cine. El panorama no era muy esperanzador. Donde se me dio la oportunidad fue en los Estudios Fílmicos de las FAR. Me fue difícil la decisión. Quien me haya conocido en esa época sabe que era una joven irreverente y cuestionadora. Estuve casi tres noches dándole vueltas en la cabeza antes de decidir qué haría. Conocía estos estudios porque fue el lugar donde realicé mi corto didáctico, y pude encontrar mucho apoyo en los compañeros

que allí trabajaban. Sabía que había gente muy valiosa allí. Al final mi amor al cine pudo más que el temor a las posibles incomprensiones e incompatibilidades. El tiempo me demostró

que tomé la decisión correcta.

Sé que eres una mujer de cine, ¿pero existen los mismos prejuicios hacia la mujer en ese medio que en la televisión? ¿Por qué se habrán dado tan raras circunstancias en Cuba?

Desafortunadamente tengo que responderte afirmando que la televisión ha dado más espacios para el desarrollo de la mujer en la dirección que el cine del ICAIC. Digo así porque, aunque se haya impuesto una visión ICAIC centrista del cine nacional, y aunque haya sido y siga siendo el organismo fundamental y de referencia para la creación cinematográfica en Cuba, desde 1962 no ha sido el único. En otras instituciones que también produjeron obras cinematográficas durante muchos años como los Estudios de Cine de la Televisión, los ya citados Estudios de Cine y Televisión de las FAR y la Cinematografía Educativa, las mujeres tuvimos más fácil el acceso a la dirección que en el ICAIC; pero en estas productoras no se hacía ficción hasta ya muy cerca de su desintegración o cambio

de perfil de producción.

¿Cómo consideras que deba ser una televisión culta?

En primer lugar con verdaderas opciones para los diferentes públicos, lo que sigue estando lejos de cualquier televisión.

Una que abogue por contribuir a que los seres humanos seamos

mejores y más capaces, y a la vez entretenga pero no idiotice; que nos ayude a ser y estar en el mundo en que vivimos y no a evadirnos con la estupidez y el mal gusto.

Si pudieras, ¿qué harías para mejorar la nuestra?

Un estudio de sectores de audiencia. Más programas que reflejen y debatan realmente sobre nuestros problemas y contradicciones. Una programación que apueste por el buen gusto y el crecimiento de las personas.

Tienes una larga y fructífera carrera en la enseñanza del audiovisual. ¿Cómo sientes que son esos nuevos directores, fotógrafos, sonidistas… que van surgiendo?

En primer lugar, creo que se parecen a su tiempo; que son irreverentes, como deben ser los jóvenes; que la mayoría quiere y tiene el derecho a expresar su visión de su realidad, que aunque sea la misma nuestra, parte de vivencias muy diferentes; que vale la pena estar cerca de ellos y escucharlos, y nos ayudarán a enriquecer nuestra mirada. Y que para mí es una alegría sembrar una semillita dentro de ellos que siempre estoy segura que germinará.

 

MAGDA GONZALEZ GRAU 

(Si por casualidad Magda González Grau entró a la televisión a ella le ha dedicado la vida. Es la coordinadora de los teledramas que con tanto éxito, de crítica y público, se han exhibido recientemente en el espacio Una calle, mil caminos por la televisión. Es una realizadora con numerosos galardones). 

-¿Qué te hizo acercarte a la televisión?

La casualidad. Se suponía que yo iba a ser maestra. De hecho,  desde el sexto grado yo quería irme para Minas del Frío en aquel Plan Emergente para formar maestros. Pero mi mamá me convenció de que debía estudiar primero para luego enseñar mejor. Cuando entro en la carrera de Filología, yo estaba segura de que me iba a quedar dando clases en la Facultad o por lo menos haría todo lo posible para ello. Fui Alumna Ayudante, le di clases de Latín a grupos de grados inferiores y en el último año, discutida la tesis, me dicen que la única plaza de maestro había que dársela a un alumno que era de Camagüey y si no se quedaba en la Universidad no tenía dónde vivir en la Habana. Resultado: me quedé “colgada de la brocha”, pues todos mis amigos ya tenían apalabrada alguna ubicación. En esos meses hice de taquillera y de acomodadora sin remuneración, en el Teatro Nacional para poder ver los Festivales de Ballet y de Teatro, porque aunque mi mamá era la Directora, jamás nos consiguió invitaciones gratis a sus hijas, y yo no tenía dinero para comprar entradas. Así que todavía hoy, agradezco a aquel camagüeyano conocerme los planos de las salas Avellaneda y Covarrubias de memoria. En Diciembre de 1979, cinco meses después de graduada, una amiga me habla del Departamento de Subtitulaje de la Televisión Cubana y me dice que andaban buscando gente que tuviera buena ortografía y nivel cultural, y las dos entramos a trabajar en el ICRT. Hasta ese momento mi única vinculación con la televisión había consistido en ser una televidente furibunda.

¿Qué y cuándo dirigiste por primera vez?

-En 1990, Gloria Torres y yo estábamos en la Asociación Hermanos Saíz y un día me habla de irnos a la Isla de la Juventud tras el rastro del origen del Sucu sucu. A mí me gusta la música, pero no tengo ninguna formación académica como la tiene Gloria, que es musicóloga, pero aquello sonaba a aventura, a misterio, y su entusiasmo era tan pegajoso y contaminante, que sin darme cuenta, de pronto, me vi montada en un avión rumbo a la Isla del Tesoro. Allí, hurgamos en cada rincón donde hubiera un caimanero o un jamaicano, quienes nos hablaban del round dance como el antecesor directo del ritmo pinero. En ese deambular, encontramos a una caimanera, quien después de 61 años en Cuba, apenas sabía hablar español: Silvia Baker. Llegamos a su casa buscando una victrola antiquísima de la que nos había hablado Julio Acanda. Ella nos puso su disco preferido y en medio del estribillo empezó a cantar con un sentimiento tan especial que nos impresionó. Cuando acabó la canción, nos contó su historia de amor y de ahí surgió “Querido y viejo amigo”, un documental de 8 minutos que nos dio a Gloria y a mí un premio Chicuelo que era el premio de la muestra de la Asociación, un Caracol especial, mi primero, y un premio internacional en el Festival Tam Tam Video de Pisa, Italia, que eran nada menos que mil 200 dólares en pleno Período Especial. Eso fue lo primero que dirigí. Después vino Te quedarás con Charlie Medina y Gloria y después, mi prueba de fuego: El año que viene junto a Rafael Cheíto González, Yaki Ortega y Héctor Quintero.

¿Es cierto que cada vez se acercan más cine y televisión?

Este asunto encuentra posiciones absolutas de uno y otro lado. Los puristas dicen que no y los más abiertos dicen que sí. Yo creo que siempre va a haber una diferencia de lenguajes, pero dependiendo del tipo de programas. Un noticiero diario, conste que no hablo del legendario Noticiero ICAIC de Santiago Álvarez, va a ser siempre televisión, mientras que un documental, un unitario dramatizado, hasta un musical, puede acercarse cada vez más a un lenguaje cinematográfico. Esto es consecuencia de la homogeneización de las técnicas audiovisuales y de una voluntad de realización que busca la mayor calidad en este tipo de producciones. De hecho, realizadores de cine como Kike Álvarez, Livio Delgado, Pepe Riera, Raúl Rodríguez y otros ya están trabajando en la televisión y  Alejandro Gil y Ernesto Daranas, directores de la televisión, están haciendo sus primeras películas en el ICAIC. 

-¿Qué esperas de la crítica?

-El Che Guevara, gran promotor de la crítica como ejercicio cotidiano, no concebía ningún proceso verdaderamente revolucionario sin la existencia de un espíritu crítico y autocrítico. Esto ha sido muy traído y llevado y se convirtió en un punto más en las planillas de evaluación y en el orden del día de algunas reuniones. Creo que hay que rescatar la esencia de este pensamiento en todos los frentes de nuestra sociedad, pero en el arte, el que no haya crítica, implica un grave peligro, por el carácter altamente subjetivo de los procesos de creación.

El artista necesita de una contrapartida constante, porque se involucra tanto en lo que hace, intelectual y emocionalmente, que pierde la noción de lo que está bien y de lo que está mal.

En la televisión, si queremos mejorar la calidad de nuestros programas, tenemos que abrir espacios a la crítica, pues por muchos esfuerzos que hagan nuestros amigos de la prensa plana, siempre va a haber más temas culturales que espacio físico para poder dedicarlo a nosotros. De ahí La Columna. Hacía rato que yo estaba abogando por tener un espacio que funcionara como lo que sucede con la prensa y los estrenos de teatro en las grandes capitales. Por eso yo digo que La Columna me cayó del cielo, pues  Rufo Caballero es un especialista que estés de acuerdo o no con él, tienes que reconocer que sabe de lo que está hablando, y esa preparación le da herramientas para poder ser valiente y profundo en sus análisis.

- ¿Está  cerca o lejos  la TV cubana de ser siempre una propuesta cultural?

Ojalá pudiera decirte que estamos cerca de esto, pero aunque, yo por principio, soy optimista, también soy realista, y me duele mucho tener que aceptar que por desgracia, no todos los escritores, ni directores, ni realizadores que trabajan en la televisión, están conscientes de esta necesidad, y por lo tanto no hacen nada por mejorar ni su nivel cultural, ni su preparación, y la mayoría de las veces subordinan el rigor artístico con que debieran enfrentar sus obras, a la inmediatez del medio y a las dificultades financieras y de recursos con las que trabajamos.

Sí podría decirte que la voluntad de elevar la calidad cultural de nuestra televisión, está presente en sus principales directivos, no en todos, y que existen directores que se respetan y prefieren no hacer nada, que hacer una obra que no tenga calidad. Eso ya es algo, ¿no te parece?.

CONSUELO RAMÍREZ 

(Esta mujer estudió para ser profesora y lo fue. Dio un salto al vacío y dedicó a escribir, así fue autora de de guiones hasta que decidió dirigir. Latidos compartidos fue una telenovela que se le agradeció.  Ha recibido varios premios  entre ellos uno de la Caribbean Broadcasting Union) 

¿Consideras que llegaste tarde a esta profesión al lado de autores de tu generación?

Sí, llegué tarde, creo que unos veinte años después; pero ni con el pensamiento me atrevo a renunciar a ninguna de mis etapas anteriores. Estoy convencida de que tengo que esforzarme mucho para más o menos ponerme a tono con los que empezaron en su momento, y asumo esa responsabilidad.

A veces me he sentido un poco solitaria. También es parte del reto, y vencer cada uno, por pequeño que sea, suele convertirse en un gran gozo.

Alguna vez confesaste que escribías muchos guiones, que todos los relatos que tenías los habías convertido en piezas para la televisión, y que alguno tendría que grabarse. ¿Fue así que Alejandro Gil llegó a «Hazlo por Neruda», o ese magnífico teledrama tiene otra historia?

Así fue. «Hazlo por Neruda» es uno de mis cuentos más queridos. Lo convertí en guion. Su primer título fue «Vuelo mágico»; pero la muchacha incomprendida le ruega a su madre que lo hiciera por Neruda y ya el título para mí no podía ser otro. Ale tenía ya un trecho recorrido como director. Yo lo había conocido en mi etapa del Centro de Estudios Martianos, adonde él fue buscando información para un documental que

hizo relacionado con Martí. Años después nos encontramos en el ICAIC inscribiéndonos para el Festival de Cine, él con un documental y yo con mi Adoración y Soledad. Le propuse «Hazlo por Neruda» en mi búsqueda de caminos para mis guiones. A él le gustó la idea e hizo cambios, con los que yo no estaba de acuerdo. Discutimos muchísimo. Yo le pedía un imposible para cualquier director, y más a Alejandro, tan creativo, con tanto vuelo. Así que las discusiones fueron tremendas: yo exaltada y él muy ecuánime, pero sé que muy molesto conmigo. Como los dos éramos totalmente honestos, hasta yo en mi ignorancia, eso solo sirvió para que fuéramos siempre los amigos que hoy somos. 

¿Cuándo diriges tu primera obra de ficción y por qué?

En 2004. Estuve preparándome y esperando pacientemente para hacer mi primera ficción. Me sugirieron un cuento para que fuera más breve. Decidí que si versionaba a algún escritor iba a ser a Feijóo. Yo lo he admirado mucho desde siempre, como narrador, como etnólogo, como ensayista, y como poeta tiene algunos poemas estupendos. Revisé entonces toda su cuentística, y ahí fue que uní «Torneo en Sabana Miguel» y «Alejo García». Ya aprobado el cuento me pidieron que saliera de nuevo como directora asistente, algo que no es tan fácil, porque los directores tienen su equipo, y puede crear un ruido incluir otra persona de pronto, pero mi querido chino

Chiong me dijo: dale, vamos conmigo. Realmente me fue muy útil. Tiene una personalidad muy fuerte, pero es un artista muy sensible, muy creativo. Al lado de él yo era la mujer esponja.

Cuando terminó aquel trabajo ya tuve el banderín abierto para realizar «Torneo en Sabana Miguel». Me preparé de manera exhaustiva: me sabía casi de memoria todas las escenas. El guion técnico de cada escena, todo el vestuario me lo sabía de memoria, me lo estudiaba y lo enriquecía constantemente. Mi director de fotografía fue Pepe Riera, con quien también he aprendido muchísimo, y Alejandro Gil fue mi director asesor. Me sentí muy libre, pero a la vez muy protegida.

Eva Portela también fue importante. Le pedí que me hiciera dirección de arte. Mi madre, que había vivido hasta los doce años en un ambiente totalmente rural y justo en esa zona central en que se mueven los personajes de Feijóo, recordó cada pequeño detalle: me explicaba, me ejemplificaba.

Mi padre me contó algunas anécdotas de los guajiros cerrados como el del cuento, me dijo nombres de bueyes. Se ganaron el crédito de asesores para el mundo campesino. Yo me sentía muy segura con los ensayos, que eran buenos. Pancho García y Eslinda Núñez resultaron maravillosos en su pareja de guajiros. 

Has realizado varias obras en coproducción con el Caribe. ¿Cómo lo has logrado?

Porque tengo alma de aventurera y he corrido riesgos de todo tipo. Nuestra cultura occidental siempre nos inclina a poner los ojos en los mismos sitios del planeta, a pesar de la alerta que nos hiciera Martí en «Nuestra América», y por él aprendí a amar esas culturas, esas costumbres que se conservan en nuestros países a pesar de los pesares, porque sabemos la tendencia a homogeneizarlo todo. Fui a Honduras porque me invitaron a impartir unos talleres a los garífunas, y me encontré ante una cultura desconocida y fascinante. Allá hay nueve etnias; también conocí bastante a los tencas, tan humildes, casi en extinción, con su mirada larga y triste. Lamentablemente

con ellos no pude hacer nada, pero con los garífunas sí: hice un documental, escribí y dirigí una obra de teatro. Leí todo cuanto pude de los principales escritores. Así seleccioné el cuento que dio origen a Cien años contigo, ficción que realizamos en Honduras, adonde viajamos un pequeño grupo de cuatro actores y seis especialistas. De verdad que fue una verdadera proeza. Nunca terminaré de agradecerles lo suficiente. Huberto Varela (el tío) hizo magia con la fotografía, con solo dos luces, dos pequeñas luces. Jorge Fernández otro tanto con la banda sonora.

Hace unos años me confesaste: «Me asedia la loca idea que podría llegar a convertirme en una anciana que repitiera hasta el cansancio: ”yo quería ser escritora, pero…”, y dije: no hay peros que valgan, aunque me prometí que si no resultaba, nunca más pensaría en eso». A esta altura te has adentrado en el mundo audiovisual. Y la literatura, ¿no temes arrepentirte un día de haber tomado ese camino?

No, yo sé que no me voy a arrepentir nunca. En un tiempo sentía que había dejado de defender los sueños de aquella niña que le preguntaba a su maestra: seño, ¿qué tengo que hacer para escribir un libro grande?, o de aquella muchacha que cogía dos guaguas para llegar al taller literario. Fueron esos mismos sueños los que se irían trenzando con la realidad y me pusieron en este punto. Para mí todavía es un enigma si llegaré a ser narradora o no. Si lo logro será con unos cuarenta o cuarenta y cinco años de atraso, cuando esté llegando la generación de mis nietos. Hace muy poco, cuando terminé el teleteatro «En el túnel un pájaro», me metí en unas narraciones en las que  trabajo intermitentemente. Al arribar a la quinta cuartilla me dije: pero si esto puede ser un buen guion, algo bien onírico, de nuevo los campos de Cuba, un arria de mulos (soy nieta de un arriero, y ese es uno de mis grandes orgullos). Ya empecé a pensar en términos de imágenes, y aseguré: este personaje está muy bien para Eslinda. A los pocos días se aprobó el guion. Lo quiero hacer en Sagua la Grande, otro pueblo muy querido por mí (allí grabamos El placer de la intimidad), y donde me siento muy feliz. También estoy trabajando en un epistolario en que, de vez en cuando, le escribo a mi mami contándole un poco de todo, porque ella era una persona con muchas inquietudes, esa gente de criterios muy definidos. Era como el símbolo de la sabiduría por intuición. Me gusta seguir intercambiando opiniones de nuestro devenir familiar e histórico en general, y hasta discuto un poco con ella.

¿Qué es la televisión para ti? ¿Cómo podría ser mejor la nuestra?

Para mí la televisión es la puerta por la que logré entrar. Estaba bastante angosta la puerta, pero pude. Hubo otras puertas que simplemente no dejaron ni un filito para mí, de donde deduzco que era la televisión la que me tocaba, y trato de hacerme merecedora de ese chance que me dio. Nuestra televisión podría ser mejor si fuera mejor nuestra sociedad, porque la televisión es un botón de muestra de todo el deterioro económico, ético, social por el que estamos transitando. Si hay doble moral en el país, ¿cómo hacer para que no la haya en la televisión? Falta organización, faltan recursos constantes y sonantes, sobran plantillas, falta higiene, sobra dogmatismo para que impere la dialéctica, falta descentralización para que cada quien pueda decidir qué necesita o no para su producción. 

 

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