En Regreso al corazón, una de las subtramas más arriesgadas y conmovedoras recae en Henry, interpretado por el joven actor Daniel Barreras. Su historia va más allá de un conflicto personal: es un espejo que refleja las heridas, los prejuicios y las segundas oportunidades que todavía son posibles. Henry es un exrecluso que, marcado por las circunstancias de su pasado, no se siente listo para retomar su carrera y volver a las tablas. Sin embargo, la vida lo conduce por un camino inesperado: el cabaret y el transformismo. Allí, en ese universo de luces, lentejuelas y libertad, encuentra un refugio y, sobre todo, una forma de redención.
El transformismo, tantas veces incomprendido y blanco de prejuicios, se convierte para Henry en una expresión artística legítima, intensa y profundamente humana. A través de él no solo transforma su apariencia, sino también su forma de mirar el mundo y de mirarse a sí mismo. El personaje reivindica que el arte puede ser salvación, que el escenario no es solo un lugar para entretener, sino un espacio para sanar, para reconciliarse con lo que uno fue y abrirse a lo que puede llegar a ser.
Un papel fundamental en este proceso lo desempeña Carlos, interpretado por Jorge Pedro Hernández, el director artístico del show dentro de la ficción. Carlos no solo guía a Henry en el dominio del escenario, sino que lo acompaña en su auto descubrimiento, alentándolo a confrontar sus miedos y a explorar su talento con libertad y orgullo. Más allá de su rol profesional, Carlos se muestra como un verdadero amigo, alguien que tiende la mano y demuestra que la empatía y la confianza pueden ser motores de transformación personal.
En ese camino, Henry no solo se libera de sus inseguridades, sino que también desmonta prejuicios asociados a lo sexual, recordándonos que el arte está por encima de cualquier preferencia. Lo que importa, en última instancia, es la autenticidad con la que un ser humano decide subirse a un escenario y compartir su verdad.
La elección de los guionistas de incluir esta trama es, sin dudas, un acierto que merece ser celebrado. En un panorama televisivo que muchas veces se limita a zonas seguras, apostar por visibilizar el transformismo como arte y como camino de vida supone romper barreras narrativas y culturales. El personaje de Henry nos recuerda que el talento y la sensibilidad no conocen etiquetas, y que los escenarios —ya sean de teatro clásico o de cabaret— pueden ser el lugar donde las personas se reconcilien con su historia.
No es casual que esta subtrama haya generado debate en redes sociales. Los comentarios a favor y en contra demuestran que, como sociedad, todavía tenemos mucho camino por recorrer. Que haya incomodidad es una señal de que el tema toca fibras profundas, y que aún hay miedos, estereotipos y resistencias que enfrentar. Pero también hay algo esperanzador en el hecho de que la conversación exista: significa que el arte, una vez más, está cumpliendo su papel de cuestionar, provocar y abrir espacios de reflexión.
En Henry, Daniel Barreras construye un personaje que no pide permiso para existir, que carga con su pasado pero no se deja definir por él, y que nos invita a mirar con otros ojos aquello que no entendemos. Tal vez, en su viaje del silencio al aplauso, todos podamos encontrar un recordatorio de que la redención, como el arte, tiene infinitas formas.