No para el clima, por supuesto, terminó el verano y la posibilidad de disfrutar de telefilmes y telecuentos de producción nacional, que de alguna manera nos dice cómo anda la creación dramatizada para la tv. Tres lustros atrás se hablaba, no como quimeras, de realizar 58 espacios de ficción uno para cada semana del año. No ha sido posible, razones de falta de financiamiento han influido en ese no hacer, aunque pueden existir otras causas: estigmatizar algunos temas para la pequeña pantalla o la ausencia de guiones.
No faltan algunas personas que argumentan que como en los años sesenta se pueden realizar cuentos y teatros en vivo. Sostener ese criterio es desconocer lo que ha avanzado la televisión en los últimos cincuenta años. Si hoy se habla de que cada día se borran más los límites entre tv y cine, se debe no a que el cine haya involucionado, sino a que desde el punto de vista tecnológico la televisión cada día ofrece más posibilidades: desde poder filmar como en el séptimo arte y hasta de trasmitir desde Nueva York a Singapur, es solo un ejemplo.
Durante la época estival se pudieron ver los telecuentos La culpa, Crepúsculo, Jimmy mi amor, Wagner y los malditos, y Esperando al contratista más los telefilmes El viaje, Alter ego y Atlántida interior.
Todas las piezas tienen por lo menos una realización digna. Algunas por su tratamiento o tema resultaron de mayor interés como la propuesta de Juan Pablo Daranas que es autor y director de Crepúsculo una historia imbricada en la Cuba de hoy con decepciones y encuentros de una joven payasa; la bis cómica de La culpa con guion de Eduardo Del Llano y dirección de Delso Aquino en el que un sicólogo ¿es? la tercera pata de una pareja disfuncional y Wagner y los malditos, con guion y dirección de Leonardo Blanco, basado en el cuento homónimo de Rafael de Águila, en el que la guerra, la música y el amor se unen en una historia extraña.
Elena Palacios, con su peculiar escritura audiovisual, presentó el telecuento Esperando al contratista, coescrito con Jorge Guerra sobre el cuento Una tarde fue de Margarette Duras y el telefilme Atlántida interior, basado en la obra de teatro Ubaldo Nallar. En la primera propuesta el tempo hace que por momentos una pida más acción, pero precisamente ese tempo es el justo para entregarnos una pieza que obliga a la reflexión. La segunda obra es un canto a la soledad, vista desde ángulos tan diferentes como convincentes. La fotografía de Ana María Gonzalez vuelve a ser lo suficientemente voluptuosa para entregarnos una relación homoerótica tan bien plateada que espero ninguno de sus televidentes haya puesto el grito en el cielo.
A esta apasionada creadora que disfruta escribir, le pregunté desde cuando gustó de la televisión y me dijo “ Que la televisión me sedujera desde niña no es solo una frase bonita y oportuna para empezar una conversación de este tipo. Pertenezco a una generación que creció entreteniéndose junto a sus padres frente a la pantalla de un televisor ruso, imaginándole los colores que, como suponía acertadamente, me escamoteaban el blanco y negro inevitables, en una época en la que las videocaseteras beta eran el privilegio de un vecino en minoría, y que sentía lejano, muy lejano. La televisión lo era todo: las tardes para nosotros, los niños de la casa, las noches para el sosiego hogareño de mis padres. Veía aventuras, husmeaba en aquellas novelas de Horizontes , me asomaba a las novelas de época, pataleaba para que me dejasen ver alguna que otra película extranjera no apta para mis años; pero de la que había captado un pedacito perturbador al moverme del baño hasta el usual «hasta mañana, un beso» antes de dormir. Puedo afirmar que me enamoré de las ficciones, del arte de contar con imágenes viendo televisión. Recuerdo mi terror a los gorriones inofensivos que se posaban en los postes mientras caminaba hacia mi escuela primaria, después que la noche anterior me las había ingeniado para que me dejasen ver hasta el final Los pájaros, de Hitchcock. Aunque debo confesar que, paradójicamente, nunca me interesó de la televisión otra cosa que no fuese lo que construía una ficción. Nada de programas de otra índole. Yo fui una televidente voraz, desde siempre, pero buscando historias, series, novelas, películas… Y de eso no he podido librarme en la adultez.”
En esa entrevista Elena me dijo que las telenovelas no le seducían, las series sí. Ojalá que pronto ande montada en la hechura de una.
Y hablando series: volví a ver En silencio ha tenido que ser. Indudablemente que el encuadre, los primerísimos planos y el ritmo es el de principios de los años ochenta. ¿Por qué nos quedamos ahí? ¿Cómo es posible que entonces se admitiera la inteligencia de un agente de la CIA y hoy en las propuestas policiacas “los malos” generalmente son brutos y marginales?. No pretendo que en la época actual los jóvenes sucumban ante la existencia de David, ellos necesitan los David de hoy.
Al hablar de dramatizados no puedo soslayar Cuando el amor no alcanza. La historia sigue, algunos momentos tiene destellos aceptables y creo que esos momentos más el habito nacional de ver el novelón del patio, hacen que tenga teleaudiencia que una parte la critica, otra espera que mejore y también existe un grupo que la acepta con defensa incluida. Yo sigo pensando en una mala dirección de actores, un mal castig y un guion acomodado a seis manos que por eso tiene algunos rayitos interesantes.
Ahora a esperar otra programación de verano o de fin de año, para toparnos con ficciones tan apetecidas por el cubano y la cubana de hoy, especialmente cuando nos vemos reflejados en las historias.