En el principio del audiovisual fue el cine y luego la televisión y aun en el siglo XXI, adscribiéndose a la frase bíblica de En el principio fue el Verbo, consideraron a esta última como una hermana menor y peor aún, bastarda, perspectiva con marcada percepción reduccionista y elitista en la que mucho influyó el apelativo de séptimo arte, adjudicado al cinematógrafo. Ha sido tan absoluta, excluyente y discriminatoria esta mirada que para quienes así piensan, sería un sacrilegio nombrar a nuestra pequeña pantalla como el octavo arte.

Es cierto que el cine gestó los métodos, procedimientos, rutinas productivas y procedimientos básicos de la integración de las tecnologías afines con las manifestaciones artísticas, los géneros y productos mediáticos primarios pero también lo es que la televisión emergió con sus propias especificidades tecnológicas:

Las cámaras televisivas se desplazaban o no en espacios muy reducidos, generalmente en estudios o sets,  la pantalla de proporciones infinitamente más pequeña y el factor tecnológico del interlineado impusieron debido a los efectos ópticos producidos en sus espectadores,  la reconversión de la estética audiovisual y trajo por resultado que la profusión de planos generales común en el cine se sustituyera por nuevos códigos y lenguajes que privilegiaban los primeros planos, especialmente enfático en el close up y el plano detalle para revelar más que las acciones físicas colectivas, las reacciones psicológicas y las emociones desencadenadas por sus protagonistas en los más diversos géneros de programas. Además, en función de estas condicionantes tecnológicas,  el encuadre de los planos asumió una nueva dinámica y estilo para evitar distorsiones de la imagen.

Gradualmente surgió el lenguaje televisivo y esta reconversión redimensionó nuestro audiovisual logrando un resultado artístico que no fue anulado sino potenciado por estas novedosas exigencias a las cuales se sumaron la celeridad del proceso productivo que no impidió la recreación a través de la escenografía, la ambientación y utilería, el vestuario y el maquillaje.

Entre otros componentes artísticos televisivos comunes a los cinematográficos se encuentran la inserción de múltiples manifestaciones artísticas, fueran de las artes plásticas,  escénicas y graficas que también integran a muchas artes conocidas mucho antes que el video tape y la digitalización actual permitiera múltiples efectos en la imagen y el sonido que le dieron un sello particular.

La condición efímera de la transmisión directa al aire, factor permanente antes del kinescopio y el video tape, se perdió en la medida en que evolucionó la tecnología e impuso, con una celeridad vertiginosa, la creación de programas cuya factura artística fuera lograda y con una creciente complejidad.

Finalmente su condición de masividad en los públicos, inherente a la cobertura progresiva masiva en grandes territorios y dentro del confort hogareño elevó la tenencia de equipos receptores. En lugar de obstaculizar constituyó un reto a la creación y recreación artística televisiva desde el periodo de la radiodifusión comercial imponiendo y exigiendo la máxima calidad al producto final con el objetivo de satisfacer una vasta diversidad de intereses y segmento poblacionales.

Hoy,  más que reivindicar el arte televisivo y marcar sus diferencias con el cinematógrafo,  recordaremos cómo desde su primera etapa la televisión logró una estrecha interrelación, simbiosis y mixtura con la filmografía. En este proceso le asignó nuevos usos y estéticas al proyectarlos hacia una audiencia cautiva primero en los hogares.

La fundadora cubana, Unión Radio TV, Canal 4, inaugurada oficialmente en octubre de 1950, en sus primeros días comenzó a difundir por su señal un noticiero cinematográfico realizado en EE.UU.,  a los que muy pronto se sumaron los mensajes comerciales que además de televisar los filmados en ese país por sus agencias publicitarias poco a poco incorporó los de producción nacional.

Una página inédita de estas relaciones aparece en la profusa exhibición de filmes procedentes de diversos países, aunque innegablemente para entonces se privilegiaba los de habla hispana tanto los producidos en Hollywood como en Iberoamérica. Las fuentes consultadas nos revelan el redimensionamiento del cine sin desplazarse del hogar, vestir de una forma precisa, pagar una taquilla y por demás eso se lograba en la intimidad y comodidad doméstica.

En la televisión cubana cuando aún no se había instaurado el proceso de subtitulaje se llegaron a exhibir materiales y filmes en su idioma original.

Entre esas prácticas y recursos aplicados en esa etapa hoy tan lejana, se han perdido en el tiempo y la memoria la filmación de escenas en exteriores  que luego se insertaban en el momento de la difusión directa al aire de los proyectos dramatizados en los llamados intercuts como complemento de las obras. así se generaba la diversificación de los escenarios en las representaciones, entrevistas y otros realizadas ante las cámaras. Con ello se divulgaron audiencias masivas, sitios y locaciones del ámbito habanero y de otras provincias, reforzando el factor de la identidad con los televidentes.

Luego, sería CMQ TV, Canal 6, quien valiéndose de unas pequeñas cámaras cinematográficas intensificara el uso de las noticias cotidianas en la televisión.

Cuando esta televisora devino planta matriz de una original cadena nacional que expandía su señal en las principales cabeceras de provincias, se dio inicio a otra variante del quehacer televisivo sustentado en la cinematografía. Nos referimos al proceso donde la cinematografía sustentó la programación televisiva no capitalina a través de diversas copias de los programas realizados y emitidos por las plantas concentradas en La Habana y que, días después, disfrutaban los cubanos residentes en otras zonas geográficas.

Estos famosos kinescopios,  eran una tecnología norteamericana  que usaba como soporte material las cintas fílmicas reversibles de 16 mm., y por extensión,  se denominó de igual forma al equipo en cuestión que permitía copiar en el celuloide varios ejemplares del proyecto o la obra televisiva en cuestión, en el momento en que se difundían en directo al éter.

Todo ello permitió, antes de la generalización del video tape, que los cubanos disfrutaran no solo de los programas en estudio, sino también de los escenarios cotidianos de los transeúntes y hasta de los propios filmes en asombrosa fusión de soportes, técnicas y recursos que enriquecieron el valor artístico de una televisión que ya se había ganado su lugar en el nuevo arte de hacer televisión.

Como la historia y el devenir tienen sus paradojas, las nuevas tecnologías digitales cinematográficas hoy se valen de la cámara y de la computadora para realizar y producir los actuales productos de la cinematografía, que por capricho de la vida aún siguen denominándose como fílmicos, cuando en realidad son videos cibernéticos generados en la inserción de la televisión en el universo de los hipertextos audiovisuales.


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