El Premio Nacional de la Televisión Jesús (Chucho) quien recientemente recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de las Artes de Cuba(ISA)Cabrera relata sus experiencias en la pantalla chica y llama a sus realizadores a identificarse más con ella para lograr mejores resultados en su programación

En silencio no ha tenido que ser, porque es difícil permanecer callados mucho tiempo cuando se dialoga con un hombre que, al parecer, no le alcanzan las horas para contar una vida llena de anécdotas vibrantes que estremecen a cualquier curioso de la historia de la televisión cubana.

Conoce de cerca los vericuetos de la pantalla chica, sabe mañas para llegar al pueblo exitosamente, representa toda una lección sobre la calidad y el empleo óptimo de la tecnología televisiva, y convence a cualquier escéptico sobre el gran efecto que puede causar una programación interesante en un público exigente.

 

Jesús (Chucho) Cabrera constituye, sin dudas, una de las voces más sobresalientes de la televisión cubana. Maestro de maestros, y con unas ganas inmensas de hacer, recibió a En Vivo en su casa para ponernos al tanto de lo que fue su vida en la pantalla y lo que piensa sobre el devenir de un medio que insiste en permanecer, indeleblemente, en el gusto de los cubanos.

¿Tenía algún referente sobre la televisión cuando comenzó en ella a principios de la década del 50 del siglo pasado?

Conocía de la existencia de ese medio porque viví en Estados Unidos desde 1946 hasta finales de 1948, cuando regresé a Cuba. En Nueva York frecuenté Radio City Music Hall en varias ocasiones y vi el trabajo con las cámaras.  Después, aquí en La Habana, mientras trabajaba como carrero de la Pepsi Cola, llegué a observar cómo vendían muchos televisores en algunas mueblerías.

Un día me enteré que en Unión Radio Televisión, en las esquinas capitalinas de Mazón y San Miguel, estaba trabajando el novio de una sobrina mía, y le manifesté mis deseos de laborar allí. Vimos al jefe técnico de ese lugar, me preguntó si yo conocía algo sobre la rutina productiva en el medio, le manifesté que no, pero que de todas maneras quería enrolarme en él. Me contestó que no tenía plazas ,pero si daba algún apoyo podría aspirar a un puesto fijo.

Dejé la Pepsi Cola y me puse a trabajar en Unión Radio Televisión sin ganar un centavo, subiendo los hierros de la torre. Después comencé a limpiar y a alinear las cámaras. Posteriormente, aprendí a manejarlas, los diferentes movimientos.

Un día un camarógrafo me preguntó si me atrevía a trabajar el equipo por mi cuenta, me esforcé por hacerlo bien, y les demostré a todos que yo era capaz. Cabe resaltar que nadie me había enseñado. En 1953 ya yo era primer camarógrafo, empecé a ganar dinero, y con el paso del tiempo me convertí en director de programas.

Posteriormente viaja a Colombia donde aprende algo de publicidad también…

Así es. En ese país estuve alrededor de un año como director y profesor. Cobraba un sueldo alto y llegué a filmar comerciales para varios publicistas. Cuando regresé a Cuba, en 1955, comencé a estudiar Publicidad y conseguí convertirme en director de programas de radio y televisión de Publicidad Guastela, una de las mejores publicitarias que hacía comerciales a marcas reconocidas como Pilón, Cristal, Chevrolet, Nestlé, General Electric, entre otras. Cuando triunfa la Revolución, estaba vinculado también a programas de radio y televisión en CMQ, Radio Progreso…

¿Cómo vive ese cambio político a través del prisma de la televisión?

La Revolución heredó el sistema completo de la televisión, incluidos los equipos. No obstante, el personal abandonó el país paulatinamente. El éxodo fue muy duro, pero se creó una escuela para artistas y directores. En la década del 60 la televisión transformó el contenido de sus programas, y el cambio más notable fue la eliminación de los comerciales.

¿Por qué se traslada a Santiago de Cuba en 1968?

Porque existía el interés de crearles una televisión a los santiagueros, lo cual fue posible en julio de ese año después de un arduo trabajo y la conformación de un gran equipo. Tele Rebelde representó una experiencia fuerte pero dio buenos resultados.

Después comienza a vincularse a programas de corte policiaco que han trascendido en el tiempo…

Sí, porque los compañeros del Ministerio del Interior me lo propusieron. La experiencia con Sector 40, por ejemplo, fue muy buena. Además, la literatura policiaca me ha fascinado desde niño.

¿Cómo surge la serie En silencio ha tenido que ser?

Casi a finales de 1978, cuando estaba haciendo el programa Cuba Va, me tocaron a la puerta de mi casa para plantearme hacer una serie por el XX aniversario de los órganos de la Seguridad del Estado, que sería el 21 de marzo de 1979. Conformamos un grupo de trabajo y elaboramos un libreto. Cuando el programa salió al aire, teníamos filmado solamente cuatro capítulos, los otros ocho los hicimos sobre la marcha. ¡Bajé 50 libras en 11 meses!

¿Se sintió a gusto con el elenco de En silencio…?

En sentido general, sí. Yo conocía a Sergio Corrieri. Sabía que era una persona muy chévere y siempre admiré su trabajo. A María Eugenia García la conocía de mis años en Santiago de Cuba. Algunos no estaban de acuerdo con ella, consideraban que era muy pequeñita para el papel, pero a mí me funcionó. Mario Balmaseda fue seleccionado porque siempre me ha gustado reflejar en mis trabajos la variedad racial cubana. Él es mulato y un actor de calidad.

¿Disfrutó realizar esa serie?

Por supuesto. Para mí, más que una idea, fue un placer hacerla. La realicé con mucho gusto: puse todo mi amor y empeño para que saliera bien, a pesar de que teníamos una sola cámara. El público comenzó a respetar y a querer a la Seguridad del Estado. Ese fue el objetivo: que el pueblo conociera el sacrificio de esos hombres que se jugaban la vida por defender el país. Después hicimos Julito, el pescador y El regreso de David. Y seguí trabajando en la televisión hasta hace dos años que terminé en Tras la huella.

¿Y qué opinión le merece el programa Tras la huella que se hizo después de su salida?

Prefiero no opinar.

¿Hay mucha diferencia entre los policiacos que se hacían en los años 70 y los de ahora?

Hay que tener en cuenta que se trata de etapas diferentes, épocas distintas, con pensamientos variados. Sin embargo, ahora existen técnicas mejor depuradas, más conocimientos dramatúrgicos que pueden aprovecharse.

¿Cómo valora su trabajo como decano de la Facultad de Comunicación de Medios Audiovisuales?

Fue muy interesante, aprendí mucho. Me enamoré de la facultad. Me comprometí por dos años y estuve doce: permanecí allí desde 1988 hasta el 2000. Empecé a luchar para que me dieran cosas porque el ICRT no me facilitaba casi nada. La única que se mostró como una gran dama conmigo fue Josefa Bracero, porque me hizo un pequeño estudio para que los alumnos practicasen sus lecciones. En una ocasión pedí un estudio, ¡y todavía lo estoy esperando! También me tocaron los años 90, pleno Período Especial, y la televisión estaba subsistiendo. Esos fueron los años de la subsistencia y de andar en bicicleta.

¿Sugerencias para los que desean convertirse en directores de televisión?

Les recomiendo que estudien y se hagan universitarios. Deben aprender a tener sensibilidad por el medio y a enamorarse de él. Les aconsejo que tengan mucha disciplina artística y sean consecuentes con lo que hacen, a partir del talento que posean.

La televisión es un conjunto que vibra en la medida que su director tenga las condiciones requeridas, sea exigente, y sepa apartar al que no sirve. En la facultad tuve que desechar a mucha gente que no tenía sensibilidad artística, lo demostraban con sus primeras palabras.

¿Le gusta la televisión cubana que se hace actualmente?

La televisión nuestra no es la mejor, pero tampoco la peor. Creo que podemos optimizarla. El hecho de que a ella entre cualquiera y no sea selectiva ha repercutido negativamente en su calidad. A veces no se escogen los mejores profesionales; te haces amigo de un director, comienzas como asistente y sigues avanzando…

¿Por qué el Canal Habana ha tenido éxito? Porque empezaron con muchachos jóvenes, con nuevas motivaciones. Eso le hace falta a la televisión nacional: bomba y corazón. Hay mucha gente que desconoce cómo se hace la televisión o sencillamente no la hacen con el corazón.

Por otra parte, carecemos de buenos guionistas. La razón es sencilla: pagan muy poco por su trabajo. Nadie se siente motivado a escribir. El peor enemigo que tiene la televisión cubana actual es la apatía de una buena cantidad de personas. Hay tecnología digital de primera, buenos actores, excelentes profesionales en algunos casos, pero demasiado desamor también.

¿Por qué cree que hay muchos que desechan la programación de la televisión y prefieren ver los famosos “paquetes”?

No pienso que sean muchos los que persiguen el famoso paquete, solo algunos. Creo que lo hacen para ver algo diferente, con un toque de mayor sensacionalismo. Pero ese es un problema particular de cada cual.

¿Todavía se siente comprometido con la televisión?

Sí. Tengo varios proyectos en mente. Mi vida me ha dado tres gratos momentos. El primero fue cuando me otorgaron el Premio Nacional de Televisión, el cual no esperaba. Me hizo sentir como un gigante. Me conmovió muchísimo, aunque nunca he trabajado para premios. El segundo momento fue cuando recibí la condición de Artista Emérito de la UNEAC;  y el tercero sucedió cuando obtuve, recientemente, el título de Doctor Honoris Causa, en el Instituto Superior de Arte. Para mí, han sido momentos inolvidables en mi vida profesional, y seguiré dando lo mejor de mí hasta que pueda.

 

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