Lucas no solo ha sobrevivido en el tiempo, sino que destaca como la ventana por excelencia para el videoclip cubano
Entre luces y sombras, detractores y fanáticos, dificultades y desplazamientos de horarios, y polémicas de muy diverso signo, Lucas no solo ha sobrevivido en el tiempo, sino que destaca como la ventana por excelencia para el videoclip cubano. Habrá, y de hecho existen, otras, pero a la antigüedad, Lucas suma la persistencia de los grandes corredores de fondo.
Más que un programa es una plataforma y eso lo supo bien desde el inicio, allá por 1997, o quizá antes, su director Orlando Cruzata. Reflejar y promover a la vez la expresión doméstica de un producto audiovisual asociado a la industria musical, conjugar el espectáculo televisual con el espectáculo en vivo en el caso de las premiaciones, intentar la articulación entre la exigencia crítica y el gusto popular. ¿Quién no recuerda las valoraciones del prematuramente desaparecido crítico Rufo Caballero?
Cada vez que me asomo al programa, y de manera particular al Lucasnómetro, no puedo menos que plantearme lo que constituye un conflicto al parecer no siempre resuelto: el balance cualitativo entre la música y el lenguaje audiovisual. De un lado, entregas musicales meritorias volcadas en imágenes rutinarias, poco imaginativas, mediocres. De otro lado, músicas no cuajadas, unas cuantas de ellas intrascendentes o derivadas de fórmulas tal vez exitosas, pero carentes de densidad artística, arropadas por valiosas realizaciones.
Ello no es problema alguno de cara al mercado que dicta las normas en la industria del espectáculo a escala global, a no ser que el escándalo sea mayúsculo, como sucedió hace pocas semanas con el tema Perra, del colombiano J. Balvin, expurgado de YouTube por su explícito contenido sexista, misógino y racista.
Pero en una televisora pública que responde a valores éticos socialmente consensuados por vastos sectores de las audiencias potenciales, que se nutre tanto de producciones audiovisuales de las casas discográficas cubanas como de un número cada vez más creciente –bienvenidas sean– de casas independientes, se trata de un asunto que no debe ser esquinado y merece una reflexión poliédrica y profunda, más cuando Lucas es, como decíamos, una ventana, pero no la única. El acceso a las nuevas tecnologías de la información y el trasiego de productos culturales de uno a otro lado del hemisferio han incidido en la entronización de patrones de consumo cultural que influyen en los gustos y se reflejan en votaciones como la que favoreció en Lucas 2021 al video más popular, El campeón, obra de Kimiko, Yordy y Michel Boutic, llevada a imágenes por Helier Muñoz.
A nivel de realización Muñoz explota con destreza artística los pocos elementos que tuvo a mano: los intérpretes, un gimnasio de boxeo y un grupo danzario ajustado al tiempo en pantalla y a la dinámica del producto. El tema se inscribe en la saga repartera –deriva nacional a medio camino entre el rap y el reguetón–, con la afirmación del yo, y la autocelebración. Nada del otro mundo aunque, al menos, al margen de la mediocridad e indecencia de los más publicitados productos reparteros de la última década.
Sin discusión, el Video del año hizo justicia a una producción acrisolada: El mambí, de Roly Peña y Alejandro Pérez, a partir de la versión con que el inolvidable Santiago Feliú recreó la icónica canción de Luis Casas Romero. Canción patriótica, sí, de las necesarias para fortalecer el espíritu y continuar en la lucha contra todos los demonios; canción de amor, en efecto, pero enaltecida por la interpretación de un trovador que se acercó a las fuentes, y por una puesta en pantalla que por sí misma valía el premio. Arte, patria, sensibilidad y sentido poético, ¿quiérese más?
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