Una gran historia ha llegado a su fin, y lo ha hecho desde la honestidad y el conocimiento cabal de un género que no a todos le sienta bien a la hora de crear. Los hijos de Pandora, reafirmó el valor de las pequeñas cosas, los más imperceptibles instantes de la vida y la habilidad del ser humano de transformar su realidad.

Las vidas de cuatro hermanos y sus respectivas familias, cambiaron totalmente durante cincuenta capítulos de incontables peripecias, momentos dramáticos y problemáticas sociales esbozadas con mucho tino e inteligencia. Esta no fue una telenovela que intentara ser polémica, aunque al final lo fuera. Los hijos de Pandora ha sido la novela del reencuentro familiar, de los afectos, las buenas costumbres y la cubanía. Estos elementos, sumados a un guion sin costuras y una puesta en pantalla digna, aseguraron el éxito de la quinta obra de ese ya imprescindible del género en Cuba: Ernesto Fiallo.

Sobre masculinidades en constante auto-cuestionamiento, nuevos modelos (u opciones) de familia, paternidades reivindicadas y amores en profundos conflictos ético-morales, se discursó en este guión original de Ariel Amador Calzado. Calzado mostró una gran destreza para capturar cotidianidades, diseñar personajes complejos y encontrar el tono preciso en cada una de las escenas. Es este, un guionista que la televisión debe procurar conservar para próximas producciones, por su innegable pulso contando historias y la conexión inmediata que establece con el espectador.

A la puesta en pantalla de Fiallo la caracterizó la corrección y efectividad visual, sin que esto signifique un resultado redondo. Rubros como el diseño de sonido o la edición, mostraron debilidades, que fueron menos visibles por la aceptación popular que ha tenido la obra, pero que están ahí, indicándonos el cuidado y exquisitez que se debe tener para futuras entregas. También habrá que repensar el montaje de las cadenas de acciones, uno de los talones de Aquiles en las series de Fiallo. El lenguaje gestual desde la libertad y la amplitud, debe formar parte del trabajo de los intérpretes, que, en Los hijos de Pandora, se ve afectado, en gran medida, por la poca espacialidad de los sets elegidos para filmar.

Actuaciones memorables de noveles y veteranos han caracterizado a esta telenovela. El ejemplo nítido de dos generaciones confluyendo eficazmente en una misma obra, son las interpretaciones del talentoso Rodrigo Gil y la siempre espléndida Paula Alí. Ambos histriones, crearon una relación desde la empatía, el humor y la complicidad; componentes imprescindibles para redondear una intención artística.

Este capítulo concluyente mostró coherencia con la naturaleza anecdótica de la historia.  Casi todo se dio naturalmente, aunque sí se sintieron en muchas escenas, los acostumbrados atropellamientos dramatúrgicos que arrastramos de otras producciones. Fue un capítulo complaciente, eso sí; complaciente con lo que del género esperamos y pedimos a gritos.

Una amistad recuperada, un hombre joven encausando su vocación, una familia más unida que nunca y otro bebé de Raidel en camino, cerraron esta caja contenedora de todos los males, donde nacen buenos hijos y también grandes historias.

 

 

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