Son muchas las deudas por saldar de la televisión cubana en relación con ciertos y determinados formatos televisivos, que no acaban de tomar forma en pleno siglo XXI donde las reglas del juego han cambiado, y en el que lo que funcionaba hace 20 años no tiene necesariamente que hacerlo ahora.
Tal es el caso de los programas musicales, sobre todo aquellos ubicados en horarios estelares; programas en su mayoría, sin un norte claro, sin una columna vertebral —traducida en el guion— que sea lo suficientemente sólida y atractiva para la gran audiencia: esa que de los musicales espera brillo, alegría y espectacularidad, pero a su vez, algo importante que decir.
Estas flaquezas de contenido se acrecientan en la etapa veraniega, cuando nacen algunos proyectos hechos con evidentes prisas y ansias de llenar huecos en la programación. Pero contrario a llenarlos, terminan agrietando aún más algo clave en la ecuación: el rating.
Un programa de descarga musical, donde la improvisación y el “carisma” de los conductores lo son todo, en principio suena bien, pero la práctica es otra cosa. Y es exactamente eso lo que sucede con La Majomía, un remedo sofisticado y nocturnal de La Palangana, programa juvenil que funcionaba por lo fresco, espontáneo y poco pretencioso.
La principal falla de La Majomía está en la estructura: es ingenuo pensar que un espectáculo musical sin una línea temática principal pueda convencer a alguien. Música por música, con un par de conversaciones a lo tonto, es honestamente un suicidio comunicacional. Un audiovisual tiene que llegar a algún lugar, transmitir un mensaje, conectar con el público desde las ideas o desde el entretenimiento cavilado, inteligente; algo que La Majomía ni se acerca a lograr.
No es menos cierto que algunos programas son mejores que otros, gracias a varios invitados con la increíble capacidad de movilizar la puesta. Pero en cuanto a la conducción, que es quien debería llevar la voz cantante en este tipo de experimento televisivo, únicamente sale airoso el que aparentemente tiene menos recursos por no ser actor o conductor: Ernesto Casanova, un músico de formación que es todo un showman, y que el hablar en el lenguaje de los invitados le facilita las cosas. Casanova es dúctil, carismático, locuaz y con una telegenia increíble.
Los otros dos anfitriones se esfuerzan para a estar a la altura, pero carecen de precisión y madurez para guiar la conversación por recodos mucho más interesantes.
Algo que tampoco cuaja orgánicamente en la estructura del programa es el segmento humorístico con Venecia Feria. Ni la forma de insertarlo, ni los chistes concebidos, ni siquiera el personaje, aportan al ritmo interno del espacio; por lo contrario, lo desinfla.
Alain Finalé, un director experimentado y casi siempre efectivo, debió sospechar las evidentes comparaciones que sufriría La Majomía con otro proyecto realizado por él: La Palangana. Hasta el título de ambos programas se parecen. ¿Y qué decir de la puesta?: parte de la misma premisa de la descarga “informal”. Es cierto que aquí hay sofisticación, “glamour a la criolla” y mejor empaque visual. Pero ni la factura, ni la franja horaria, logran separar a este show de martes en la noche, de aquel musical juvenil filmado en las casas de los invitados.
Un rubro muy atractivo es el diseño gráfico, a cargo de Adrián Berazaín, haciendo alarde de imaginería, economía en los presupuestos estéticos y mucha cubanía.
Las diseñadoras escenográficas Alicia Gonzales y Lily A. Palacio, siguen ciertas pautas en cuanto a colores y disponibilidad espacial, que dotan al claustrofóbico estudio de otros aires. Tal uso del espacio permite la ductilidad de las cámaras, que en ciertos momentos parecen danzar al compás de la música y de las “pláticas” entre tema y tema.
El tema de presentación y despedida, a cargo de Cristopher Simpson, es una verdadera joyita de la composición. El joven músico se ha vuelto una especie de “rey Midas” musical, que todo lo que toca con sus manos lo convierte en arte puro. Es el caso de este tema que abre y cierra el programa, donde diferentes influencias musicales confluyen al mismo tiempo, para dejar claro que La Majomía es eso: un “recipiente” en donde caben todos los ritmos y estilos musicales, siempre y cuando sirvan para descargar un rato en la noche.
La Majomía todavía puede ser salvada, pues pese a sus atascos comunicacionales, cuenta con incontables logros en lo productivo, y eso en los tiempos que corren ya es una ganancia. Por lo pronto, a la noche de martes por Cubavisión le entra tremenda “majomía”, y no por las razones correctas.