Fue una noche de domingo como hacía un buen tiempo no nos llegaba. Disfrutamos un programa con muchos aciertos, los cuales intentaré enumerar desde mi subjetividad, no precisamente la de un musicólogo, ni la de un director de televisión, y mucho menos la de un crítico de arte, porque no soy ninguna de las tres cosas; hablo desde mi profesión de psicólogo, de comunicador, y desde mi óptica de televidente.
Mi primera apreciación se centra en los diálogos (monólogos) de Lynn con la cámara (entiéndase con el televidente), tocando temas íntimos sin caer en situaciones melodramáticas, fabricadas y artificiales. Los televidentes conversamos de tú a tú con una amiga imaginaria sobre el tema de la amistad, la situación actual de los músicos e intérpretes en nuestro país, algunos de ellos favorecidos por las gerencias de lugares donde se debe presentar el arte y no el facilismo y el comercialismo al cual se acude en los últimos tiempos.
Ella habló como madre, hija, amiga y artista. Refirió su futura producción discográfica con el sello La Ceiba, de la Oficina del Historiador de La Habana. Todo ello fue sazonado con un repertorio diverso, que incluyó temas para todas las edades. Cantó sin gritar, lo cual no es costumbre en los últimos tiempos. Lució un vestuario austero pero elegante. La circundó una escenografía sencilla, con agradable tratamiento de las luces y la fotografía.
Ante nuestros ojos, la muchacha que tal vez veíamos como una de las niñas de Pablo y Yolanda, se metamorfoseó en una mujer madura. Descubrimos entonces no solo a la cantante sino al ser humano, con un nivel de autoseguridad y de autoconfianza, ilimitado. Ello, a quienes ya peinamos canas, nos devuelve las esperanzas de que exista un relevo acertado.
La joven señaló la importancia de la familia, de transmitir valores a los hijos, sobre todo cuando crecen en un ambiente muy diferente al suyo. Destacó lo saludable de manejar bien el divorcio, como sucedió con sus progenitores. Opinó sobre la imagen que pueden brindar los padres a sus hijos, ejemplos donde la honestidad y los mayores valores éticos son determinantes. Declaró su orgullo materno y reconoció cuánto le ha servido en su desarrollo profesional y familiar la comunicación en el amor, para que este no se endurezca. Lo mejor de todo fue la proyección de una personalidad conformada sobre la base del amor y los más acertados valores humanos.
Ya aclaré que no soy musicólogo, pero a mis oídos amantes de la buena música llegó una voz afinada, hermosa, tierna, a partir de la proyección escénica de una mujer que sabe expresar y decir cuánto siente. Interpretó temas muy conocidos pero a su estilo, moderno, sin maltratar melodías.
Los más añejos disfrutamos del renovado número musical Debí llorar, de Piloto y Vera; de la siempre bien recibida melodía Adiós felicidad, de Ela O´farril, un tema polémico en su tiempo pero que no pudo ser desaparecido de nuestra historia musical. Nos embelesamos con Quién me ha robado el mes de abril, de Sabina, y con Tómame o déjame, de Juan Carlos Calderón, popularizado por las voces de Mocedades.
Otros temas también fueron impresionantes: Sálvalo, Mi paz, Pétalo de Sal y Amor espiritual. Para cerrar nos regaló Locuras, de Silvio Rodríguez, a dúo con alguien que tiene la dualidad de ser su padre y, a la vez, uno de los grandes de la historia de la música popular cubana.
Por su parte, Juan Pin Villar vuelve a mostrar sus credenciales como director, junto a un equipo de realización de primera. En cada entrega televisiva de este director se observa un trabajo de investigación profunda. Hace unos días nos regaló un espacio dedicado a Noel Nicola que conmocionó a gran parte de la teleaudiencia.
En este director se une el desenfado propio de los mas jóvenes con la austeridad y responsabilidad de los menos bisoños. Es precisamente ese punto medio el cual en ocasiones no alcanza nuestra televisión. O se hacen programas “muy viejos” o “muy modernos”. Pocos logran encontrar el punto exacto de saber bien lo que se hace y cómo se hace, pero Villar es privilegiado en ese aspecto.
Por último, comento uno de los más importantes aciertos: dedicar el espacio al desaparecido director Douglas Ponce, homenaje merecidísimo a uno de los mayores promotores del Movimiento de la Nueva Trova cubana a través de la pequeña pantalla.
En fin, Lynn y Juan Pin, además de regalarnos una noche, casi invernal, amorosa y de muy alta calidad artística, hicieron el mejor tributo a quienes contribuyeron de forma más directa a su formación, no solo como profesionales sino como seres humanos. Así reafirmaron que saben muy bien cazar ratones.