La Columna
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- Escrito por: Frank Padrón
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“Perdonen la falta de abrazo / perdonen la falta de espacio… perdonen por tantos peligros / perdonen la falta de amigos / perdonen la falta de abrigo… los días eran así”
“A nuestros hijos”. Ivan Lins / Vítor Martins
El filme que obtuvo el Oscar al mejor filme internacional, para orgullo nuestro, es latinoamericano, concretamente de Brasil.
Aún estoy aquí, de Walter Salles Jr., pasó recientemente por la TV cubana con gran impacto para todos los espectadores; el director de títulos memorables como Estación Central, Abril despedazado o Diarios de motocicleta conquistó para su filme la codiciada estatuilla dorada en los premios de la Academia.
Tras nominaciones o premios en importantes festivales y certámenes como el Goya, los BAFTA, los Globos de Oro o Venecia (donde fue reconocido el guion), Aún estoy aquí, de Walter Salles Jr., obtuvo el codiciado Oscar a la mejor película extranjera, tras haber sido propuesta además en las categorías de filme y actriz, en el caso de su protagonista Fernanda Torres.
Basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, en las que cuenta cómo su madre se vio obligada al activismo político tras la captura y desaparición de su marido, el exdiputado izquierdista Rubens Paiva, durante la dictadura militar en el Brasil de 1971, Salles Jr. vuelve al tema, como se sabe, recurrente no solo en el cine de su país, sino de toda la región donde, como es sabido, raro ha sido el país que no ha sido víctima durante largos períodos de regímenes totalitarios y castrenses.
Específicamente, el acápite de las desapariciones políticas ha sido focalizado en títulos como Missing, del griego Costa-Gavras, sobre Chile; de ese país, 1976; Garaje Olimpo, La historia oficial o Hay unos tipos abajo, y Argentina, 1984, de esa nación; Qué bueno verte viva, Cuatro días de septiembre o Cabra ciega, del mismo Brasil, por solo mencionar unos pocos.
Con Ainda estou aqui, Salles Jr. aborda el álgido ítem desde una perspectiva más íntima y personal: cómo una familia de clase media alta, que vive despreocupadamente frente al mar mientras ya se aprecian ecos de los desmanes dictatoriales, ve de la noche a la mañana transformada su apacible vida cuando unos sujetos irrumpen en su casa para llevarse al cabeza de familia.
Aunque no faltan momentos que reproducen al menos indirectamente imágenes del horror (gritos y golpes de fondo en las oscuras galeras de la policía política), la diégesis se concentra en los desvelos de Eunice, la esposa y madre de cinco hijos: primero, en la búsqueda del cónyuge; después, luchando por el reconocimiento y legalización de su estatus en tanto fallecido sin juicio ni condena legal alguna.
La historia recorre tres momentos: el de los hechos en la década de los 70; los 90, veinticinco años después; y mediados del nuevo siglo, con la activista ya anciana y enferma (genial como siempre Fernanda Montenegro en su breve aparición) y el esfuerzo de una familia desarticulada y destruida por reinventarse y recuperar, aun después de mucho tiempo, aquel paraíso perdido.
Aun cuando, tal decíamos, la violencia no es explícita ni directa, una sensación opresiva, de creciente angustia, transmite el relato desde su primera parte, lo cual refuerza la fotografía rica en contrastes y claroscuros de Adrián Teijido, la expresiva música de Warren Ellis, el montaje riguroso de Affonso Gonçalves y una dirección de arte que, junto al vestuario, refleja con rigor y precisión las varias épocas por las que transita la narración, sobre todo el momento de los hechos en los 70, que ocupa la mayor parte del metraje.
Más que la reproducción minuciosa de tan lamentables hechos, Salles Jr. persigue encomiar la tenacidad y no renuncia ante la búsqueda de la justicia y la reivindicación, tanto familiar como histórica, y la posibilidad de conseguir una estabilidad emocional y psíquica a pesar de haber atravesado infiernos como los que describe el filme.
Fernanda Torres, que muy joven en su carrera ganara la Palma de Oro a la mejor actriz en Cannes por su labor en Yo sé que te voy a amar, de Arnaldo Jabor, ha desarrollado una larga y fructífera trayectoria que, en su papel de mujer audaz e indetenible dentro de este filme, llega a una madurez y excelencia incuestionables.
Junto a ella, sus colegas Selton Mello, Guilherme Silveira, Bárbara Luz, Camila Márdila y todo el amplio elenco asumen con no menor convicción sus roles.
Filme honesto, cálido, artísticamente y conceptualmente valioso, es otro escaño conquistado en la notable obra de su director y en la producción brasileña contemporánea. Un lujo de la TV cubana poderlo exhibir, y un orgullo para el colectivo del programa De Nuestra América haber sido el espacio para ello.
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- Escrito por: Frank Padrón / Fotos: Tomadas de Internet
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De nuevo las redes estallan ante otra de las "audacias" de la telenovela cubana: un trío amoroso entre dos hombres y una mujer.
Sábados de gloria, escrita por Jorge L. Sánchez y dirigida por Tamara Castellanos, es ahora el centro de la polémica, como mismo la anterior, Renacer, provocó numerosas quejas e insatisfacciones a raíz de algunos besos masculinos.
Entre las reservas sigue apareciendo la recepción infantil como escudo, cuando —tal y como responden acertadamente otros comentaristas— no se trata de un espacio para niños, algo que los adultos deben controlar, sin olvidar que la libertad para navegar por el ciberespacio ofrece contenidos mucho más osados a los que tienen acceso aquellos. De modo que, en última instancia, resulta una oportunidad de explicarles y situar en contexto ese tipo de historias.
Otros alegan inmoralidad, pornografía y lo más inconcebible: que el producto audiovisual trata de "imponer" un modelo de relación erótica.
Desde el siglo XIX, Stendhal consideraba la novela "un espejo que se pasea por la vida", y hoy, en pleno siglo XXI, la telenovela, como cualquier forma de expresión artística, no tiene por qué renunciar a esa condición de testigo y reflejo.
El llamado "poliamor", las relaciones que trascienden numéricamente la habitual pareja y otras formas que se salen de la norma y la tradición, forman parte de los mapas amatorios en las sociedades contemporáneas, algo que, pensándolo bien, no constituye nada nuevo.
Los hebreos de tiempos bíblicos, de quienes heredamos la religión judeocristiana con sus preceptos muchas veces rígidos, permitían sin embargo la poligamia en los hombres. Claro que ello respondía a los criterios patriarcales y machistas de la época, que igualmente discriminaban a la mujer, para la cual ello era inconcebible, al punto de ser condenada a muerte si era sorprendida, por ejemplo, en un acto de adulterio.
La civilización grecorromana permitía, sobre todo en los estamentos sociales más elevados, las orgías y las prácticas homosexuales, si bien la mayoría de sus ejecutantes mantenía fachadas familiares respetables, de esposa e hijos y monogamia aparente.
No considero para nada impropio que, como mismo filmes y series que aluden a esas y otras épocas y países incluyen en sus tramas esas y otras costumbres, la telenovela cubana tenga que renunciar a las que hoy día existen, ni mucho menos que por hacerse eco de estas deba acusarse a los realizadores de tratar de "imponerlas".
Sería como pensar que, al proponer conflictos basados en la violencia machista, la infidelidad, la intolerancia, la pedofilia, la violación y otros verdaderos males, se está induciendo al televidente a adoptarlos en su vida cotidiana.
Algunos han preguntado directamente al autor de estas notas sobre su posición al respecto, y aunque es algo que pertenece a la esfera de lo privado, no tengo reparos en confesar que no simpatizo personalmente con las "triejas" (siempre he pensado que, si entre dos —de cualquier orientación sexual— las relaciones son difíciles, imagino cómo serán entre tres), pero las considero legítimas y pertinentes siempre que no afecten a otros, siempre que sean consensuadas como corresponde a todo vínculo entre adultos que practican el libre albedrío y la libertad en el sentido más amplio, y siempre que logren, o al menos intenten, la armonía y la dicha procuradas en el amor o el mero sexo.
Conozco casos variados, tanto de uniones hetero como gays, que buscan a terceros de identidades también diversas como una manera de "oxigenar" relaciones, sobre todo de considerable tiempo, lo cual puede ser lo mismo casual y esporádico como permanente, con algunos que persiguen establecerse en esa suerte de pas de trois erótico, tal parece apuntar el nexo perseguido por los personajes respectivos de Sábado...
Volviendo a esta, aunque no he podido seguirla todo el tiempo, a juzgar por los capítulos vistos, encuentro más de un valor morfológico y conceptual en el trazado y desarrollo de sus problemáticas y caracteres.
Sobre la peculiar escena de la discordia, logré ver la retransmisión de ese capítulo desde que comencé a leer el revuelo en los grupos formados por seguidores de la telenovela y en posts de varios muros de Facebook y otras redes.
Creo sinceramente que la escena estuvo diseñada y puesta en pantalla con sumo cuidado y delicadeza, sin excesos ni énfasis innecesarios, apenas focalizando el "preludio" de un encuentro que, como se sabe, quedó interrumpido por determinada situación.
Me costaba creer entonces los insultos, las protestas, las maledicencias y reacciones absurdas de muchos que quizá no reaccionan así ante otras escenas sí verdaderamente censurables que vemos a diario en productos foráneos, donde el contenido sexual y/o violento explícito y los efectismos innecesarios no parecen escandalizar a la mayoría que ahora se rasga las ropas ante unos momentos hasta inocuos y, sobre todo, más que justificados dramatúrgicamente.
No falta incluso quien sigue alegando aquello de que aún "el espectador en Cuba no está preparado para eso", y yo continúo preguntándome, en tal caso, de qué modo y cuándo va a conseguirlo sin enfrentarse al hecho artísticamente, mientras persiste en tales actitudes que responden a moralinas medievales y posturas divorciadas de la ciencia, de los avances de la sociedad y la vida, que ellos consideran como nocivas e inmorales.
Recuerdo a Luis Buñuel cuando ciertos puritanos le hacían reproches semejantes en sus filmes, a lo cual el genio andaluz respondió alguna vez: "Para mí, la verdadera inmoralidad es el sentimentalismo burgués".
No permitamos que la mojigatería y los prejuicios heredados de etapas y cosmovisiones afortunadamente superadas nos impidan crecer como espectadores maduros, cultos y de mentes abiertas, cuya principal divisa sea el respeto al otro, a su libre elección en todas las esferas de la existencia y al derecho de las expresiones artísticas —telenovela incluida— de abordarlos en sus relatos, fieles a aquel aún vigente apotegma stendhaliano del "espejo que se pasea por la vida".