La Columna
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- Escrito por: Frank Padrón / Fotos: Tomadas de Internet
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De nuevo las redes estallan ante otra de las "audacias" de la telenovela cubana: un trío amoroso entre dos hombres y una mujer.
Sábados de gloria, escrita por Jorge L. Sánchez y dirigida por Tamara Castellanos, es ahora el centro de la polémica, como mismo la anterior, Renacer, provocó numerosas quejas e insatisfacciones a raíz de algunos besos masculinos.
Entre las reservas sigue apareciendo la recepción infantil como escudo, cuando —tal y como responden acertadamente otros comentaristas— no se trata de un espacio para niños, algo que los adultos deben controlar, sin olvidar que la libertad para navegar por el ciberespacio ofrece contenidos mucho más osados a los que tienen acceso aquellos. De modo que, en última instancia, resulta una oportunidad de explicarles y situar en contexto ese tipo de historias.
Otros alegan inmoralidad, pornografía y lo más inconcebible: que el producto audiovisual trata de "imponer" un modelo de relación erótica.
Desde el siglo XIX, Stendhal consideraba la novela "un espejo que se pasea por la vida", y hoy, en pleno siglo XXI, la telenovela, como cualquier forma de expresión artística, no tiene por qué renunciar a esa condición de testigo y reflejo.
El llamado "poliamor", las relaciones que trascienden numéricamente la habitual pareja y otras formas que se salen de la norma y la tradición, forman parte de los mapas amatorios en las sociedades contemporáneas, algo que, pensándolo bien, no constituye nada nuevo.
Los hebreos de tiempos bíblicos, de quienes heredamos la religión judeocristiana con sus preceptos muchas veces rígidos, permitían sin embargo la poligamia en los hombres. Claro que ello respondía a los criterios patriarcales y machistas de la época, que igualmente discriminaban a la mujer, para la cual ello era inconcebible, al punto de ser condenada a muerte si era sorprendida, por ejemplo, en un acto de adulterio.
La civilización grecorromana permitía, sobre todo en los estamentos sociales más elevados, las orgías y las prácticas homosexuales, si bien la mayoría de sus ejecutantes mantenía fachadas familiares respetables, de esposa e hijos y monogamia aparente.
No considero para nada impropio que, como mismo filmes y series que aluden a esas y otras épocas y países incluyen en sus tramas esas y otras costumbres, la telenovela cubana tenga que renunciar a las que hoy día existen, ni mucho menos que por hacerse eco de estas deba acusarse a los realizadores de tratar de "imponerlas".
Sería como pensar que, al proponer conflictos basados en la violencia machista, la infidelidad, la intolerancia, la pedofilia, la violación y otros verdaderos males, se está induciendo al televidente a adoptarlos en su vida cotidiana.
Algunos han preguntado directamente al autor de estas notas sobre su posición al respecto, y aunque es algo que pertenece a la esfera de lo privado, no tengo reparos en confesar que no simpatizo personalmente con las "triejas" (siempre he pensado que, si entre dos —de cualquier orientación sexual— las relaciones son difíciles, imagino cómo serán entre tres), pero las considero legítimas y pertinentes siempre que no afecten a otros, siempre que sean consensuadas como corresponde a todo vínculo entre adultos que practican el libre albedrío y la libertad en el sentido más amplio, y siempre que logren, o al menos intenten, la armonía y la dicha procuradas en el amor o el mero sexo.
Conozco casos variados, tanto de uniones hetero como gays, que buscan a terceros de identidades también diversas como una manera de "oxigenar" relaciones, sobre todo de considerable tiempo, lo cual puede ser lo mismo casual y esporádico como permanente, con algunos que persiguen establecerse en esa suerte de pas de trois erótico, tal parece apuntar el nexo perseguido por los personajes respectivos de Sábado...
Volviendo a esta, aunque no he podido seguirla todo el tiempo, a juzgar por los capítulos vistos, encuentro más de un valor morfológico y conceptual en el trazado y desarrollo de sus problemáticas y caracteres.
Sobre la peculiar escena de la discordia, logré ver la retransmisión de ese capítulo desde que comencé a leer el revuelo en los grupos formados por seguidores de la telenovela y en posts de varios muros de Facebook y otras redes.
Creo sinceramente que la escena estuvo diseñada y puesta en pantalla con sumo cuidado y delicadeza, sin excesos ni énfasis innecesarios, apenas focalizando el "preludio" de un encuentro que, como se sabe, quedó interrumpido por determinada situación.
Me costaba creer entonces los insultos, las protestas, las maledicencias y reacciones absurdas de muchos que quizá no reaccionan así ante otras escenas sí verdaderamente censurables que vemos a diario en productos foráneos, donde el contenido sexual y/o violento explícito y los efectismos innecesarios no parecen escandalizar a la mayoría que ahora se rasga las ropas ante unos momentos hasta inocuos y, sobre todo, más que justificados dramatúrgicamente.
No falta incluso quien sigue alegando aquello de que aún "el espectador en Cuba no está preparado para eso", y yo continúo preguntándome, en tal caso, de qué modo y cuándo va a conseguirlo sin enfrentarse al hecho artísticamente, mientras persiste en tales actitudes que responden a moralinas medievales y posturas divorciadas de la ciencia, de los avances de la sociedad y la vida, que ellos consideran como nocivas e inmorales.
Recuerdo a Luis Buñuel cuando ciertos puritanos le hacían reproches semejantes en sus filmes, a lo cual el genio andaluz respondió alguna vez: "Para mí, la verdadera inmoralidad es el sentimentalismo burgués".
No permitamos que la mojigatería y los prejuicios heredados de etapas y cosmovisiones afortunadamente superadas nos impidan crecer como espectadores maduros, cultos y de mentes abiertas, cuya principal divisa sea el respeto al otro, a su libre elección en todas las esferas de la existencia y al derecho de las expresiones artísticas —telenovela incluida— de abordarlos en sus relatos, fieles a aquel aún vigente apotegma stendhaliano del "espejo que se pasea por la vida".
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- Escrito por: Frank Padrón
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En Bucarest, Rumanía, el 3 de octubre de 2015, un incendio en el centro nocturno Colectiv Club provocó la muerte de 65 personas, casi todas jóvenes, además de generar no pocos heridos que, aunque sobrevivientes, quedaron con secuelas tanto físicas como psicológicas.
La tragedia generó todo un movimiento de protestas contra la corrupción y reclamos públicos que llevaron a la dimisión del gobierno.
El cineasta rumano Alexander Nanau (autor de documentales muy apreciados como Toto y sus hermanos [2014], El mundo según To Ion B [2009] y otros) se acercó al hecho en su filme de no ficción Colectiv (2019), que recientemente pasó por el espacio “Pantalla documental” (CE, miércoles, 10 p.m.).
La obra toma el accidente y sus consecuencias lamentables solo como punto de partida. El verdadero interés de su realizador es lo que se oculta detrás de aquellos, destapando una olla putrefacta mediante su rigurosa investigación, la cual fue considerada la mayor desde el punto de vista periodístico realizada en Rumanía en los últimos treinta años.
A través del pormenorizado abordaje desde la cámara, mediante el director y sus colaboradores —quienes aparecen en el discurso audiovisual—, queda claro que la mayoría de las muertes pudo evitarse si la gestión del Ministerio de Sanidad no hubiera sido tan descuidada e irresponsable, además de estar transida por una ola de corrupción signada por la compraventa de desinfectantes sin el nivel de efectividad requerido al ser diluidos.
La rigurosa labor de reporteros, bajo la guía de Cătălin Tolontan del diario Gazeta Sporturilor, revelando poco a poco los envéses, engaños, transacciones fraudulentas o mal habidas y desinterés por la verdadera medicina en función de egoístas intereses personales, partió de la prueba de hechos derivados de la búsqueda paciente, el escrutinio, la confrontación de fuentes y la valentía en la denuncia, lo cual causó la dimisión del primer ministro Victor Ponta, cuatro días después del trágico suceso.
El relato fílmico, tejido con una narrativa ficcionalizada que lo convierte en eso que algunos llaman docudrama, es pormenorizado y sutil; muestra no solo los hechos sino también los varios subtextos que esconden, sobre todo de índole política, lo cual implica un examen y una reflexión en torno al clima social, científico y espiritual de la Rumanía de la época.
Lo consigue gracias a un riguroso montaje, una mezcla eficaz de testimonios, documentos expuestos y dosificada pero abundante información de todo tipo, lo cual no afecta —al contrario— su ritmo sostenido y el interés que, desde los minutos iniciales y a lo largo de sus 109 minutos, despierta el agudo texto fílmico.
Nominado a lauros tan importantes como el Oscar, el Bafta y ganador en certámenes como los premios EFA del cine europeo o el Círculo de Críticos de San Francisco, Colectiv es, con justicia, el documental más visto en la historia del cine rumano, amplificado a medio mundo gracias a coproductores como la poderosa cadena HBO.
Haberlo visto mediante nuestra TV gracias a “Pantalla documental” es algo para agradecer.