Además de mejorar sus transmisiones con el proceso de la digitalización, la televisión necesita transformar contenidos
Culminó el 2015, un año de trabajo, de empeños, de sueños, algunos felizmente disfrutados, otros en el camino de convertirse en realidad; para la familia de la TV estos retos también constituyen parte de su día a día, por ello valdría la pena preguntarse qué habrá de novedoso, de verdaderamente muy atractivo que haga a los televidentes no salir de casa para disfrutar la programación ideada para el 2016.
Y es que la sonrisa de los seguidores de la TV desde sus hogares o la negativa de mantenerse despiertos, constituye la prueba decisiva para medir el impacto de cualquier producto televisivo, y hoy por hoy, pese a muchos intentos, ello sigue siendo un talón de Aquiles.
Las razones pueden ser muchas y muy variadas, pero a mi juicio, el primero de los escalones radica en el propio concepto del entretenimiento.
Cierto es que los medios, al tiempo que están ideados para entretener y recrear, en Cuba tienen el reto paralelo de instruir y educar, pero hay muchas maneras de lograr ese fin sin tener que usar únicamente el archiempleado método de la entrevista en todos los espacios.
De hecho, lo primero que ocurre es que todos los espacios se parecen, tiene que haber una entrevista y, para colmo, todas las interrogantes resultan similares.
En estos momentos, de tal monotonía conceptual, solo se salva La Neurona Intranquila, que ha logrado, incluso, una división solo para jóvenes, con loables resultados. El lema de que “La letra con risa entra”, se ha convertido en un concepto felizmente llevado a la práctica.
Y señalo este apartado para los jóvenes porque ni estos ni los pequeños encuentran definitivamente un espacio que supere sus expectativas. Un espacio como El elefante y la hormiga en ocasiones deja muy mal parado al sistema educacional de nuestro país, en tanto en más de una ocasión los niños hasta desconocen dónde ubicar geográficamente la Isla de la que son hijos.
Por su parte, los programas musicales perdieron en su mayoría la impronta del en vivo y, a pesar de que la edición para muchos suple por arte de magia los errores artísticos, ni siquiera ella puede salvar la mala ejecución de vocalistas y agrupaciones.
No puede salvar la confusión que se establece entre informalidad y banalidad o desorganización; porque no hay prioridad ni jerarquías, y sucede que todo lo que se aborda tiene la misma importancia y, con esto, sin demeritar nada ni a nadie, se pierde lo que dramatúrgicamente está establecido y entendido.
De ese mismo modo, géneros como la canción, tan buscada y necesitada en este tipo de espacios musicales, es cada vez más relegada a comodín dentro de programas que decidieron priorizar otros temas.
Igualmente las mismas caras inundan todos los espacios y, según el perfil, deben ser los intérpretes que ocupen cada espacio, independientemente de las prioridades que subsistan en las distintas instituciones culturales.
No podría dejar fuera la esencia de los espacios dramatizados, donde paradigmas como Tras la Huella, serie que se exhibe dos veces al año se muestra cada vez más predecible.
Ahora, habría que ver cómo la reciente serie de Amores y esperanza logra un tempo más rápido para ganar mayor aceptación de los televidentes, a pesar de haber demostrado la calidad actoral que la distingue.
Seguir por ese camino enumerativo solo conllevaría a cierto rechazo, que no es la intención de estas líneas, por el contrario, es necesario poner el dedo en algunas llagas para ver si son posibles sanarlas en este nuevo año en que se continúa hablando de la nueva TV digital, la cual también supone priorizar qué… y con qué calidad… Y vale preguntarse si el nuevo año irá acompañado de una nueva televisión cubana.