Estrenamos en “De Nuestra América” la coproducción entre Argentina, México, España, Dinamarca y EE. UU., “El Jockey”, de 2024, realizada por Luis Ortega, del primer país, la cual ha recibido ya numerosos premios en festivales importantes, empezando por el nuestro, quien le otorgó varios corales.
Perteneciente al grupo llamado “Nuevo nuevo cine argentino”, que comenzó su andadura en los años 90 del siglo pasado, el argentino Luis Ortega proyectó desde
sus inicios un estilo muy singular a través de títulos como “Caja negra” o “El ángel”, esta última vista hace algunos años en el programa.
Con “El Jockey”, su más reciente filme, que ya ha conocido premios y nominaciones en La Habana, Mar del Plata, Lima, San Sebastián, Venecia y otros importantes festivales, Ortega discursa sobre la disolución del ego, la pérdida de la identidad en pro de una esencia más profunda que desconoce género, sexo, edad, profesión, muy en consonancia con la teoría queer y otras que rechazan las marcas y construcciones habituales con que la sociedad designa a los seres humanos, tratando de encasillarlos.
Un corredor de caballos que compite para un gángster, y pareja de una colega que, como él, es adicta a diferentes vicios, pierde la memoria y comienza una intensa búsqueda para descubrir quién es, en medio de un comportamiento autodestructivo e irracional.
La película pudiera definirse por lo que se conoce como un “cadáver exquisito”, detrás del cual se descubre la mano invisible de otros realizadores sin dudas admirados y seguidos por Ortega, como Kaurismäki (de hecho, el director de fotografía Salminen lo ha sido más de una vez para filmes del noruego), Wes Anderson, Buñuel y el argentino Torre Nilsson.
El resultado es una comedia dramática, dramedy, como muchos también la llaman, que realmente llega como un collage de “teatro del absurdo”, surrealismo, el género gansteril, el western, el musical hollywoodense y hasta el neorrealismo italiano, pero todo empastado con una rara aunque indudable coherencia que confiere al filme una autenticidad y originalidad admirables.
A la soberbia dirección de arte, con esos decorados que refuerzan y se suman a la plataforma barroca que morfológica y conceptualmente sostiene el filme, se une la música, otro collage que mezcla indiscriminadamente, pero acorde al sentido caótico y desconcertante del filme, a Piero de Benedictis, Acid Arab, Virus Oficial y Palito Ortega, entre otros muchos que integran la polisémica y expresiva banda sonora, donde otros sonidos y ruidos desempeñan también un importante rol dramático; la fotografía detallista y variopinta en gamas e intensidades, y, por supuesto, las brillantes actuaciones del argentino Nahuel Pérez Biscayart, la catalana Úrsula Corberó, el mexicano Daniel Giménez Cacho, la chilena Mariana di Girolamo y otros de su internacional y bien elegido casting.
Filme alocado y raro, pero que desde su narrativa nada común nos propone reflexionar en temas ontológicos y sociales de gran trascendencia.