La Columna
- Detalles
- Escrito por: Frank Padrón
- Visto: 2885
Estrenamos en TV, mediante el espacio “De Nuestra América”, la más reciente versión fílmica de Pedro Páramo, célebre novela del mexicano Juan Rulfo, considerada una de las más importantes obras literarias de América Latina. La dirigió el fotógrafo cinematográfico Rodrigo Prieto, quien debuta con ella en este rubro.
El viaje de Juan Preciado al sombrío pueblo de Comala tras la muerte de su madre y en busca de su padre, el cacique y patriarca Pedro Páramo, en tiempos de guerra civil, es el punto de partida de esa novela escrita en los años 50 del siglo pasado, y que, para Borges y otros muchos expertos, constituye una de las mejores novelas de las letras hispánicas y aun más allá: antecedente directo de lo que después sería llamado “realismo mágico” e indiscutible semilla del “boom” literario que, una década después, reuniría a nombres ilustres como García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Carlos Fuentes.
Tras anteriores versiones fílmicas en 1966, 1978 y 1981, la que ahora nos ocupa, realizada el año pasado, constituye la ópera prima del consolidado fotógrafo Rodrigo Prieto (quien ha trabajado con directores tan importantes como Oliver Stone o su coterráneo González Iñárritu), partiendo del guion escrito sobre la novela por el español Mateo Gil, y la cual no ha estado exenta de polémicas, como ocurre casi siempre cuando de adaptaciones literarias se trata, sobre todo de textos tan complejos y difíciles, además de ilustres, como el de Rulfo.
Me sitúo entre quienes están a favor de esta inteligente y sutil lectura, que —como opina el colega Daniel Pardo— aprehende y transmite importantes claves para descifrar México y la “mexicanidad”, presentes en la novela, emblema por otra parte de economía en el uso magistral e imaginativo de los recursos literarios.
Estas claves serían: la relación con la muerte, tan importante como sabemos en el mundo azteca desde tiempos remotos; la sociedad de pobreza y exclusión en la época (agregaría yo: el abismo brutal entre ricos y desposeídos); el lenguaje y la forma de expresión campesinos, imitados y recreados magistralmente por el escritor; la plasmación de esa geografía “recóndita e infértil” que constituye el espacio literario (si bien transido por ese otro topos mítico y esotérico); y la caracterización del patriarca mexicano: seductor, machista, irresponsable con las mujeres y los hijos, tiránico en tanto padre y marido, e implacable con enemigos, aunque conciliador y oportunista cuando se ve amenazado (como ante los presuntos revolucionarios del movimiento Cristero).
Apoyado en colaboradores de lujo como el músico Gustavo Santaolalla y el fotógrafo Nico Aguilar, y esmerado en otros rubros no menos esenciales, tales como la dirección de arte, el vestuario y el maquillaje, Prieto erige ese mundo fantasmagórico, de muertos vivientes y vivos que colindan y dialogan con la muerte, a la vez que expone el contexto brutal de caciquismo, alcahuetería, esoterismo y amores frustrados —como el que sirve de columna vertebral al relato entre el protagonista y su amor de adolescencia— que también un riguroso montaje resuelve en su fusión alterna y constante de los tiempos.
No menos importantes resultan, por supuesto, las actuaciones, que transmiten a plenitud los complejos perfiles de los personajes, comenzando por el brillante protagónico de Manuel García-Rulfo (a quien viéramos hace poco en Fiesta en la madriguera), a propósito vinculado familiarmente con el autor literario (sobrino del abuelo paterno del actor).
No quedan detrás sus colegas Ilse Salas, Tenoch Huerta, Dolores Heredia, Roberto Sosa, Héctor Kotsifakis y el resto del elenco.
Sólida conceptualmente, deslumbrante en lo morfológico, disfrutable en las partes y el todo, Pedro Páramo es otro cruce logrado entre la literatura y el cine, que respeta la primera y enriquece al segundo, para triunfo en definitiva del arte todo.
- Detalles
- Escrito por: Frank Padrón
- Visto: 2640
La más reciente entrega del programa De nuestra América (CV, miércoles, 10:30 p.m.) fue muy bien recibida:
El hombre que amaba los platos voladores, del prestigioso realizador argentino Diego Lerman (El suplente, La mirada invisible, Refugiado… entre otros notables títulos), se basa en personajes y hechos reales: son los años 80 del siglo pasado, y el periodista José de Zer, con su camarógrafo apodado El Chango, de un noticiario de la TV nacional, se involucran en una aventura dentro de una perdida zona rural de Córdoba, donde un pastizal quemado en medio de los cerros y la duda de los lugareños los lleva a suponer e informar la visita de ovnis o platillos voladores. A partir de entonces, reportero y programa se hacen famosos (hoy diríamos “virales”), pero todo comienza a complicarse.
El cine de posibles visitas extraterrestres y presencias alienígenas tiene una larga tradición, con recordados títulos como La guerra de los mundos, Contacto, Encuentros cercanos del tercer tipo, E.T., Alien y otros muchos. En la era de la llamada “posverdad” (donde poco importa si esa verdad es tal, más bien que sea convincente y la gente la crea), un filme como El hombre que amaba los platos voladores enfoca desde una mirada paródica, moviéndose en un terreno en el que el espectador no sabe a ciencia cierta si lo que se le propone es juego o realidad, la verdadera diana del realizador: la manipulación mediática, la ambición, el ego y la falta de escrúpulos cuando de fama o dinero se trata.
Lerman logra manejar la ambigüedad de su tono, entre la comedia y el drama, la ciencia ficción y la sátira social, con verdadera maestría. El relato mantiene el interés, la sorpresa y la intriga que la historia exigía, y recursos como la dirección de arte, la música, la fotografía y el montaje ofrecen pertinente soporte a una puesta donde la ambientación, la atmósfera y la reconstrucción epocales son también rubros conseguidos.
La acertada caracterización de los personajes, comenzando por el protagonista –en el que también se dan la mano veracidad histórica y recreación fictiva, mito y realidad–, encuentra admirable correspondencia en los desempeños, con un Leonardo Sbaraglia sobresaliente en la exaltación y la ambigüedad que demanda su papel, seguido por Sergio Prina, Osmar Núñez, Renata Lerman, Norman Briski y María Merlino, entre otros.
Filme sin dudas que, desde el humor y también la seriedad, nos invita a seguir temas muy actuales y más terrenales que de otros posibles mundos.