Estos tiempos exigen estrategias comunicativas que contribuyan a la correcta utilización del habla y a la formación del buen gusto, sin didactismo a ultranza.

¿Por qué impresionan un filme, una serie o un concierto? ¿De qué depende recordar personajes, historias y conflictos representados en la pantalla, el teatro o la radio? La percepción artística no es solo un acto de reproducción, sino de co-creación. Además de actores de talento también existen espectadores de talento, reconoció Stanislavski.

Las velocidades de la información y el audiovisual instauran nuevas experiencias desde el hogar, donde audiencias de diferentes edades, sexos, preferencias e intereses, comparten nuevos modos de estar juntos.

En consecuencia, el juego enunciativo de los medios de comunicación desemboca en lo que consideramos una cuestión ética: la responsabilidad de decir.

El amplio, diverso, a veces controvertido universo de temas, contenidos y soluciones formales, que circula por disímiles corrientes subterráneas, forma parte del desafío que la comunicación le plantea a los sistemas educacional, cultural y a la sociedad.

Lo que se dice y como se dice en la televisión influye en la legitimación de palabras, expresiones al uso, modas, que lejos de nutrir el léxico, pueden patentizar errores, limitaciones o empobrecimiento de la lengua y el acto comunicativo.

Rige la monotonía en emisiones de corte parecido, lo mismo se ofertan libros que comidas, el aquí cambió por acá, proliferan los lugares emblemáticos, propuestas de conciertos, asuntos medulares, sitios paradigmáticos y potenciación de recursos.

Estos tiempos exigen estrategias comunicativas que contribuyan a la correcta utilización del habla y a la formación del buen gusto, sin didactismo a ultranza.
Para que dichas estrategias cumplan sus objetivos, resulta imprescindible trabajar de manera sistemática, no basta con trazar pautas, definir contenidos, buscar formas novedosas de representación, si estos propósitos se diluyen en la dinámica de la cotidianidad y el programa que en algún momento conquistó, aburre, desmotiva, no interesa.

El consumo cultural es apropiación, recepción y uso. Los espacios de televisión tienen valores agregados. Por ejemplo, uno de participación entretiene, a la vez aporta saberes. Lo demuestra El selecto club de la neurona intranquila (Cubavisión, viernes, 8:30 p.m.). Las series o telenovelas distraen, recrean conflictos, situaciones, denuncian lastres sociales, como ocurre en la puesta argentina Vidas robadas (Multivisión, de lunes a viernes, 3:00 y 11:00 p.m.), sobre la que volveré con detenimiento.

Los noticieros informan y ofrecen un servicio social. Cada producto audiovisual debe tener su distinción simbólica, una manera propia de decir. El lenguaje modifica, transforma condiciones del comportamiento social, tanto del sujeto hablante como de su destinatario. Pero no basta el uso correcto de las palabras; también la sintaxis de imágenes, la gramática, la lógica, proponen un sistema de pensamiento visual, el cual aporta al mensaje de manera implícita.

Como todo discurso, el icónico encierra asociaciones, que la TV cubana no siempre aprovecha del todo para mantener la diferenciación estética individual, irrepetible.
No está aislado el televidente de procesos, mediante los cuales toma decisiones, que inciden en sus juicios finales. La TV, como mediación cultural, reproduce sentidos sociales, propone otros mundos posibles, rechazados o aceptados, en dependencia de la lectura de audiencias diversas, de su interpretación de la polisemia textual.

De acuerdo con el ensayista Ambrosio Fornet: “En ese proceso de retroalimentación entre el emisor y el receptor debía sustentarse el principio de creatividad incesante que -parafraseando a Marx por enésima vez- pudiéramos resumir diciendo que el artista, al crear una nueva obra de arte para el espectador, crea también un nuevo espectador para la obra de arte. Y henos aquí de vuelta al equívoco de la función didáctica del arte. En primera instancia, lo que el arte nos enseña es a aguzar los sentidos; lo que el arte educa es nuestra sensibilidad”.

Los públicos esperan que los ayuden a comprender las esencias de las cosas, y cuando se utiliza de manera creativa el lenguaje de los símbolos, existe la posibilidad inmediata de estimular en el otro la capacidad de pensar.
A cada experto involucrado en la creación colectiva de la TV debe guiarlo un fin premeditado: convencer con la calidad artística.

 

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