Las escenificaciones con tono humorista se integraron a las prácticas culturales desde la propia Antigüedad, ya fueran en las comedias de la Grecia y Roma clásicas, en los inquietos bufos de las cortes reales o en las representaciones de las ferias ambulantes, llenaron de sátira, crítica y buen humor gestaron su preferencia entre los disímiles públicos.

 

En Cuba, desde fecha muy temprana aparecieron en obras teatrales que privilegiaron las vertientes del bufo y el vernáculo, y en los espectáculos circenses para el disfrute de la grey infantil y de los adultos. Así, entre los elementos que configuraron nuestra nacionalidad, estuvieron las primeras expresiones críticas al colonialismo español y a la esclavitud, y aparecieron personajes como el gallego, la mulata y el negrito, devenidos pilares esenciales de nuestra fusión racial y cultural.

El siglo XX, trajo consigo la instauración y consolidación de los medios de  comunicación masivos en los espacios públicos. A ellos, desde su primera etapa, se volcó el humorismo,  diversificado en formatos como los sketchs y las  comedias, recreando personajes estereotipados que  hicieron época.

La Radio fue el primer medio en expandirlo a los ámbitos domésticos y algo más tarde, la práctica fue replicada por el Cine, reforzando la popularidad de guionistas, actores y actrices. Pero, sin lugar a dudas, la vasta red del sistema televisivo cubano durante la década del 50, del pasado siglo; insufló aliento e impulsó inéditos a esta manifestación, esta vez creando una fuerte alianza entre el poder y el encanto de la imagen y la posibilidad de acceder a él, en el acogedor entorno del hogar. Como si fuera poco tal derroche, el cabaret también asimiló diversas variantes.

Mas allá de los flujos culturales tradicionales y de las intenciones mercantiles de atraer a los espectadores y las audiencias mediáticas;  el humorismo constituye  ―junto al oído musical, la habilidad para la danza y hasta la forma de expresión corporal y de andar― uno de los  rasgos consustanciales de la idiosincrasia nacional.

El cubano posee una visión del mundo que le permite al ciudadano común desplegar como capacidad intrínseca, la arista irónica, sarcástica o humorística de manera espontánea, en los momentos y situaciones más dramáticas o difíciles.

Esa fluidez filosófica instantánea ante el  humor, constituye una fortaleza histórica para quienes,  procedentes de diversos ámbitos y profesiones se han convertido por vocación o por el azar, en escritores o guionistas de estas expresiones. A la par, es uno de los mayores retos y desafíos cuando se expone la creación a los públicos.

Hacer humor en Cuba, es algo muy serio. Requiere gracia, conocimiento e imbricación a las esencias, psicologías y gustos populares, talento, una sólida cultura y un sentido preciso de quién, dónde y cómo recepcionará estas obras.

Dejando a los dramaturgos el análisis minucioso de los elementos que distinguen a las diversas clasificaciones, formatos y miradas humorísticas existentes; hoy quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre su reflejo actual en la televisión.

Por mucho tiempo padecimos el vacío provocado cuando se interrumpió la cadena cronológica de saberes y haceres, que minaron la formación del relevo de guionistas y adaptadores en los dramatizados radiales y televisivos; etapa que va quedando atrás al surgir nuevos creadores, muchos de los cuales, se han apropiado de lo mejor de nuestra fecunda tradición.

No obstante, mantener en la televisión nacional más de un espacio habitual semanal humorístico para responder la necesidad de entretenimiento de  televidentes de altísimo promedio educacional, en un país donde la cifra de graduados universitarios se acerca a los dos millones de ciudadanos, constituye cada día un verdadero reto por su creciente exigencia. El desafío rebasa con creces al enfoque cuantitativo y nos convoca al cualitativo.

Para el beneplácito colectivo, el triunfo revolucionario como magno proyecto cultural,  abolió de nuestros mensajes artísticos dentro y fuera de los medios de comunicación, las alusiones discriminatorias a las diferencias personales por raza, sexo, capacidad mental o física, creencias o credos; convertidas en prácticas humillantes para variados sectores poblacionales y que en muchas ocasiones, animadas por objetivos populistas,  convivían con las mejores expresiones del humor realizado hasta entonces,  y que quedaron atrás al igual que la crónica roja.

Esta radical transformación ocurrida hace más de cinco décadas se mantuvo incólume por varios decenios. Sin embargo, en los últimos tiempos, afloran cada vez más mensajes de este tipo, tendencia negativa que impone la máxima alerta de guionistas, asesores y ejecutivos para  evitar el deterioro de los principios básicos de la política de programación del Instituto cubano de la Radio y la Televisión.

Otro punto débil del humorismo televisivo es la diversidad de enfoques, formatos y protagonistas de las propuestas. Una y otra vez en los programas, estrictamente dramatizados y en escenas dentro de revistas variadas, culturales, informativas, promocionales y musicales,  se reitera el tipo de humor y los mismos artistas.

Como por arte de magia ―de magia negra porque no siempre son sinónimo de calidad―  las últimas hornadas de comediantes, algunos de ellos en esta profesión por obra y gracia de no se sabe cual espíritu y no siempre por el talento, han desplazado totalmente a sus predecesores aun en activo, poseedores de una renovada y valiosa trayectoria. Con ello no solo se anula de este escenario a artistas como Carlos Ruiz de la Tejera, Churrisco, Virulo y tantos otros, exponentes de  una forma de hacer humor diferente y generalmente más inteligente,  que por décadas disfrutamos, sino que se altera el balance y se afecta la diversidad de gustos.

Salvando la honrilla, se mantiene ese programa de participación y  competencia de conocimientos de enfoque humorístico, La neurona intranquila; en muchas ocasiones Deja que yo te cuente y, recientemente, en los canales educativos, Aquí todo tiene arreglo, comedia de situaciones de fino humor, protagonizada por Patricio Wood.

En nuestros orígenes mediáticos cierto tipo de humorismo lo ejercían  intérpretes provenientes del teatro, mientras que el bloque de prestigiosos actores y actrices simultaneaban el drama y un amplio espectro de comedias, generalmente, de situaciones.

En esa generación junto a los empíricos hubo muchos con formación especializada en actuación. Cuando no la tuvieron, la intensidad del bregar en teatro, radio, televisión y cine, les permitió interpretar tantas obras clásicas universales y contemporáneas que suplieron estos estudios.

En las últimas décadas, los llamados humoristas provienen,  fundamentalmente, del movimiento de aficionados y salvo algunas honrosas excepciones, la mayoría carece de una sólida formación actoral.

Ello no sería obstáculo para su desarrollo si fueran en realidad intérpretes de un guión sólido, en lugar de confiarse tanto a una improvisación que por falta de recursos culturales y dramatúrgicos resulta muchas veces vacía, reiterativa, de mal gusto y marcadamente populista. En muchos casos no hacen otro tipo de humor porque no saben hacerlo. La responsabilidad de esta tendencia recae, especialmente, en guionistas y directores de programas que buscando audiencias, reiteran modelos ya probados.El humor que se realiza en un centro nocturno o en un cabaret, donde los adultos asisten a distraerse y, generalmente, se pasan de copas, es uno. El que se realiza en los medios de comunicación, es otro. Se dirige a audiencias millonarias, en horario estelar generalmente, y al cual acceden audiencias de las más diversas edades, formaciones y percepciones.

Ni elitista ni populista. Nuestro humor debe contribuir a la vasta estrategia de la cultura general integral, a enriquecer al ser humano mientras lo entretiene. La grosería, vacuidad, mal gusto, falta de respeto y chabacanería no es el modelo de humor popular que necesitamos.

Pongamos cada humor donde corresponda y hagamos crecerlos a todos.

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