El entorno comunicativo del ciudadano común es hoy muy diferente a la medianía del siglo XX, cuando surgieron nuestras primeras televisoras en América Latina.

En las últimas décadas se han multiplicado y generalizado los soportes y escenarios audiovisuales, nuevas tecnologías de la comunicación y la información -con su posibilidad nunca soñada del intercambio de información en tiempo real-, y se ha generado una casi total ruptura de los tradicionales canales comunicativos que relacionaban a los tradicionales emisores con sus públicos.   

En Cuba, donde el acceso tradicional a la señal televisiva fue mayoritariamente a través de la señal abierta, el fenómeno se potencia sustancialmente, pues pocos han incorporado a sus prácticas cotidianas la interactividad digital y la televisión a la carta.

A estos elementos tecnológicos-comunicativos se suman el incremento progresivo de los canales televisivos, las nuevas ofertas en los soportes digitales y la diversificación constante de los formatos y contenidos de los programas que hoy colman nuestra pantalla chica. 

Aunque resulta indudable la necesidad de consolidar una estrategia hibrida de comunicación, que establezca la relación entre nuestros creadores, ejecutivos y televidentes; no menos importante es la urgencia del estudio sistemático de nuestras audiencias a través de muestreos científicos capaces de identificar los públicos actuales y de conocer sus reacciones ante tanto cambio y transformación.    

Las televisoras cubanas tuvieron desde los años 70 pasados un aliado extraordinario en el Centro de Investigaciones Sociales de la radio y la televisión, donde además del tradicional Estudio sistemático de auditorio a nivel nacional, se realizaban sondeos aleatorios sobre determinados proyectos o etapas de la programación, debates cualitativos de la relación contenido-forma de los programas  y hasta el análisis del programa cero, que permitía pulir el diseño original de numerosas propuestas televisivas.   

Desde hace aproximadamente dos décadas, el Centro de Investigaciones Sociales sufrió las andanadas de una visión reduccionista de la investigación social, que redujo a niveles mínimos sus espacios, infraestructuras, logísticas y, lamentablemente, sus especialistas y funciones - justamente cuando más necesario era en medio de los cambios que se avecinaban en nuestra sociedad-.

Intentando suplir la verdadera comunicación y retroalimentación que proporciona la investigación regular de las audiencias, nuestra pantalla chica hoy se desborda en prácticas mediáticas pletóricas de intercambios no tan profundos entre los comunicadores y los públicos de los espacios emitidos en vivo, respuestas a mensajes, llamadas o acuse de recibo de la correspondencia.

Capítulo aparte merece la socorrida emisión de videos provenientes de móviles que saturan nuestra pantalla de una improvisación que, en aras de la naturalidad, sacrifica cualquier patrón de equilibrio, mesura o profesionalidad televisivas.

Mucho habría que decir sobre la importancia de la comunicación, la retroalimentación y la investigación televisivas. Hoy solo me asomo a un fenómeno que, si no lo controlamos, pudiera desvirtuar la calidad de nuestras producciones actuales y, sobre todo, anular la satisfacción de los públicos para quienes trabajamos.

En medio de la vorágine y el vértigo de tantas transformaciones tecnológicas y televisivas, vale la pena hacer un alto en el camino para reflexionar si lo más urgente no nos ha impedido ver lo más importante.  

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