El crítico y menos valorado como excelente novelista Rolando Pérez Betancourt es conocido en Cuba, sobre todo, por su programa televisivo La Séptima Puerta, donde siempre se exhiben películas de innegable valor artístico y de todas las nacionalidades. También por sus agudas apreciaciones volcadas en los artículos del periódico Granma.

Lo he oído hablar, siempre de manera acertada, en los Congresos de la UNEAC y otros foros donde nunca suele quedarse callado. Ni ortodoxo ni esquemático pero responsable con sus opiniones es, a mi parecer, uno de los teóricos más importantes que tenemos en relación con el llamado consumo cultural.

Es por eso que, a través de Cuba Contemporánea, quise acercarme a él con un cuestionario en el que traté de reunir los aspectos más actuales y polémicos de lo que se ha dado en llamar consumo cultural, especialmente en el mundo audiovisual.

Sus respuestas me parecen dignas de la mayor atención. Y aquí están con el sello característico de un hombre tan inteligente como fiel a la cultura con letras mayúsculas. Las entrego con la esperanza de que hagan reflexionar a los lectores y de que sirvan para el necesario debate que vive nuestro país en estos momentos cruciales en que la industria del entretenimiento amenaza con arrasar frente a lo que, en otros tiempos, fue una realidad diferente y enriquecedora, al menos para una gran parte del espectador cubano.

En tu opinión, ¿cuáles son las causas (si así lo piensas) de que el espectador cubano de audiovisuales haya perdido ese sentido crítico que le caracterizó en décadas anteriores?

-Varias causas. Las nuevas tecnologías, aunque parezca extraño,  entre las que más resaltan. En los comienzos del ICAIC se trajo a Cuba lo mejor de la cinematografía internacional. Tiempos de Kurosawa, Bergman, Fellini y otros más. Tiempo de superación colectiva y de no quedarse atrás. Había que ver a aquellos directores y entrar de lleno en las polémicas en torno a sus filmes. Entonces llegó el video y con él las películas comerciales. No puede olvidarse que antes de la Revolución una vasta audiencia de analfabetos funcionales veía cine mexicano y español. Otros, cine de Hollywood. Y una minoría culta, lo mejor de Europa que se pudiera conseguir. Aquella  alfabetización del gusto que se comenzó en los años sesenta fue frenada a finales de los setenta con la entrada del video en la TV y con él las películas de Hollywood y de otras casas comerciales. Hablo del llamado cine de entretenimiento que tantos espectadores buscan (el bueno y el malo, con predominio de este último) y que tanto público mueve en el mundo debido a sus fórmulas de atracción masiva y a las campañas de marketing en que se ampara.

Un dato: las 300 películas más taquilleras del mundo son norteamericanas, una buena parte de ellas de “entretenimiento”. Aunque había un freno absurdo para entrar video-caseteras al país, el país se llenó de ellas y comenzó así un consumo feroz de cuanto consiguiera la familia. ¿Y qué conseguía la familia en materia cinematográfica? Lo peor. No pueden olvidarse también ciertas condicionantes sociales, como la llegada del Período especial, en que la gente trataba de ver cualquier título “refrescante” que, sin romperle mucho la cabeza en análisis, le sacara del atolladero psiquico-económico-sufriente en que se encontraba. Por otra parte, quiero dejar claro que el concepto generalizador de “espectador cubano”, como se suele decir, puede dar lugar a confusiones. No olvidar las colas maratónicas que se hicieron en los años setenta para ver películas nada distinguidas en la historia del cine como la española La vida sigue igual, con Julio Iglesias, y la checoslovaca Vals para un millón. Ese “sentido crítico” con que se suele calificar al espectador cubano en otros tiempos siempre tuvo un núcleo de vanguardia y, a partir de ahí, los que se fueron sumando.

¿Cuál es tu opinión sobre el audiovisual cubano que se realiza actualmente en Cuba teniendo en cuenta que en las décadas de los sesenta hasta los ochenta se produjeron películas de altos valores estéticos? Y cito nombres como los de Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás, entre otros.

-El audiovisual ahora es otra cosa a tono con los tiempos que corren. A los doce años de edad mi hija hizo una peliculita con un teléfono sin tener la más mínima instrucción. Las nuevas tecnologías hacen que el florecimiento de nuevos realizadores sea asombroso. Los hay buenos, regulares y malos. Pero lo importante es que “los hay”, algunos con muy buenos signos e innegable talento. El cine cubano “tradicional”, en los últimos años, ha dejado ver una tendencia a querer decirlo todo en una sola película. Un todo social, político y humano que en ocasiones abruma por su reiteración y escasa complejidad artística. Decía Goethe en relación con un tipo de mujer: “Que aburrida es, lo dice todo”. Al cine cubano, no pocas veces en los últimos años, le ha sucedido lo mismo. Los jóvenes llegan con vitalidad y la cuchilla afilada en lo que respecta a la función crítica del arte. Pero ya se sabe que no es suficiente con las intenciones y el querer decir. Hay que saber hacerlo sin olvidar la para mí muy útil recomendación de que sugerir artísticamente es más importante que machacar realidades.

¿Piensas que la televisión cubana ha contribuido a deformar el gusto de los públicos por el cine?

-En buena medida, y paradójicamente, lo sigue haciendo en momentos en que el espectador cubano apenas va al cine. Ve lo que quiere ver de forma individual o en la televisión. Entramos en contacto con estrenos de calidad que nadie puede apreciar en el mundo en la pequeña pantalla sin que transcurran uno o dos años y muchas veces no tenemos conciencia de ello. Ni buena parte de los que programan en TV tampoco. No saben promover, no saben anunciar, no saben llamar la atención en torno a lo que vale más sobre lo que vale menos, y por lo tanto subvierten el orden de los valores. Casi sesenta películas a la semana y varios programas con presentaciones y luego un maremagno de filmes. Los mejores filmes pasan después de la diez de la noche y al otro día uno se encuentra no pocas personas en la calle preguntándole cómo terminó  la película. Se necesita de una vez por todas en la TV cubana una política de exhibición que, además de entretener, sea capaz de fomentar la cultura cinematográfica de muchos que claman por ella. A lo largo de mis más de 40 años como crítico he conocido espectadores que se acercaron al cine en busca del entretenimiento ramplón y ahora solo quieren ver lo mejor del buen cine, señal de que la alfabetización del gusto no es una quimera.

¿En qué ayudaría una Ley de Cine en Cuba, cuáles podrían ser aspectos negativos de ella para la formación de más elevados valores estéticos en el espectador?

-La ley de cine es necesaria y no debe demorar mucho más, pero cuando salga debe estar bien articulada para que no se convierta en una de esas tiendas de todo por un dólar. No olvidar que el cine es uno de los negocios más grandes que hay en el mundo y que no son pocos los buenos directores que sucumbieron a las tentaciones de don dinero para convertir su arte en mero comercio. Y aclaro que el comercio, en nuestro caso, también puede ser político, como muestra alguna que otra coproducción con capital foráneo. No  obstante, soy optimista y pienso que siempre se impondrá el arte, para lo cual es fundamental el papel de la crítica, no solo con las obras que analiza, sino también en el enfrentamiento de corrientes neoliberales que inundan la llamada industria del entretenimiento, hoy día mundializada como nunca antes

El famoso y tan llevado y traído “paquete semanal”, ¿es algo que llegó para quedarse?

-No se quedará, morirá de muerte natural cuando un acceso pleno a la Internet (superadas las causas que ahora lo paralizan) esté al alcance de todos. Lo nefasto del “paquete semanal” es el mal gusto que con ciertos programas ha sembrado en un público virgen y mal preparado. Pero que siga el paquete y el reto cultural de saber utilizarlo. Lo mejor que se vea, lo malo y tendencioso al basurero. Para ello habría que retomar esa vieja alfabetización del gusto que una vez se fomentó y que ahora algunos critican bajo el pretexto de que es una intromisión en la libertad individual del espectador. Lo absurdo es que algunos de los que opinan así una vez se ocuparon de alfabetizarse y ahora abogan por un “dejar hacer”, sin tomar en cuenta una verdad inobjetable: el mundo vende mediocridad, consume mediocridad y va en vías de convertirse en un mundo culturalmente mediocre.

¿Crees que el restablecimiento de relaciones normales entre Cuba y Estados Unidos significará la entrada de una banal industria del entretenimiento?

-Esa industria banal ya tiene una avanza nada despreciable en nuestro país, y corresponde a las instituciones culturales nuestras y a nosotros mismos hacer que no prospere. También a aquellos que tienen cargos de decisión a todos los niveles y que ahora mismo, si leen esto, quizá no tengan demasiada conciencia de qué se trata el asunto, porque para ellos defender la identidad cultural es más una fría consigna que una responsabilidad diaria.

Tomado de Cuba Contemporanea

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