Basado en hechos reales, cada una de sus historias pretende tocar fondo en la denuncia de conductas delictivas de índole diversa: asesinatos, robos, violaciones, corrupción, tráfico y consumo de drogas, violencia doméstica, prostitución, emigración ilegal, malversación; fenómenos nocivos de repercusión en nuestra sociedad. Ningún otro espacio de la televisión cubana explora en dichas zonas de la realidad e incorpora figuras propias del relato policial, con el propósito de desplazar la mirada desde lo anecdótico hasta individuos, actividades ilícitas, situaciones, conflictos, que subvierten tanto normas como actitudes de integridad y convivencia social.
Transformar esa realidad compleja, en un espectáculo artístico requiere proporcionar a los televidentes la comprensión de lo que ocurre y cómo ocurre, mediante asociaciones de relaciones de diversos aspectos, sin obviar que esa otra realidad pertenece a la ficción, a lo imaginario, constituye una extensión de la realidad subjetiva del artista y del televidente, en la medida en que logra ser objetivación del contenido ideológico y emocional del ser humano.
En ese ámbito intenta penetrar Tras la huella con estrategias narrativas propias del policíaco, con la intención manifiesta de ir más allá del descubrimiento metódico y gradual del hecho criminal o misterioso a través de una tríada recurrente en el género: delincuente-detective-víctima. Revelador de asuntos y acontecimientos no abordados en la TV el espacio, en tanto mediación en el proceso de penetración de la realidad, logra, además de una reacción a nivel sensorial, razonamientos y juicios sobre lo cotidiano.
No obstante, ocurre en ocasiones que los propósitos evidentes de alertar, advertir, trasladar ideas y hábitos correctos, lleva en sí una carga de didactismo en diálogos, diseños de personajes-tipos, situaciones y algunas puestas, los cuales impiden modelar con riqueza expresiva la imagen y su función simbólica.
Estudios sobre el nuevo policial cubano en la literatura, que han sistematizado Rebeca Murga y Lorenzo Lunar, reconocen rasgos ilustrativos sobre la renovación de dicha narrativa, como la desacralización del héroe –se aleja de la imagen del policía perfecto-, exploración a diversos niveles de realidad y el uso de recursos lúdicos, entre otros.
Estos preceptos han sido interiorizados en programas unitarios y series inolvidables: Su propia guerra, Julito, el pescador, En silencio ha tenido que ser; y en emisiones de Tras la huella, escritas por Nilda Rodríguez Torres, Alberto Luberta Martínez, Silvio Hernández, Ariel Trujillo, entre otros guionistas, y dirigidas por realizadores notables.
Se impone el respeto hacia la dinámica de la acción dramática, el enfrentamiento del intento y la oposición de dos bandos en pugna, indispensable en el avance de la trama y que provoca en el televidente reacciones psicológicas, lo convence de aceptar la verdad de lo que ocurre en pantalla.
¿Cómo olvidar al emblemático personaje-tipo del capitán Pablo Bermúdez, que asumía de manera brillante el desaparecido actor Jorge Villazón? ¿Y el desempeño de René de la Cruz en Julito, el pescador? ¿Y al Tavo, de Alberto Pujols en Su propia guerra?
No hay espectáculo si la letra muerta del guion no se potencia en toda su dimensión. Sin duda, el dominio de las estructuras dramatúrgicas –convenciones que aporta el arte para su cohesión interna y autonomía respecto a la vida real- son decisivas en las realizaciones audiovisuales.
Existen evidencias de la calidad del policiaco cubano, resulta impostergable que Tras la huella dé continuidad a este empeño de forma sistemática, sin perfecciones edulcoradas, ni interés excesivo por enseñar dónde radica el bien, fiel a ese otro ámbito que es el arte.