El sistema televisivo regional fundado desde el último cuatrimestre de 1950, por Brasil, México y Cuba tuvo entre sus fuentes originales la importación de productos como los noticieros, filmes y dramatizados televisivos norteamericanos y entre otros, la producción propia de proyectos informativos-noticiosos, de participación, revistas musicales, controles remotos de eventos deportivos y los dramatizados de ficción.

Nuestro país sin lugar a dudas, marco pautas en las más diversas temáticas y géneros de programación sustentándose en su pujante tradición radiofónica-teatral y en el capital humano artístico con probada experiencia en otros medios y ámbitos culturales. Ello le proveyó de una peculiar resonancia en los dramatizados.

De ello dan fe desde la etapa fundacional nuestra primera televisora ―Canal 4, UNION RADIO TELEVISION― con sus versiones rudimentarias escenificadas en teatros como el Alkázar para los públicos infantiles y en sets improvisados como escenarios rústicos ―incluso sin techo y montados de forma artesanal en el propio jardín de la residencia donde comenzó― para adultos, la mayoría emitidos directo al aire.

Así también, nuestra segunda planta ―el Canal 6, CMQ TV― inauguró el 18 de diciembre de 1950, su programación experimental con Tensión en el Canal 6, quien estrenó el formato de las series televisivas y a la par, el género del suspenso en habla hispana.

Poco tiempo después aparecieron las complejísimas y elaboradas conjunciones de la Música, la Danza, la Canción, la Ambientación y la Escenografita en expresiones tradicionales de las Artes Escénicas como la zarzuela, la opereta y la ópera que llegaron a ser habituales en nuestras transmisiones.

Durante seis décadas de televisión en Cuba, la producción propia de dramatizados se ha erigido en uno de los ejes fundamentales de nuestra programación y ello se potencia en nuestra pantalla al combinarse con lo foráneo.

Muchos argumentan que la producción de ficción cubana fundacional establecía un total divorcio con nuestra realidad circundante, pero ese resulta uno de los tantos mitos generados por la pérdida del patrimonio audiovisual de la televisión cubana, no solo de esa década sino de las que siguieron. Si las nuevas generaciones de cubanos contáramos con los guiones de aquellos programas difundidos o con sus imágenes en kinescopios, la verdadera historia televisiva sería otra.

No obstante, una investigación rigurosa de los restos de la memoria histórica de esta época en algunas de sus zonas, revela el reflejo de nuestro contexto social y de nuestras peculiaridades culturales como una tendencia pujante y variopinta.

Ejemplos fehacientes del reflejo de épocas pasadas latía ya en las emblemáticas zarzuelas cubanas teatrales vertidas a la pantalla, en las réplicas del bufo-vernáculo auténtico y en las adaptaciones de historias realistas, románticas y melodramáticas que colmaron la pantalla durante su primer bienio, muchas de ellas basadas en hechos reales.

La descomunal producción televisiva generada por las siete televisoras fundadas en La Habana entre 1950 a 1958, catapultó la realización dramática, en especial la sustentada en los originales creados por guionistas cubanos radicados en la capital, quienes también redimensionaron el reflejo de la realidad contemporánea citadina al momento de su difusión y por añadidura ―por ajeno que pareciera a la experiencia de estos escritores― el de la ruralidad.

Esta preponderancia de guiones originales devino fortaleza y rasgo distintivo de nuestro audiovisual.

El ejemplo más integral de esta tendencia lo detectamos en la investigación de nuestra tesis de doctorado en Ciencias de la comunicación ―vertida al formato libro en proceso de edición en la editorial Letras Cubanas― que estudia La novela en televisión ―espacio inaugural del género estrenado entre 1952 y 1953― y la estructuración de su modelo latino en habla hispana, que desde esa propia década, impactó al resto de la región y a la producción en habla portuguesa brasileña.

Las obras de La novela en televisión, desarrollan la mayoría de sus acciones en la zona urbana de La Habana sin despreciar las locaciones campestres. Las acotaciones de las escenas y las alusiones inmersas en diálogos o narraciones de estas obras rebasan en su significación a las simples referencias simbólicas, abstractas o nominales del entorno.

Son referencias concretas a centros comerciales, empresas, instituciones, personajes locales pintorescos, artistas, paisajes, grupos sociales o gremiales, idiosincrasia, identidad local y nacional, costumbres, acontecimientos y hasta a sucesos como la creación de la propia televisión y todos ellos se vinculan a la trama en cuestión.

Este proyecto fue singular y excepcional, también en el sistema utilizado para su producción, representación y difusión. Se filmó en sets televisivos y en exteriores, y se reprodujo en cintas de kinescopio luego transmitidas de forma contiíua entre lunes y sábado por casi un semestre y no en difusión directa de su escenificación al aire. El uso de esta tecnología propició incluso la difusión de los avances de las telenovelas días antes de su estreno.

En estas escenas filmadas los protagonistas manejan autos para indicar su traslado espacial y temporal entre una y otra locación, sirviendo de tránsito entre bloques internos o capítulos, y muestran a los personajes a la entrada de teatros, en la universidad, las salas cinematográficas u otros enclaves citadinos.

La conjugación de las imágenes con las narraciones y los diálogos reforzó la intertextualidad y referencialidad del producto, la trama, los artistas, los personajes y la propia televisora con el entorno material donde radicaban sus autores ―y en esa época, la mayoría de sus televidentes―.

Capítulo aparte merece el énfasis y particular exaltación de las peculiaridades geográficas, los valores y el espíritu habaneros de las acotaciones en sus guiones televisivos originales, pues ofrecen una recreación panorámica de este contexto utilizando imágenes que complementan los textos escritos por su autor y director, Mario Barral, miembro de una legendaria familia habanera, vinculada estrechamente a su historia teatral, radial y televisiva.

El preciosismo de estos textos escritos, sobrepasa la descripción geográfica minuciosa de la entrada de un barco procedente de España a nuestra bahía, la visión de la ciudad o del Morro desde la nave o los niños que entonces se sumergían en las aguas del litoral para tomar las monedas lanzadas por los pasajeros al mar y evidencia, a través de la percepción del autor, su imagen espiritual de La Habana y del campo circundante en tanto alguna de esas historias contraponen el ambiente y las costumbres de la capital y lo rural desde una perspectiva ético-moral.

Este ha sido solo un ejemplo de los tantos que duermen en el olvido de la verdadera historia televisiva cubana.

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