Los fenómenos audiovisuales son impredecibles, marcados muchas veces por la casualidad, los contextos sociales y cierta emotividad colectiva que hiperboliza el alcance de la obra. No hay fórmula preestablecida para el éxito de un producto televisivo; y si la hay, radica exclusivamente en la honestidad con la que está creado.

Estos tres primeros meses del año han significado para la televisión cubana tiempos de efervescencia en sus audiencias. Un solo producto ha logrado tal hazaña; uno con un poder comunicacional increíble, excelente guion y una factura que comienza a alejarse -sin apuros ni extravagancias- de las estéticas y dinámicas productivas, empleadas por décadas en nuestra TV:

“Calendario” es ese fenómeno audiovisual rotundo, necesario -en varios niveles- y auténtico, que ha calado los corazones de un porciento nada despreciable de público en toda Cuba.

Con muchos factores en su contra -día, hora y tradición del género policíaco-, a Calendario solo le hizo falta el primer capítulo para conectar con la gente. Nuevamente el pulso narrativo de un casi infalible Amílcar Salatti, construyó un universo ficcional sólido, tridimensional, casi palpable. Utilizó para ello un género prácticamente extinto en nuestra televisión: la teleserie juvenil. Y a dicho género lo vistió con una estructura moderna y arriesgada, más cercana a las prácticas internacionales del formato, sin renunciar a nuestras problemáticas y a nuestra cubanía.

La experiencia previa de Salatti con la telenovela del 2019, “Entrega”, y el encargo particular de Magda González Grau, marcaron el norte que tendría “Calendario”.

Si en la anterior, el escritor abordó la importancia de la enseñanza de la historia en las primeras edades, en esta, la literatura se erige como la vía para aflorar en los jóvenes la sensibilidad, el goce estético y un innumerable compendio de valores éticos y morales, que a veces sentimos en grave peligro de disolverse para siempre.

Un personaje femenino apareció en el proceso; uno con la ternura, la bondad y las contradicciones necesarias para empatizar con el televidente y hacerle creer que esta joven maestra de Español-Literatura es real. Amalia fue diseñada por Salatti para conmover, para promover otro tipo de experiencia educativa y también, ¿por qué no?, para iluminar la inocencia.

En “Calendario” se ha hablado de todo y se ha hecho sin tapujos ni medias tintas; el bullying escolar, la homofobia, el mal uso de las tecnologías, la porno-cadena, el soborno estudiantil, las diferencias económicas o la migración, han funcionado como ejes temáticos de los diferentes capítulos.

Una estructura aparentemente cerrada nos permite en cada episodio enfocarnos en dos o tres tópicos de gran incidencia social, encontrarles posibles soluciones y dejar algunas rendijas abiertas que nos permitan regresar a “Calendario”.

Magda González Grau, como principal motivadora del guion de Salatti, supo interpretar visualmente un universo ficcional que, a fin de cuentas, también es el suyo. La experimentada realizadora aprovechó las bondades del Decreto Ley 373 para filmar con libertad y encontrar las soluciones creativas a las que un proyecto independiente debe enfrentarse. Esta particularidad productiva hizo, sin dudas, que Calendario fuera la serie que es.

El equipo técnico-artístico al que Magda aunó en esta aventura fue otro acierto: casi todos egresados de la FAMCA (Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual), artistas a los que González Grau conoce de sobra, pues muchos han sido sus discípulos.

La producción general a cargo de Yolanda Rosario y otros especialistas supo sin dudas distribuir con sabiduría los recursos y escoger las locaciones idóneas y más aisladas posibles, para poder filmar con holgura en tiempos críticos de la pandemia.

Vladimir Barberán concibió una fotografía tenue, clara, aprovechando la luz natural y en correspondencia con un guion positivo, luminoso y juvenil. La nitidez que logra con el lente es muy agradable, ya que nos permite disfrutar de la belleza de una ciudad fotografiada incansablemente para la televisión y el cine, pero que aquí es capturada desde otra sensibilidad.

El ágil ritmo de la edición concebida por Limara Cruz Pavón no nos permite separarnos ni un momento de la apantalla. La editora tradujo desde el montaje, la agilidad dramatúrgica alcanzada por Salatti en su guion. Las cortinas animadas entre escenas, ayudan mucho a ese ritmo.

Claudia Martínez estuvo a cargo del diseño de sonido de la obra, logrando que la microfonía captara los ambientes naturales sin exceso de ruidos, y sin ser un estorbo a la hora de los actores emitir sus diálogos, o en el momento decisivo de incorporar la banda sonora.

Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán vuelven en esta serie a construir una música hermosa, emotiva, que en cada episodio va aportando a la progresión dramática. Ese aire melancólico y noventero que los compositores recrean, permite que los conflictos sean mucho más asimilables para el espectador, que la fuerza del relato no golpee tan duro.

El tema de presentación, “Iluminar la inocencia”, perfila el espíritu de la serie, y en la voz de Anaís Triana alcanza colores melódicos muy interesantes.

En la dirección, Magda se apoyó sabiamente en la mano de Alfredo Felipe, quien participó en el proceso de casting, logrando una selección de actores muy atinada. El elenco que conforma el 9no. 3 no pudo ser mejor, aunque algunos estén más alejados que otros de las edades de sus personajes. Cada uno entendió los temas y las motivaciones que les tocarían defender, le entraron al trabajo con entusiasmo, profesionalismo y una camaradería vital para el éxito de producciones tan complejas como estas.

Amalia, como heroína moderna de esta historia, no sería la misma en la piel de otra actriz. Clarita García le proporciona al personaje verdad. Quienes la hemos disfrutado en el teatro, sabemos la fuerza de su presencia escénica, la importancia que le da al buen decir, a las cadenas de acciones y la asimilación interna de su rol, para exteriorizar el resultado de forma orgánica. Todos estos saberes aprendidos los incorporó en Amalia con destreza.

Hay en su interpretación un gran cúmulo de sutilezas, de detalles casi imperceptibles para el espectador, pero que están ahí, redondeando una intención global de todos los involucrados en el proyecto: que Amalia fuera el referente de cómo debe ser un educador en la Cuba de hoy.

Todos estos aspectos tratados -y algún que otro sin mencionar-, hacen de “Calendario” una obra de arte, un auténtico fenómeno audiovisual en tiempos donde nuestros públicos piden ser representados, fotografiados en la complejidad de sus realidades. Pedirle a la ficción caminos es ambicioso, pero no imposible. “Calendario” es el ejemplo del poder sociológico del audiovisual.

La confirmación de que una segunda temporada se prepara, es recibida con beneplácito por nuestros adolescentes y sus padres, que han visto en “Calendario” un efectivo vehículo para iluminar la inocencia.

 

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Texto y fotos: Luis Casariego
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